CARLOS MAGARIÑO
Mario Draghi es lo que se denomina un tecnócrata: del vocablo griego tékhnē, define lo “técnico”, lo “eficaz”. En nuestros tiempos, suelen ser personas con estudios en las más prestigiosas facultades a los que, en aras del bien común, se les proporciona poder ejecutivo y la capacidad de tomar decisiones en un determinado polo de poder. Una de las grandes taras que se les atribuye a estos individuos son sus carencias comunicativas, la dificultad que tienen para exponer de manera adecuada a la ciudadanía sus planes y objetivos, siendo este uno de los argumentos que explica su limitada legitimidad en la sociedad. Así, se les suele acompañar de políticos de turno, esos legitimados por la ciudadanía y que supuestamente tienen las herramientas comunicativas necesarias para convencer a la ciudadanía. No obstante, la persona sobre la que versa parte de este artículo parece ser diferente: Mario Draghi decidió cambiar el paradigma existente.
26 de julio del año 2012, los mercados globales temían por la caída del club europeo, la moneda común languidecía y naciones como Grecia, España o Italia temblaban ante los intereses crecientes y las primas de riesgo al alza. En ese momento se le acuñó al romano su sobrenombre, “Super Mario”: compareció ante la prensa, con su “whatever it takes to save the euro”, su promesa de que el Banco Central Europeo tenía las armas suficientes para que la zona euro resistiera, haciendo todo lo que fuera necesario para tal misión. “And believe me, it will be enough”. El poder de la comunicación en su máximo esplendor.
Crisis, desconfianza y discurso
Dicho y hecho: discurso firme, conciso y que proporcionaba garantías. Certitud en tiempos convulsos, seguridad ante el precipicio. Las plazas bursátiles de los países sureños subieron, sus primas de riesgo bajaron, los mercados daban la aprobación al discurso de Draghi. El romano expresó las palabras correctas en el momento adecuado, en un contexto de emergencia expuso una nueva arma no antes utilizada por el BCE: la comunicación y el discurso.
Todo en economía -como en la vida- son expectativas y esperanzas. Actuamos por sentimientos, deseos y proyecciones, nos gusta oír a alguien convincente diciéndonos que todo irá bien. El problema es encontrar a esa persona, un individuo que sea respetado y que provoque consensos en amplias bases de la población: Draghi es ese tipo de individuos.
En un mundo polarizado, antes la Unión Europea y ahora Italia decidieron encomendarse a un líder de renombre, a un fiel exponente de lo que supone ser un referente. Nuestras sociedades se están volviendo cada vez más desconfiadas, situación creada a partir del gran número de inputs que acogemos en nuestras mentes de manera diaria: ya no sabemos en quién creer ni en quién confiar. Ya no hay individuos de consenso, esos que no sólo caen bien, sino en los que nos fiamos.
Fundamentos comunicativos
No existe una fórmula mágica para realizar el discurso perfecto, ese utilizado por un líder para impactar de manera eficiente en la ciudadanía, obteniendo así su confianza y estima. Sin embargo, si podemos encontrar distintos elementos que nos ayudarán en esta tarea, éstos son cinco: mensaje conciso, individuo con poder real, propia convicción, storytelling y antecedentes que le precedan.
Primeramente, realizar un mensaje sencillo y fácil de comprender serán elementos predominantes para obtener éxito en nuestra tarea. Hay líderes que deciden realizar extensos alegatos que, aún tener un mensaje intrínseco, no son definidos de manera clara a la ciudadanía. Si de verdad se busca impactar, las consignas deberán ser introducidas desde el inicio, cuando los espectadores están llenos de energía y dispuestos a escuchar a su líder. Además, encontrándonos hoy en una sociedad dispersa y para la cual es complejo mantener la atención de manera indefinida, desarrollar los puntos más importantes en un período corto de tiempo será una de las claves para que los fundamentales del anuncio sean recordados y comprendidos.
Así, aún ser el discurso y su mensaje importantísimos para el éxito, la persona encargada de comunicarlo tendrá un papel definitorio. El poder real y efectivo del individuo que pronuncia el mensaje surge como un elemento a tener en cuenta, especialmente para que éste no se quede en papel mojado y las palabras parezcan vacías y con un limitado recorrido efectivo. Además, la propia convicción en las palabras proferidas acabará otorgando un cariz de realidad al proceso de convicción de la ciudadanía, para el cual será necesario un líder autoseducido por lo que está diciendo y por lo que pueden provocar sus palabras.
Pero no solo la propia acción del líder será definitoria en el impacto del discurso, sino también su historia personal y así su storytelling. Siempre nos resultará más convincente una persona que tiene una historia detrás que avala sus palabras, ya que le imprime una mayor potencia discursiva y así un valor creciente a lo que está exponiendo. En un mundo plagado de información y fake news, observar la acción de alguien real que, discurso mediante, quiere impactar en ti y en tu concepción sobre una situación concreta es un elemento a tener muy en cuenta. Así, además de que la historia del individuo avale su discurso, sus antecedentes tanto personales como profesionales serán un elemento más a favor del líder y su proclama.
Los peligros de idealizar el pasado
Se suele decir que los líderes del presente no tienen la talla de los del pasado: que Boris Johnson es otro privilegiado pupilo de Eton que acaba en puestos de liderazgo, pero que sin embargo no se parece en nada al líder que supuso Winston Churchill. O que Adolfo Suárez fue el hombre de estado que ningún otro presidente español es ni será. Sin embargo, el contexto pocas veces es tenido en cuenta, y menos aún la preponderancia que tiene éste en los relatos del pasado.
A pesar de este discurso tan extendido, la situación actual no es que los líderes actuales tengan peores speech writers, menor carisma o que en cómputo general sean inferiores. La cuestión es que a los grandes líderes de la historia se les fue creando un relato que potenciaba sus palabras, percutiendo en los aspectos diferenciales que hacían sus discursos un arma potente en momentos decisivos para el devenir de su nación, y en ocasiones para la totalidad de la civilización. Los discursos suelen incrementar su impacto cuando la sociedad se encuentra en una situación límite y transformadora, cuando una guerra asola el continente o cuando una pandemia pone en jaque las estructuras establecidas. La pregunta no es si Churchill tenía más madera de líder que Johnson, sino el contexto en los cuales actuaron cada uno, la confianza que tenía la sociedad en la política en cada época o cómo desde el futuro se idealiza al pasado.
Puede que el This was their finest hour pronunciado por Sir Winston Churchill haya sido edulcorado por Hollywood, o el blood, toil, tears and sweat en la House of Commons no impactara en tal manera en los británicos de la época. Así, puede que la historia no sea otra cosa que un recuerdo borroso que es transformado por la literatura y el cine que, en aras de idealizar momentos y líderes, acaban beatificando la política del pasado.
El futuro que viene
La política es emoción, es fuerza en momentos decisivos, en momentos clave que pueden cambiar el devenir de la historia. El gran problema es que nos encontramos en una época en la cual ensalzamos cada situación como si fuera excepcional e irrepetible, cada proceso como si fuera el definitivo, cada movimiento social como si fuera definitorio. Después todo, sabemos que todo no es más que nada.
No todos los discursos deben ser disruptivos -ni menos aspirar a serlo-, no debemos tener la necesidad perpetua de trascender con cada una de nuestras acciones. La problemática de la progresiva reducción de legitimidad política sobreviene cuando se tiene una sensación de irrealidad, de palabras vacías, de mundos imaginarios. Así, cuando vuelvan de nuevo los tiempos oscuros, esos en los que se necesitan líderes a quienes escuchar y personas a quienes creer, no tendremos a nadie que nos guie en el camino.
Observar a los líderes del pasado y cómo se supone que fueron no hacen más que ocultarnos una realidad cada vez más compleja, en la cual la ciudadanía no confía en demasía en sus líderes y los discursos grandilocuentes no tienen impacto ni en los momentos más cruciales. En estos momentos los grandes referentes se necesitan cada vez más, no para que sean nuestros sherpas en la oscuridad, sino para que se pongan a nuestro lado y entiendan las problemáticas reales de una manera real.
La pandemia de la COVID-19 ha sido la prueba piloto que nos ha presentado las deficiencias de liderazgo y gestión comunicativa que tiene la clase política. Una clase que tiene la necesidad imperiosa de atención, la cual consiguen, pero no utilizan para potenciar mensajes ni legitimar políticas. Mario Draghi es el paradigma del líder del pasado, ése que aunaba sensibilidades en aras de obtener el bien común, esa clase de liderazgos que antes existieron y que parece que nunca volverán, esos individuos que eran respetados y cuasi idolatrados. Una vez más, el futuro parece oscuro y el pasado perece ante nuestra mirada.
El viejo mundo se muere. El nuevo tarda en aparecer. Y en ese claroscuro surgen los monstruos.
Carlos Magariño es estudiante de Ciencias Políticas en la Universidad Pompeu Fabra. Miembro del espacio La Cúpula (@cmagfer)