Los ataques personales generan desconfianza en la política

HECTOR MADARIAGA

Vivimos en un mundo polarizado en el que la ciudadanía desconfía de la política y la institucionalidad pública.  Esta desconfianza es originada por diversos factores, uno de ellos: la forma de debatir sobre temas de interés, en el que el argumento de ideas fue sustituido por el descrédito y los ataques personales.

La ausencia de debates de altura edifica una política cada vez más tóxica. Cada vez más alejada de las expectativas ciudadanas y cada vez más imprecisa en su afán por fortalecer la democracia y la gobernanza.

Todo se trata de una batalla de percepciones, del intento empedernido por convencer a las audiencias de interés y de tácticas y estrategias donde el contraste empezó a profanar los límites de la ética.

Con frecuencia vemos debates públicos donde se ataca al sujeto que emite un argumento para evitar que su postura sea tomada en consideración y, la discrepancia se circunscribe exclusivamente a la ofensa y no a la idea en cuestión.

Confrontar es válido, puede ser parte de una estrategia de contraste que resulte útil ante una coyuntura dada. El problema surge cuando se convierte en una estrategia fija y continuada a largo plazo donde se suplanta el debate de ideas por confrontaciones que se sustentan en mentiras y difamaciones.

Si el debate público se convierte en un ring de boxeo donde la única regla es el descrédito, se pierde de vista las expectativas que la ciudadanía tiene sobre el sistema de partidos que forman parte de una sociedad.

Basta con echar un vistazo al día a día de la gente. A su forma de ver e interpretar la vida, de escuchar sus preocupaciones e identificar sus heridas abiertas. Es en esta línea que debe desarrollarse el debate público: en el intercambio de ideas para resolver los problemas cotidianos de una ciudadanía cansada de la confrontación y sedienta de respuestas.

La ciudadanía carente de matrículas ideológicas y que por naturaleza le interesa resolver los problemas que le agobian, esperan de la política soluciones y propuestas, no solo confrontaciones. Omitirlo es una consecuencia de un problema más profundo: la desconexión entre políticos y ciudadanía.

El debate confrontativo se convierte en una rutina cómoda cuando los partidos políticos o los funcionarios de un gobierno están desconectados de la realidad ciudadana. Es un fenómeno que se agudiza no solo en América Latina, sino en democracias teóricamente más avanzadas como la europea.

Argumentan en función de sus realidades, sus sesgos y sus intereses, con frecuencia lo hacen para recordarle a la gente las conductas impúdicas del adversario, pero vivimos en un mundo hiperconectado, con una ciudadanía inundada de información a través de las redes sociales y medios de comunicación que les permite identificar las conductas y desempeños de su clase política.

La ciudadanía es consciente de la corrupción, la impunidad, la falta de transparencia y del papel que los políticos juegan en su desarrollo. Forma criterios que motivan su decisión del voto y sabe castigar a quienes no cumplen sus expectativas.

Para debatir hay muchas avenidas, la confrontación y el descrédito es una pequeña alternativa de una diversidad de opciones que permiten construir un horizonte potable para la influencia y posicionamiento de percepciones. Es decir, se puede convencer sin sustituir a las ideas por el descrédito y la confrontación.

Mantenerse conectados a los intereses ciudadanos también implica romper las barreras de la realidad que se interpreta, es decir: de los sesgos, puesto que con frecuencia la lectura de contexto falla y se cree que las conductas confrontativas seducen a quienes se quiere convencer.

Podemos llamar a esto: incomprensión del contexto y de la realidad que vive la gente y puede ser peligroso porque mientras el gobernante, el candidato o el partido político interpreta una realidad imprecisa, la ciudadanía sufre por problemas sobre los cuales no recibe propuestas ni soluciones.

Ya sea en la oposición o en el gobierno, los políticos cometen el error de creer que los no convencidos piensan igual a los que sí están convencidos con su enfoque ideológico o partidario, ya sea de derechas o izquierdas. Este factor también es un síntoma de desconexión.

En palabras simples: hay que romper la burbuja de los sesgos e ir más allá; al territorio de la gente, a los intereses colectivos, a la construcción de acciones, propuestas e ideas que generen memorabilidad y, en consecuencia: confianza, credibilidad y cercanía.

Más allá de las tácticas y estrategias, no hay que perder de vista la cercanía hacia la ciudadanía. Allí está la clave para construir democracia, aumentar aceptación o para que te voten.

Escuchar activamente los temores, retos y desafíos de la ciudadanía, debe ser un ejercicio permanente en una política llena de polaridades. La cercanía, credibilidad y confianza no se construyen a partir de las apologías de odio.

La desconexión es sumamente peligrosa porque genera decepción. La decepción lleva a la frustración. La frustración conduce al castigo. Y el castigo ocasiona la ruptura de los modelos de gobernanza que tradicionalmente conocemos.

Minimizar su importancia destruye cualquier intento de dignificar el ejercicio de la política, por tanto, para rescatar el debate público y convertirlo en un puente de consolidación democrática, hay que volver la mirada hacia lo que verdaderamente interesa a la gente.

 

Hector Maradiaga es periodista hondureño, máster en Gestión Estratégica de la Comunicación, Big Data y Proyectos. Actualmente soy maestrando del programa Marketing, Estrategia y Comunicación Política de la Universidad Autónoma de Barcelona. Soy consultor en comunicación organizacional, institucional y política. Como periodista tengo más de 13 años de experiencia en la cobertura de temas políticos y legislativos. Además, soy egresado de Canvas, de la certificación en Investigación y Neuropolítica y de Comunicación Gubernamental. (@tetomaradiaga)