No eran tan malos, sólo estaban asustados

ÀLEX LLONCH

La era de la información nos brinda una suerte de acceso ilimitado al saber. El conocimiento se ha atomizado en accesibles y expansivas fuentes de contenido. Cada ramificación del conocimiento tiene su particular parroquia esparcida por el mundo, la cual no acostumbra a ser homogénea, más bien heterodoxa y muy a menudo confrontada.

Entonces, sabiéndome ignorante – condición primera del conocimiento – parecería sensato preguntarse, existiendo aquellos que han encomendado su vida a descifrar una granítica parcela del saber, sin siquiera consensuar absolutos, cómo uno puede alcanzar una visión integral del mundo ¿Por dónde empezar y en función de qué aceptar la validez de las afirmaciones de terceros?

Para estas situaciones el hombre siempre ha encontrado refugio – o consuelo – en la fe, un absoluto poco exigente que nos abriga con sentido vital. Sin embargo, la modernidad, a caballo del capitalismo tardío, o al revés, ha matado a todos los dioses de occidente sin reemplazo aparente. Chesterton dijo que cuando se deja de creer en Dios enseguida se cree en cualquier cosa. La secularización del mundo moderno es un campo fértil de huérfanos de sentido. Por lo tanto, podríamos dar por válido que nuestros tiempos nos empujan hacia el relativismo. Parece una posición lógica sabiéndonos incapaces de simplificar e interiorizar el conocimiento de un mundo globalizado, un mundo que no sabemos explicar dada la ingente e indigerible información que nos rodea. Formarnos una opinión integral del mundo es un hito inalcanzable.

Bauman acertó acuñando la modernidad líquida: ‘’No creemos que haya soluciones definitivas y no sólo eso: no nos gustan. Y lo que más miedo nos causa es tener una identidad aferrada a ellos. Un traje que no te puedes quitar. Estamos acostumbrados a un tiempo veloz, seguros de que las cosas no van a durar mucho, de que van a aparecer nuevas oportunidades que van a devaluar las existentes. Y sucede en todos los aspectos de la vida.’’

Manteniendo el miedo como elemento protagónico, vamos a darle un giro. ¿No es igual de racional pensar que, eventualmente, la sociedad se podría revelar a la contra de un mundo sin certezas? ¿A caso no esconde un abismo de pavor un mundo sin verdades? ¿Quién auxilia a los huérfanos de sentido?

Pues bien: Los que ofrecen nuevas formas de entender el mundo; Los que no son percibidos como extensiones de un mundo relativo. En parte, los muchas veces mal llamados ultraderechistas. Uno podría entender los movimientos ultraderechistas, tanto en su versión social-reaccionaria (AFD alemán), o la liberal-autoritaria (Javier Milei en Argentina), como un tablón flotando en la oceánica liquidez de nuestros tiempos. Un tablón al cual aferrarse, una visión del mundo precocinada, alcanzable, entendible y posible, independientemente de su veracidad.

Dichas propuestas chocan contra el tedio imperante. Gutiérrez-Rubí apuntaba que ‘’una gran parte de la sociedad considera que la política está hoy en día muy desacreditada y con el nivel más bajo de confianza, también las instituciones que la representan. Pero no se puede hacer de la desilusión el único camino por recorrer.’’

Siguiendo la misma línea, uno podría pensar que el relativismo, o en su defecto la aceptación de la imposibilidad de entender el mundo en términos absolutos, puede desembocar en la parálisis, inacción o absentismo, lo que vendría a ser no querer participar en la deliberación pública.

Pongamos el foco sobre occidente: Un mundo laboral profundamente volátil, los polos de poder mundial tomando nuevos rumbos – desoccidentalización en beneficio de la multipolaridad – y una estructura económica substituida por fórmulas que han desplazado a segmentos poblacionales notables.

‘’El poder financiero se ha impuesto al poder político, y eso desconcierta a los ciudadanos. La democracia no funciona. Nadie entiende la inercia de los gobiernos frente a la crisis económica. La gente exige que la política asuma su función e intervenga para enderezar los entuertos. No resulta fácil; la velocidad de la economía es hoy la del relámpago, mientras que la velocidad de la política es la del caracol […] Vuelven los grandes pánicos ante amenazas indeterminadas como pueden ser la pérdida del empleo, los choques tecnológicos, las biotecnologías, las catástrofes naturales, la inseguridad generalizada… Todo ello constituye un desafío para las democracias.’’ (Ignacio Ramonet, 2023) Más leña: El 95% de la riqueza total de las clases medias españolas proviene de riqueza heredada (OECD, 2021), lo que significa que la vaporosa clase media está falseando su estatus de normalidad económica vapuleando las herencias de sus padres.

La ultraderecha es una respuesta al miedo. Ofrece una narrativa clara, sin importar su veracidad, señalando los fantasmas de un mundo cambiante. Utiliza la potencia argumental del enemigo común e invoca algo que muchas veces se ha ignorado deliberadamente: La esperanza.

La esperanza cómo arma retórica puede tomar muchas formas. Esperanza para recuperar un pasado idealizado, un pasado dónde teníamos sentido; Esperanza para ser algo que no existe; Esperanza para escapar de un presente indescifrable; Esperanza para lo que sea, menos lo que hay ahora.

¿Qué fue el Make America Great Again sino un aullido desesperado?

La contradicción de los grupos ultraderechistas es que fomentan la participación política desde una posición de amenaza al statu quo. Podrían incluso tratarse de los más activos en su campaña de derribo. La esperanza espolea sin distinciones.

Contra quienes han zanjado el debate de la ultraderecha tratándolos de grupos movidos por el odio, les invito a preguntarse si ese odio es percibido cómo tal por parte de sus miembros. Dudo que ellos mismos se entiendan cómo los malos de la película. Recordad que nadie acostumbra a tener el espejo sucio cuando se refleja en él.

 

Àlex Llonch es consultor de comunicación política (@llonch_alex)