No saldré a la calle por un tweet

ANDREA CARRILLO

Hace ya 14 años, Michael Wesch publicaba el video “The Machine is Us/ing Us” (La máquina somos nosotros/nos usa). En él afirmaba que los seres humanos somos los peones del lenguaje de programación XML: somos los organizadores de la información a partir de cada búsqueda que hacemos; formamos conjuntos, relacionamos contenido, fusionamos ideas, organizamos…

Las redes sociales, bajo el mismo principio XML, nos piden que les enseñemos cómo formamos conexiones, pero esta vez, personales. Así, se crean grupos por intereses, por grados de separación o, incluso, por geografía. Es decir, las redes sociales organizan a la gente. Desde una perspectiva política, esto nos lleva a preguntarnos, ¿estas nuevas formas de encontrarnos pueden influir en cómo nos organizamos colectivamente?

En la historia de los últimos años, las redes sociales han adquirido un papel preponderante en movilizaciones en diferentes ciudades y países. A partir de movimientos civiles como la Primavera Árabe, los Ocupa Wall Street (Estados Unidos) e Indignados (España), se empezó a afirmar que las redes sociales serían la causa de acciones colectivas (protestas, movilizaciones). Sin embargo, desde la perspectiva política-psicológica, se considera que la participación en acciones colectivas dependen de cinco factores clave: quejas, eficacia, identidad, emociones e integración. Desde una perspectiva sociológica, en cambio, se dice que para movilizarse, hay dos variables indispensables: altos niveles de organización (recursos) y formación de identidades colectivas.

La acción colectiva se refiere a que organizaciones convencionales —como sindicatos y partidos políticos— movilizan a sus miembros para perseguir un objetivo común; por supuesto, la condición previa es la generación de una identidad colectiva. En contraste, en la acción conectiva, concepto fuertemente vinculado con la propiedad de las redes sociales de formar “conexiones” o “conectar a la gente”, los objetivos de la protesta se centran en las preferencias individuales, organizados por una “comunicación personalizada” (Bennett y Segerberg, 2013) que se dirige al individuo, no al grupo.

En el caso de Occupy Wall Street (#ows), su slogan “We are the 99 %” (Nosotros somos el 99 %) fue capaz de ser lo suficientemente laxo para albergar demandas desde el sistema de redistribución hasta del sistema educativo o de salud. Bajo la pregunta “What is our one demand?” (¿Cuál es tu única demanda?), se llevó a cabo una demostración anunciada y enmarcada en la icónica bailarina sobre un toro. ¿Es esto un ejemplo de acción conectiva capaz de liderar cambios? Sí y no; este movimiento apeló a acciones individuales que emergieron de redes conectivas y que supieron canalizar las demandas de las masas. Pero lo que se olvida mencionar es que la fortaleza de este movimiento estuvo en que supo dirigir e intensificar el trabajo en red entre varias organizaciones previamente establecidas. En otras palabras, la acción colectiva no se debió al uso de redes sociales o a las nuevas formas de comunicación que se incluyeron, sino a que supieron aprovechar los altos niveles de organización y las identidades colectivas de movimientos bien instituidos.

Las dinámicas de la acción colectiva pueden ser descompuestas en dinámicas de demanda, oferta y movilización. Las demandas vienen de los ciudadanos y sus realidades; la oferta, de las organizaciones y sus identidades; y la movilización, de la convergencia de la oferta y la demanda. En otras palabras, la movilización es un mecanismo de marketing e incluye cuestiones como la eficacia de la comunicación (persuasiva), la influencia de las redes sociales y el papel de los nuevos medios como Internet, los teléfonos (inteligentes) y las redes sociales.

No obstante, la movilización requiere de los restantes cuatro factores (quejas, eficacia, emociones e integración) para generarse. Las quejas vienen de la mano de las emociones. Bergstrand (2014) demostró cómo una queja es capaz de generar emociones fuertes, lo que aumenta la voluntad de participar en el activismo, y produce la percepción de un mayor apoyo público. En la misma línea de ideas, Klandermans, van Stekelenburg, van der Toorn (2015) analizan cómo los inmigrantes protestan y concluyen que la integración proporciona a los individuos los recursos necesarios para invertir en la acción colectiva; afirman que dicha integración es facilitada por las redes sociales. Sin embargo, al parecer, el factor clave para la protesta es la eficacia. Aun teniendo una queja válida y validada socialmente, quienes se movilizarán siempre serán quienes posean habilidades y recursos. El concepto subyacente es la eficacia: es más probable que las personas se movilicen cuando consideren que esto resolverá sus quejas a un costo asequible.

Pues bien, ¿cuál es el malentendido entonces? Que se ha empezado a pensar en la comunicación como una organización. La comunicación organiza la acción y qué clase de organizaciones surgen a través de los diferentes modos de comunicación, pero no es una organización en sí misma. La comunicación puede generar identidad a partir de las interacciones y las relaciones que las personas vayan formando. El Internet puede ser el medio a través del cual se difundan las quejas y se apele a las emociones. Las redes sociales pueden ser el espacio en donde la gente se integre y se conecte e incluso se organice para llevar a cabo una movilización… Pero, los recursos y altos niveles de organización e incluso el liderazgo, que son decisorios para movilizarse y para generar cambios, no están en las redes sociales.

En conclusión, las redes sociales son canales de difusión y, hasta ahora, se han desarrollado bajo el discurso del espíritu DIY (Do It Yourself, hágalo usted mismo), lo que invita a vernos como individuos y a promover acciones pequeñas, personales. De ahí que las redes sociales son incapaces por sí mismas de generar acciones colectivas sino que personalizan las causas y generan la inclinación de usar medios digitales para difundirlas bajo el supuesto de que una acción es capaz de escalar en su impacto a través de su divulgación hasta llegar a valores agregados.

 

Andrea Carrillo Andrade es consultora de comunicación estratégica, periodista y lectora, investigadora sobre tecnopolítica. (@SoyAdelaMancha)