TEÓFILO BEATO
Amor-odio, intimidad-desconfianza, hielo-fuego. Con cualquiera de estos enfrentamientos terminológicos podríamos resumir la relación entre los Estados Unidos y la República Argentina. Dependiendo del espacio temporal en el que nos situemos, desde la Conferencia Panamericana de 1889, pasando por la posición argentina en ambas guerras mundiales, la cuestión Braden o Perón, las “relaciones carnales” de los 90s, o el fallido eje sudamericano de izquierdas nucleado en la UNASUR, podemos observar que el vínculo entre ambos países ha pendulado casi siempre entre extremos.
No obstante, a rigor de verdad y sin complejo de inferioridad, desde mediados del S XX, con el inicio de la debacle argentina y su pérdida de relevancia geopolítica, esta óptica suele ser eminentemente unidireccional, ya que es el país sudamericano quien ha estado generalmente más pendiente de su par continental, y no tanto en sentido inverso.
Al ser Argentina un país con elencos gobernantes regularmente ideologizados en exceso, expertos en negar falencias propias y repartir culpas a mansalva, la figura estadounidense resulta siempre funcional a ese cometido. Puntualmente, con la irrupción del peronismo a mediados de siglo, el discurso “anti-americano” suele sonar más fuerte cuando gobiernos de ese signo político ofician de inquilinos en la Casa Rosada, con excepción claro del gobierno encabezado por Carlos S. Menem (1989-1999), durante el cual el vínculo Norte-Sur fue íntimo. Recordemos que bajo la presidencia menemista se sancionó la Ley de Convertibilidad, bajo la cual un Peso tenía el mismo valor que un Dólar. Todos conocemos el resultado de ese experimento.
Por otro lado, y al igual que en el resto de América Latina, cuando el poder ha sido ejercido por gobiernos promercado o regímenes militares combatientes de la izquierda subversiva, la sintonía con los Estados Unidos siempre fue más fina y cercana.
La actualidad política
Ahora bien, centrándonos en presente y en el proceso electoral en curso en la primera potencia mundial, tenemos por un lado a un Donald Trump que, luego de obligar a quemar y reescribir todos los manuales sobre campañas políticas en 2016, busca su reelección y la consolidación de MAGA. Todo ello en medio de una tormenta perfecta, compuesta por la polémica gestión contra la COVID-19, la guerra comercial con China, y los graves conflictos sociales fronteras adentro.
En la vereda de enfrente se encuentra Joe Biden, número dos de Obama durante 8 años, quien ansía sobre el final de su derrotero político rematar la faena desde el Salón Oval. Con menos carisma que su rival y cuestionado sobre su entereza físico-mental, Biden ha sabido jugar sus cartas para obtener la nominación demócrata y liderar de momento los sondeos previos a la elección del 3 de noviembre, beneficiándose electoralmente del desgaste sufrido por Trump en los últimos meses por los motivos antes mencionados.
Mirando hacia Argentina, desde finales del año pasado el país es gobernado por el tándem Fernández-Fernández, Alberto y Cristina, o Cristina y Alberto, who knows?
Con un derrumbe histórico de PBI en el segundo semestre, un confinamiento que lleva más de seis meses, conflictividad social en aumento, y siendo un paciente que ya se encontraba en terapia intensiva antes de la pandemia, Argentina está caminando sobre la cornisa. Ante tal panorama, un Banco Central sin reservas, un cepo cambiario casi total y un nivel de actividad famélico, no son pocos los indicios que apuntan a una situación tanto o más aguda a la que se vivió a inicios del S XXI, con el agravante de que en esta oportunidad no se trata de una crisis local, sino que el mundo entero está recalculando su rumbo.
¿Qué esperar según quien ocupe The West Wing?
Lamentablemente, y con independencia de quien resulte ganador de las elecciones norteamericanas, no es esperable en mi opinión un cambio significativo en las relaciones entre Washington y Sudamérica en general, y Argentina en particular. Cuenta de ello dan las campañas de ambos candidatos y el contenido del primer debate presidencial que tuvo lugar en Cleveland.
Los hechos indican que con excepciones como Venezuela, el narcotráfico, la creciente influencia China, o alianzas estratégicas con países como Colombia, la indiferencia de Estados Unidos para con Sudamérica no es una tendencia reciente. Aunque puede haberse acentuado desde 2016, el desinterés ha sido palpable desde los atentados del 11 de septiembre de 2001, producto de los cuales Estados Unidos redireccionó su mira casi con exclusividad hacia Medio Oriente, luego tomando mayor relevancia Rusia, China y más próxima en el tiempo Corea del Norte. Dicho acontecimiento causal o casualmente coincidió con un rápido incremento de la presencia china en la región, a través de millonarias inversiones en infraestructura, energía y logística, por nombrar algunos rubros, que Estados Unidos ha intentado contrarrestar tibiamente con la iniciativa “América Crece” que, a diferencia del modelo chino, centrado en inversión estatal, intenta oficiar de puente entre empresas americanas y proyectos latinoamericanos.
Adicionalmente, y de forma similar a los gobiernos kirchneristas de 2003 a 2015, en los que el matrimonio presidencial tuvo entre sus principales aliados a figuras como Chávez, Lula, Correa o Evo Morales, el presidente Alberto Fernández iza la bandera de la izquierda latinoamericana, cuyos representantes confluyen hoy en el Grupo de Puebla, con posturas diametralmente opuestas a las estadounidenses.
El último hecho trascendente y lamentable de estos desencuentros ha sido la fallida y sonada campaña argentina para imponer a Gustavo Béliz como presidente del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), que será comandado por Mauricio Claver-Carone, máximo asesor de Trump para América Latina y primer presidente en la historia del organismo que no surge de la región.
Por lo comentado, y prestando atención a lo que vienen manifestando Trump y Biden, no se espera que quien resulte vencedor otorgue a Argentina mayor relevancia que la actual, lo cual difícilmente signifique una buena noticia para el país, que a su vez debe afrontar una crucial negociación con el FMI para la reestructuración de las obligaciones contraídas con el organismo, con sede en Washington.
Teófilo Beato Vassolo es Abogado por la Universidad Torcuato Di Tella (Argentina) y Máster en Comunicación Política y Corporativa por la Universidad de Navarra (@TeofiloBeato)