SANTIAGO CASTELO
Para Marcos Novaro –a quien ya tuvimos la suerte de leer en Beerderberg– existen dos grandes grupos de votantes: el de los escépticos y el de los esperanzados. El primero es el de los electores que, tras sufrir varias decepciones, desconfían de los políticos, creen que todos son iguales. Estos votantes incrédulos participan –cuando lo hacen– movidos por un deseo de venganza hacia quienes están en el poder (voto de castigo) o bien buscando perjudicar a quien creen que lo haría todavía peor (voto útil). En cualquier caso, actúan sin abandonar el “blindaje cínico” que les caracteriza y sin esperar nada de una política que les resulta completamente ajena. El otro gran grupo es el de los esperanzados, los que creen que más temprano que tarde aparecerá un líder o un partido distinto que, finalmente, se ocupará del interés colectivo y no del propio (una especie de liderazgo carismático weberiano). Hasta que eso suceda, al votante esperanzado no le queda otra que mantenerse informado del acontecer político y, de vez en cuando, probar suerte con alguna nueva figura o partido. Su esperanza y su relativo optimismo conviven con una alta dosis de indignación.
Los escépticos y los esperanzados son los dos extremos del continuum que Novaro nos presenta para explicar la “neurosis política”, esto es, la relación compleja que el ciudadano ha desarrollado con la política y los políticos, un malestar que le impide actuar de manera crítica y constructiva. Su Manual del votante perplejo. Una terapia en seis pasos contra la neurosis política (Katz, 2015) busca convertirse en una sencilla guía práctica para combatir esta neurosis y así “ofrecer una terapia para calmar la incomodidad y el disgusto con que unos y otros viven su relación con la política”. De este modo, con una prosa que por momentos nos recuerda a la utilizada por David Runciman en su ensayo Política (Turner, 2014), el sociólogo argentino nos propone seis pasos en igual cantidad de capítulos: (1) ordenar, evaluar y usar bien la información disponible, (2) distinguir entre la buena y la mala política, (3) evaluar las consecuencias inmediatas y mediatas que tienen las decisiones y acciones políticas, (4) distinguir las funciones de los líderes, partidos e instituciones y conocer las reglas de juego, (5) fijar una posición de distancia e independencia ante los actores políticos, y (6) aprender del pasado y no pretender cambiarlo.
La neurosis de los electores es, no obstante, tan sólo una parte del problema de la política actual, y le corresponde al lado de la demanda, a los ciudadanos. Para analizar el lado de la oferta, Novaro establece una nueva tipología de actores políticos (que son, en realidad, momentos o estados por los que pasan constantemente nuestros gobernantes): altruistas, quienes tienen como prioridad hacer el bien, incluso cuando eso les perjudique a ellos; estrategas, quienes benefician a los ciudadanos al tiempo que hacen otro tanto por sí mismos; saqueadores, quienes perjudican a los gobernados para beneficiarse ellos; y, por último, tontos, quienes perjudican a la sociedad y se perjudican ellos mismos por no saber calcular las consecuencias de sus actos o por perseguir objetivos que son absurdos. Los grupos más comunes son los saqueadores (característicos de los sistemas extractivos) y, en menor medida, los estrategas (propios de los sistemas inclusivos). Pero más allá de esta clasificación, Novaro nos advierte que la política es, en esencia, manipuladora. Todos los políticos, sin excepciones, desean poder; y para conseguirlo y retenerlo el mayor tiempo posible necesitan que nos hagamos ilusiones, que creamos en ellos, en sus ideas, en sus propuestas. Por tanto, “quien triunfe en política será siempre en alguna medida un farsante y un simulador”, revela Novaro, dejando entrever, quizá, algo de su cinismo.
En lo que probablemente sea el primer manual de autoayuda político de la historia, Marcos Novaro dota a los neuróticos políticos de algunas herramientas para enfrentar y lidiar con políticos que padecen trastornos más graves y destructivos. Nos advierte, sin embargo, que esta terapia no es infalible y que, es más, ni siquiera es suficiente. Pues, tal como sucede en toda relación (amorosa o no), el éxito o fracaso depende de dos. Nosotros, los electores, “podremos, con el tiempo, ir haciéndonos una idea más ajustada de lo que conviene, la forma en que funciona la maquinaria política, el tipo de comportamiento que suele ser más productivo y también los que pueden ser más nocivos, lo que puede cambiarse y lo que de todos modos va a suceder y habrá que soportar”. Pero necesitamos que nuestros gobernantes y políticos también participen y se involucren en este proceso terapéutico, que se comprometan con la construcción de democracias más inclusivas. Necesitamos una terapia, sí, pero de pareja.
Santiago Castelo es consultor de comunicación en Ideograma. (@santiagocastelo)
Publicado en Beerderberg
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