Latinoamérica con perfume de mujer

ALBERTO PEDRO LÓPEZ-HERMIDA

No es sorpresa para nadie que Latinoamérica – ese continente largamente tildado de “machista” – esté dándole pautas interesantes a políticos y consultores del mundo entero en lo que a participación de la mujer en cargos políticos se refiere. No en vano, tres son las presidentas del barrio que, actualmente en el cargo, han logrado acceder a ese cargo en más de una oportunidad, lo que evidencia que este fenómeno no es casualidad.

La llegada hace medio siglo de la mujer a la esfera política fue ciertamente tímida y, con el paso de los años, no parece tomar el impulso que muchas veces se quisiera, y es un hecho incuestionable que cada vez que una candidata aspira, compite, gana y detenta un cargo de poder genera un impacto en su entorno, los medios de comunicación y la Opinión Pública en general.

Al respecto, parece importante que académicos y profesionales de la Comunicación Política reflexionen en perspectiva sobre el asunto, pues un error que suelen cometer ambos gremios es confundir el que una mujer aspire a un cargo de poder con las aspiraciones del feminismo clásico.

Y es que el feminismo ha evolucionado. Tras la publicación de El Segundo Sexo de 1949 de Simone de Beauboir y la consiguiente fundación del feminismo clásico las ideas han ido mutando, adaptándose y tomando perspectiva.

Y es que el feminismo de los 60s fue la respuesta “armada” a una situación de desigualdad que se arrastraba por décadas – si no siglos – y que privaba a las mujeres de estar en lugares, vivir experiencias y ejercer derechos básicos. Sin embargo, tal como ocurre con la respuesta a fuertes injusticias que vemos hasta el día de hoy, suele desbarrancarse al otro extremo y esa búsqueda originaria de igualdad y respeto termina por reproducir la desigualdad y prepotencia criticada previamente al “enemigo”. Quizás ahí radique el principal problema del feminismo original y es que dio demasiada fuerza a la idea de que el hombre es un enemigo como en ese momento lo podía ser la burguesía del proletariado.

Pasadas las décadas comenzó a asomar un nuevo feminismo, algo más templado y que, sin violencia, destacaba el que la mujer podía como nunca tomar las riendas de su vida. Posiblemente el ícono que mejor refleja esto sea Sex and the city y toda la literatura, ficción televisiva y cinematográfica que rodeó ese fenómeno. El Cosmopolitan de las protagonistas se enfrenta con altanería al Martini seco, agitado, no revuelto que por décadas pidió el macho alfa británico James Bond. El hombre, pues, ya no es necesariamente un enemigo a combatir, sino un objeto utilizable y desechable, como un par de zapatos.

Sin embargo, en el último par de años, a este “feminismo chic” lo comienza a desplazar un “feminismo pop”, ese que se toma el asunto con perspectiva ciudadana y cotidiana, lejos que cualquier ideología. Posiblemente el punto más fuerte de ese nuevo feminismo sea el discurso pronunciado el 20 de septiembre de 2014 por Emma Watson y que sirvió de hito para lanzar la campaña de ONU Mujeres #HeForShe. Los hombres desde entonces, pasan a ser oficialmente parte de la solución y no sólo protagonistas del problema.

Este camino que ha seguido el feminismo en las últimas décadas parece interesante a la hora de abordar una campaña política protagonizada por una mujer, pues la tentación a utilizar un discurso feminista clásico tiene riesgos evidentes: (1) termina por ser cansador y no pocas veces asfixiante al menos para el electorado masculino – tal como la prepotencia machista espanta con razón a las electoral -; (2) existe un riesgo fuerte a confundir el que la candidata sea mujer con el issue mujer del programa de gobierno. Así, muchas candidatas se han visto forzadas a defender agendas y proyectos feministas que originalmente no están en su ADN político; y (3), desde un punto de vista práctico, esta perspectiva feminista sólo puede ser utilizado durante una campaña: la primera. Si esa candidata busca la reelección, pierde valor ese discurso que dice que ella sería “la primera”.

Frente a lo anterior y con el feminismo pop desplegando toda su fascinación, parece urgente que los asesores se vuelquen menos al feminismo y apuesten más a la femineidad de las candidatas. Hacerlo con inteligencia y estrategia, permite esquivar el desgaste del discurso, mantener con prudente distancia el género de la candidata con el apartado de “mujeres” en su programa electoral y, desde luego, es una estrategia utilizable durante la campaña, extensible para la campaña permanente y reutilizable en una eventual re postulación.

Lo anterior parece validado en un reciente estudio en que se analizaron las campañas audiovisuales de 8 candidatas latinoamericanas: la peruana Keiko Fujimori, la argentina Cristina Fernández, la brasileña Dilma Rousseff, la mexicana Josefina Vázquez Mota, la colombiana Marta Lucía Ramírez, la costarricense Laura Chinchilla y las chilenas Evelyn Matthei y Michelle Bachelet.

La selección, aunque no exhaustiva, no fue fortuita. Entre todas ellas, hay candidatas que alcanzaron la victoria, incluso algunas por segunda vez; otras que perdieron, por poco y por mucho margen; dos que se enfrentaron entre ellas; unas que le arrebataron el poder a la oposición y otras que encabezan gobiernos de continuidad, etc.

De ese análisis se pueden desprender interesantes conclusiones, algunas que pueden parecer obvias – siempre lo parecen después de ocurrido el suceso – y otras de mucho provecho en el futuro del continente.

Por dar un ejemplo, las primeras campañas de Bachelet y Rousseff estuvieron impregnadas de referencias explícitas a su condición de mujer y estratégicamente cruzadas por el énfasis de decir que tanto Chile como Brasil se jugaban la oportunidad de tener por primera vez una mujer en el más alto cargo político. Sin embargo, ambas candidatas en su segunda campaña – la una con otro periodo de por medio y la otra inmediatamente – omitieron toda referencia explícita, volcándose absolutamente al programa electoral. En el caso de Bachelet es aún más fuerte pues, como suplemento, enfrentaba a Matthei, por lo que el género no era un valor diferenciador, menos en una perspectiva ideológica.

Fernández de Kirchner, en cambio,  en su primera campaña hizo menos referencias que sus vecinas al hecho de ser mujer, lo que le permitió durante su segunda campaña, poner especial énfasis en ello, abrazando el nombre femenino del país como eje.

Lo anterior está lejos de significar que las presidentas de Argentina, Brasil y Chile no utilicen hasta el día de hoy el hecho de ser mujeres. Desde luego lo hacen, pero ya no como parte de la batería ideológica que impregna cada rincón del discurso, sino como un sueva perfume que se aplica en momentos, instancias y asuntos específicos.

Alberto Pedro López-Hermida es Doctor en Comunicación Pública y profesor en la Universidad de los Andes

Publicado en Beerderberg

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