MIGUEL CANDELAS
“La política y el amor se parecen mucho, ya que su verdadero rostro queda siempre oculto bajo el velo del mito, del ceremonial y de la magia verbal; es decir, de lo irracional”.
Georges Burdeau, La politique au pays des merveilles
El escritor francés Christian Salmon, en su obra «Storytelling», considera que el relato es la estrategia de Sherezade (la bella concubina que mantenía su vida hechizando al califa de Bagdad con sus cuentos de Las Mil y Una Noches), es decir, el recurso narraivo por antonomasia con el que cuenta la propaganda política, puesto que constituye una máquina capaz de formatear las mentes de los ciudadanos. De hecho, si buceamos a lo largo de la historia de la humanidad, descubrimos que dicho arte en ningún caso es nuevo, ya que los relatos siempre han sido utilizados como estrategias de comunicación y propaganda en todas las épocas y sociedades, desde los cuentos alrededor de una hoguera en el seno de una tribu paleolítica hasta los cantares de gesta medievales entonados por los juglares.
Hoy en día, en una sociedad bombardeada de mensajes a través de múltiples canales (televisión, internet, redes sociales, etc.), se producen los efectos colaterales de la saturación y del escepticismo, provocando desconfianza y resistencia hacia el emisor. Para flanquear dichos obstáculos, resurge el relato como arma propagandística, ya que su carácter conflictivo y secuenciado permite al emisor destacar por encima del resto de competidores, proponiendo un tipo de mensaje que capta y mantiene la atención del receptor, al generar en su cerebro expectación, intriga y ansia por conocer y ser partícipe de la evolución y del desenlace final de la historia. Y el mito es el núcleo central en torno al que se articula cualquier relato.
I – El mito: un recurso persuasivo a caballo entre la religión y la política
La palabra mito, que proviene etimológicamente del griego «mythos», viene a significar literalmente cuento o relato, contrapuesto al «logos», conocimiento o ciencia. A lo largo de la historia se le ha considerado generalmente como parte indisociable de la religión, en el sentido de evocar sentimientos mágicos y sagrados. No obstante, como bien señalarán autores franceses como Georges Sorel o Roland Barthes, el mito va más allá de lo meramente religioso al llegar la modernidad, provocando que toda idea en un momento dado pueda ser susceptible de ser «mitologizada» con objetivos publicitarios o propagandísticos.
Y es justamente esta característica la que queremos abordar en este artículo: es decir, cómo los relatos míticos o mitologizados se convierten en poderosas estrategias de propaganda, o dicho de otro modo, como los mitos pueden acabar constituyendo mitos políticos. Ello se debe a que es en el terreno de lo político, caracterizado por un fuerte componente teatralizador, dramatizador y pasional, donde los mitos alcanzan una mayor vitalidad, más si cabe en la actualidad, donde la creación constante de mitos es efectuada por gabinetes de comunicación con el objetivo de dotar de magia, épica y heroicidad a los discursos políticos. A diferencia de los razonamientos empíricos, los mitos no necesitan de veracidad histórica y sirven para construir la realidad de un modo intuitivo, a imagen y semejanza de como lo hacen los artistas.
Por ello, la importancia política que encierran los mitos es la de su enorme capacidad de movilización social. No obstante, en ningún caso el mito político puede aplicarse únicamente como explicación de los procesos de cambio político, ya que igualmente, su carácter de historia sagrada, ejemplar y significativa que da sentido a la historia del mundo, escenificada en torno a ritos o convencionalismos, lo convierte también en un poderoso instrumento al servicio del poder establecido para el mantenimiento del statu quo.
Igualmente, el mito (como elemento central del relato que es) consta de una estructura denominada «mitologema» formada por un conjunto de ideas, imágenes y símbolos que se articulan en torno a un personaje, un episodio histórico o un dato de la realidad. Dicho de otro modo, un mito político no tiene por qué ser necesariamente sinónimo de falsedad, y de hecho, generalmente está basado en un núcleo centrado en un hecho real, pero añadiéndole al mismo atributos mágicos y épicos que no tiene. Debido a ello, el mito margina los elementos positivos o negativos en función de los intereses del propagandista, establece conexiones inexistentes y reduce sus complejidades a simplificaciones maniqueas.
Finalmente, pudiera parecer que en tanto que historias mágicas y heroicas, los mitos políticos son cosa del pasado, o como mucho, propio de regímenes autoritarios y totalitarios, pero es precisamente en nuestras democracias liberales de la postmodernidad donde están proliferando una gran colección de mitos políticos (antiguos y nuevos) con el fin de que los actores políticos logren legitimación y movilización dentro de sus juegos de poder en la esfera pública, por lo que se convierte también en la actualidad en un tema de suma importancia, tanto en el terreno de lo religioso como de lo secular.
- Mitologías políticas, transferencias de sacralidad y la vía de aproximación periférica
Existen infinidad de mitos políticos, por lo que resulta útil establecer una tipología que plantee las mitologías políticas más universales, recurrentes y permanentes, más allá de las distintas épocas y las sociedades. El historiador francés Raoul Girardet, a través de un minucioso estudio sobre la construcción de los valores revolucionarios de la República Francesa en su obra «Mitos y mitologías políticas», clasificó las mitologías políticas en cuatro grandes tipos: el mito de la conspiración (donde entraría la construcción diabólica del enemigo único y de las fuerzas del mal), el mito del salvador (donde irrumpe un liderazgo mesiánico, que puede ser tanto individual como colectivo), el mito de la edad de oro (de origen milenarista y necesario para que la «segunda venida» de ese mesías sea creíble) y el mito de la unidad (que enlazaría con la agregación de mayorías sociales de Antonio Gramsci, la regla de la unanimidad de Jean-Marie Domenach y la espiral del silencio de Noelle Neumann).
Otro elemento fundamental para comprender la dimensión política del mito es el concepto de transferencia de sacralidad, acuñado por el historiador español Antonio Elorza. Dicho concepto nos habla de cómo en las sociedades modernas, la religión se adentra en el terreno de lo político de dos maneras distintas: o bien en la forma de religiones políticas, las llamadas «revancha de Dios» y «recurso a lo religioso» tales como el islam político, el sionismo religioso o la nueva derecha cristiana, o bien en la forma de transferencias de sacralidad, es decir, cuando el discurso político se rodea de elementos mágicos y heroicos que tratan de sacralizar su razón de ser. Es lo que de otra manera sostiene el filósofo alemán Ernst Cassirer cuando menciona que el líder político mesiánico debe ser tanto «homo magus» como «homo faher», en aras de apuntalar su poder, ya que en el reino de lo político la palabra mágica tiene preponderancia sobre la palabra semántica, y pone como ejemplo a los líderes totalitarios, los cuales llegan incluso a asumir funciones que en las sociedades primitivas estaban reservadas a los magos. Igualmente, el politólogo francés Georges Burdeau se dedica en su obra «La politique au pays des merveilles» a resaltar la irracionalidad de lo político y su parentesco con lo maravilloso y lo mágico, para lo que utiliza la comparación entre la política y el amor, sosteniendo que ambas tienen como objetivo la supervivencia del grupo, pero que para lograrlo no escatiman en emplear medios irracionales en el proceso de seducción.
Pero la verdadera clave de la centralidad del componente mítico en la estrategia propagandística, se encuentra en lo que los comunicólogos Anthony Pratkanis y Elliot Aronson denominaron en su obra «The era of propaganda» las vías de aproximación persuasiva central y periférica. Para estos autores, cuando el emisor utiliza una ruta central, provoca que el receptor piense ampliamente sobre el mensaje y sea racional y escéptico ante él, ya que el mensaje pasa por diferentes procesos y etapas de análisis. En cambio, la vía periférica constituye un atajo cognitivo, activado por señales periféricas y emocionales como el humor, la ira, el miedo, la esperanza o el deseo. Por ello, el mito constituye una de las más fuertes formas de aproximación periférica al receptor, ya que justamente vacía de racionalidad y escepticismo al hecho político, y en su lugar lo llena de emoción, pasión e idealismo, haciéndolo muchísimo más persuasivo y cautivador para la mente del receptor. De este modo, la vía de aproximación periférica se convierte en una de las más poderosas armas psicológicas de las que dispone la propaganda.
III. Elementos del mito político: heroismo, arquetipos, fin de los tiempos y escenificación ritual
No obstante, además de la aproximación periférica como elemento cognitivo esencial que juega el mito desde un punto de vista comunicacional, si ahondamos aún más en las funciones propagandísticas de las mitologizaciones políticas, nos encontramos con los siguientes cuatro elementos principales.
En primer lugar, el componente heroico. El cineasta y guionista Christopher Vogler publicó hace ya más de una década una obra titulada «El viaje de un escritor», llevando a la práctica las teorías del “viaje del héroe” creadas por el mitógrafo Joseph Campbell. Este apasionante “viaje del héroe” estaría dividido en doce etapas: el mundo ordinario, la llamada a la aventura, el rechazo de la llamada, el encuentro con el mentor, el cruce del primer umbral, pruebas (encuentro con aliados y enemigos), la aproximación a la caverna más profunda, la odisea, la recompensa, el camino de regreso (cruce del segundo umbral), la resurrección (el combate final) y el retorno con el elixir. Como se observa, se trata siempre de un viaje cíclico que el héroe emprende caminando desde el mundo ordinario al mundo extraordinario, para nuevamente retornar al mundo ordinario con el elixir mágico obtenido en el mundo extraordinario.
En segundo lugar, el uso de los arquetipos. Los arquetipos son patrones anclados en el inconsciente colectivo, y por ello, actúan siempre dentro de los relatos al margen de la sociedad, la cultura o la civilización en la que se enmarquen. El guerrero, el sabio, el seductor, el libertario, son imágenes presentes en lo más profundo de nuestro cerebro, y que obedecen asimismo a contradicciones muy importantes que los relatos generalmente tratan de resolver (la valentía del guerrero, el aislamiento del sabio, la ingenuidad del romántico). Por ello, resultan herramientas de persuasión tan útiles y poderosas, ya que captan la atención de los receptores y los hacen partícipes de dicha significación, dando al relato mítico la conflictividad necesaria para que resulte más estimulante. Este uso propagandístico de los arquetipos jungianos para hacer más persuasivo al mito no viene sino a confirmar la vieja sentencia del filósofo chino Confucio, que ya hace dos milenios sostenía «las palabras son enanos, los ejemplos gigantes».
En tercer lugar, el componente apocalíptico. El historiador del arte Julio Amador Bech, sostiene en su obra «Las raíces mitológicas del imaginario político» que desde la división tripartita del milenarismo medieval de Joaquín de Fiore se sentaron las bases teóricas y propagandísticas para que los movimientos sociales y las sublevaciones políticas adaptaran las metáforas y las ideas apocalípticas para sus fines políticos. Es lo que se conocería como el mito del fin de los tiempos, una estructura tripartita, basada en las ideas de maniqueísmo (lucha entre el bien y el mal), apocalipsis (llegada inminente del combate final) y edad de oro (advenimiento del mundo ideal y utópico), que se convierte en un agente movilizador clave en toda ideología política con componentes míticos, enlazando con los mitos de la conspiración de Girardet. Ello puede ser igualmente aplicable desde las profecías religioso-políticas hasta las ideologías utópicas laicas como el fascismo, el socialismo o incluso la propia democracia liberal (donde especialmente se observa en los partidos políticos de la oposición que aspiran a llegar al poder). En otras palabras, para que un mito político pueda ser realmente movilizador, tiene que analizar la realidad en términos dicotómicos sin dar lugar a las opciones intermedias y matizables, tiene que mostrar que el combate final contra esas fuerzas del mal está a punto de producirse (de modo que los receptores lo vean al alcance del propio espacio temporal de su existencia, y que por lo tanto, se sientan incitados a ser partícipes de él), y finalmente, tiene que asegurar el triunfo final de las fuerzas benévolas, lo que dará lugar al advenimiento de una nueva edad dorada (que en la mayoría de los casos existió ya en algún momento o lugar de la escala espacio-temporal, en lo que se considera el «paraíso perdido» o relato mítico originario). Según sostiene el historiador español Manuel García Pelayo en su obra «Los mitos políticos», existe un complejo mito recurrente, reproducido en distintos contextos y con distintos contenidos, pero respondiendo siempre a un mismo mitologema originario: el mito del fin de los tiempos (la pugna irreductible entre el héroe y su antagonista, a cuyas imágenes acudirá la actitud mítica del actor político para configurar al enemigo, y por ende, a sí mismo).
Y finalmente, en cuarto lugar tenemos la escenificación ritual. Los ritos son ceremoniales que escenifican el mito, permitiendo así que el receptor se implique y lo asuma como parte de su vida, por lo que están directamente asociados con la dramatización y la teatralización. Con respecto al campo específico de la política, el sociólogo Luis Arroyo señala en su libro «El poder político en escena», que la política es ante todo una actividad de teatralización, dramatización y escenificación, ya que el cerebro humano más que la verdad, busca evitar la disonancia cognitiva entre lo que ve y lo que cree, y por ello, utiliza símbolos que construyen relatos míticos que dan sentido a nuestra existencia. Así, los políticos terminan siendo no más que actores que escenifican un papel dentro de un contexto de significado, siendo tan importante como conocer las fuentes del poder, el descubrir qué se esconde entre bambalinas de las representaciones, símbolos y liturgias del poder. El filólogo Adrián Huici Módenes también menciona a este respecto que todos estos aspectos de la ritualización interesan no sólo a la política, sino también a la propaganda, ya que, fuera de los despachos en los que se toman las decisiones políticas y se firman los decretos, la tarea política es básicamente un interminable ceremonial con sentido propagandístico que trata de proyectar la faceta mágico-litúrgica de aquellos seres humanos que mandan o que aspiran a mandar.
IV – El mito político en la propaganda contemporánea
A partir de la Revolución Francesa, cristalizará esta nueva forma de mito político laico, dando lugar a la secularización del universo mítico. Hasta la fecha, resultaba muy difícil separar el mito político de la esfera religiosa, ya que los poderes político y religioso se encontraban casi siempre unidos en la figura de un rey-sacerdote (Mesopotamia, Persia, Roma), de un dios terrenal (Egipto, China, Japón), o como mucho, de un vicario de la divinidad en la Tierra (Imperio Maurya, Europa Cristiana y Califato Islámico). Sin embargo, a partir de la Ilustración, las nuevas ideologías laicas provocarán un fenómeno inédito: lo profano invadirá el territorio del mito. En efecto, las nuevas ideologías de la modernidad (nacionalismo, liberalismo, socialismo) seguirán recurriendo al mito como estrategia de propaganda, pero concretamente a un nuevo tipo de mito político donde el elemento mágico y religioso será sustituido por el heroico y el épico.
Así, en los nacientes Estados-nación, influenciados por el simbolismo del neoclasicismo francés y del romanticismo alemán, germinarán dos tipos de mito nacional fundacional que harán referencia en cada uno de los casos a dos sujetos: la nación y la etnia. Si bien la nueva ideología laica y republicana tendrá un fuerte componente mítico en la sacralización de las epopeyas nacionales, será sobre todo el nacionalismo alemán el que recurrirá a formas míticas mucho más irracionales, que tendrán su culminación en la etapa del nacional-socialismo. Alfred Rosemberg será el inventor del mito nazi basado en la idea milenarista de las tres edades (los tres «reich» sacroimperial, prusiano y nacional-socialista), en la pureza de la sangre y en el hombre nuevo, el cual utilizado propagandísticamente por Joseph Goebbels, contribuirá al ascenso de Adolf Hitler al poder. Igualmente, encontramos ciertos elementos de la mitología pagana nórdico-germánica, como es el caso del suicidio colectivo de toda la cúpula nazi, en clara alusión a la destrucción de los guerreros del Walhalla en el «Ragnarok», el combate final entre las fuerzas de Thor y las de Loki, donde perecerán todos los dioses y demonios, lo que así dará lugar en el futuro al renacimiento de un nuevo mundo. En el otro extremo del campo ideológico, el socialismo real tendrá paradójicamente también un fuerte componente mítico, y la estructura del milenarismo cristiano medieval será resignificado secularmente en el mito comunista (maniqueísmo entre burguesía y clase obrera, combate apocalíptico y dictadura del proletariado, para llegar finalmente a la edad de oro de la sociedad sin clases, que al igual que el paraíso perdido en el mito religioso, habría existido ya en el paleolítico, en la forma de comunismo primitivo), construcciones discursivas que se encuentran tanto en los escritos de Karl Marx como en los de Lenin o Mao Tse Tung.
Y en ningún caso el nuevo mito laico será exclusivo de los regímenes totalitarios, ya que en la democracia liberal será utilizado aún más si cabe, tanto en campañas electorales como en campañas bélicas en las que se necesita el apoyo popular, y obviamente, Estados Unidos constituirá el mejor ejemplo. Desde asesores de la Casa Blanca hasta publicistas de consultoras privadas, pasando por guionistas de Hollywood o estrategas en guerra psicológica del Pentágono, se irán inoculando en las mentes de los ciudadanos estadounidenses toda una serie de mitos políticos de origen, renovación y fin de los tiempos (la frontera, el destino manifiesto, el guardián del mundo libre) que cosecharán auténticos éxitos en movilizaciones belicistas, campañas electorales y luchas sociales (Roosevelt, Kennedy, Martin Luther King).
Para concluir, ya en nuestra época de la sociedad del conocimiento, el mito político lejos de desaparecer se ha adueñado de nuestro entorno, ya que las nuevas teorizaciones (llevadas a cabo en las escuelas de marketing) lo han convertido en una estrategia persuasiva, ya no intuitiva y subyacente, sino consciente y sistematizada. Además, las nuevas revoluciones tecnológicas del últimos siglo y medio han revolucionado el fenómeno de la propaganda y multiplicado sus posibilidades, y si en el siglo XX fueron la radio y la televisión los que posibilitaron las campañas de propaganda nazis, comunistas y occidentales, hoy en día son internet y las redes sociales las que han abierto nuevos caminos para que el mito se vuelva incluso interactivo, ya que no hay mejor propaganda que la que el receptor cree que es obra suya propia. De este modo, en la actualidad vemos como tanto la publicidad comercial como la propaganda política utilizan constantemente mitos para utilizar esa vía de aproximación periférica y que seamos más vulnerables a su hechizo. Paralelamente, la ideología postmoderna ha provocado el regreso de los discursos religiosos a la esfera de lo político (derecha cristiana, sionismo religioso, islam político), de modo que si bien pudiera parecer que en la modernidad el mito político se había secularizado y ya solo pervivía enmascarado como transferencia de sacralidad, hoy de nuevo asistimos a su regreso desenmascarado en la forma de religiones políticas.
Dos ejemplos a este respecto, cada uno situado a un lado del espectro religioso, ideológico y geopolítico: la campaña desplegada por el gabinete neoconservador de George W. Bush en 2001, que bajo la dirección estratégica del asesor Karl Rove, logró vender las guerras de Afganistán y de Irak como dos acciones de redención legitimadas por el dios cristiano en una cruzada contra el nuevo anticristo islámico. En el otro extremo, el nuevo yihadismo de grupos como Al Qaeda e ISIS también plantea un universo docotómico entre «Dar-al-Islam» (territorio del islam) y «Dar-al-Harb» (territorio de guerra), cuyo final estará muy próximo cuando los guerreros del islam destruyan a los infieles de la “yahiliyya” (gobierno pagano) y se haga realidad el califato islámico ideal, recuperando el paraíso perdido de los tiempos del profeta Mahoma y de los cuatro califas “rashidun” (los bien guiados). Como bien sostiene el politólogo francés Gilles Kepel, los nuevos movimientos fundamentalistas religiosos llevan décadas infiltrándose lentamente en las redes comunitarias con diferentes estrategias pero con un mismo enemigo único: el laicismo de la modernidad.
V – Conclusiones
Como hemos visto, el mito político se convierte en estrategia de propaganda al ser el vehículo ideal para llegar a las masas por la vía cognitiva de aproximación periférica, elemento clave de la comunicación persuasiva y emocional. Al mismo tiempo, podemos destacar cuatro elementos principales que hacen que un mito político pueda ser un eficaz instrumento de propaganda: el componente heroico, el uso de arquetipos, el componente apocalíptico y la escenificación ritual. También, sería importante añadir el elemento originario, que aunque presente en la búsqueda de ese paraíso perdido que se produce en el mito del fin de los tiempos, tiene realidad propia y sirve para legitimar estructuras políticas, sobre todo en los modernos Estados-nación (padres fundadores, gestas heroicas del pasado, iconografía nacional, etc.).
En resumen, la revitalización de los mitos políticos, tanto en la forma secular de transferencias de sacralidad como en la abiertamente religiosa de las religiones políticas, unido a su utilización y auge en las escuelas de publicidad y marketing como instrumento para llegar a los «targets», hace más que nunca necesario el replantearse la forma de abordar el estudio de los mitos políticos desde perspectivas poliédricas que pongan el foco de atención en las construcciones discursivas y en la comunicación propagandística, elementos que siempre han sido claves en la historia política, pero que hoy en día todavía lo son más aún en la sociedad de las tecnologías de la información y de la comunicación, donde los conflictos políticos, ya sean religiosos o laicos, se han mediatizado tanto. Y es que si la política es una guerra y por lo tanto su territorio es el campo de Marte, tal vez los mitos como armas de seducción sean los hechizos de Venus que se usan para desnivelar la igualdad entre los ejércitos.
Miguel Candelas es Politólogo. Profesor de geopolítica y propaganda en la Universidad de Alcalá (UAH) y el Centro de Estudios de Geopolítica y Seguridad (CEDEGYS). Miembro de Cámara Cívica. (@MikiCandelas)
Ver todo el monográfico 16: «Propaganda política»
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