He de empezar, señores, expresando a todos mi más sincera gratitud por el entusiasmo con que han acudido a este acto en mi honor, que como tal lo estimo, y encargando a todos, un afectuosísimo saludo para aquellas corporaciones cuya representación ostentáis y que reunidas no hubieran tenido cabida en este local, ni acaso en otro cien veces mayor.
Bien hubiera querido para este acto poder dedicar a la preparación de mi discurso, más bien disertación, el tiempo suficiente para que fuera digno de vosotros y para que tuviera todo aquel contenido a que la ocasión invita y su importancia demanda. Pero los apremios de tiempo, sin haberme impedido trazar el índice de lo que me propongo decir, no me han permitido desenvolverlo con toda la tensión y calma; bien quisiera decir —si a ello alcanzaran mis facultades—, con toda la elocuencia necesaria para que fuera digna de la benévola atención con que me vais a escuchar.
Nos encontramos en un momento importantísimo, no sólo de la vida nacional, sino de un modo esencial de la organización de esta liga, concierto, institución o partido, bautizada Unión Patriótica, que nació tan espontáneamente en nuestros entendimientos y en nuestros corazones a raíz del advenimiento del Directorio, y que como tierra fértil y fecunda germinó más pronto y fructuosamente que en parte alguna en las llanuras de Castilla, y especialmente en la histórica ciudad de Medina, donde parece que el hálito vivificador de Isabel la Católica nos conmovía y nos daba ardores y sangre nueva con que consagrar a su programa todos los entusiasmos, todas las actividades que se deben a la patria por la Reina sin par engrandecida. (Grandes aplausos.)
Pero transcurridos dos años, apenas dos años, porque fue en noviembre del 13 el natalicio, y en mayo la consagración, aquel embrión gemelo de los somatenes, que aun siendo cosa distinta tienen tanto nexo y tanta relación con las Uniones Patrióticas, aquello ha dejado de ser embrionario para convertirse en algo robustamente confirmado. Acaso sea lo más importante de lo que hoy pueda decir —por lo que tiene de concreto y ejecutivo—, el que por mi parte, y haciendo uso de la autoridad que me habéis conferido como presidentes de las Uniones Patrióticas de toda España, las voy a dar completamente de alta para el desenvolvimiento de su vida, con toda la autonomía, con toda la libertad que se os puede conceder cuando la doctrina está tan firme y homogéneamente arraigada en los cerebros y cuando ya los organismos recibieron la protección que necesitaban en su niñez y sobre todo porque se desenvolvían entre hostilidades y prevenciones. (Aplausos.)
Ya hoy, que las hostilidades cedieron —no tenían más remedio que ceder— y vuestra fortaleza creció al compás que recogía los latidos del alma nacional, nada reclama esta protección. Ya sois —empleando la palabra más usual para la clasificación de estas organizaciones— el gran partido español; pudiera decir que sois el único partido español, porque fuera de vosotros, muy pocos que piensen en verdadero español y no estén apasionados por rencores dejan de estar a vuestro lado. (Grandes aplausos.)
He aquí un punto arduo del momento político que venimos examinando, del momento político que venimos viviendo. ¿Cuándo, como y en qué sentido advendrá la Unión Patriótica a la gobernación del país? Naturalmente, hago la salvedad de que en esto he de hallar y de proceder por silogismos, porque ese momento, esa designación, compete a la persona que ejerce el poder moderador: a S. M. el Rey; pero yo, por mi parte, y mientras merezca su confianza, el día que crea indicado este camino para el bien público en la vida política, no tendré absolutamente otro consejo que darle, en mi afán de perseverar en su servicio y en el servicio de España, sino que a la misión circunstancial, excepcional del Directorio, no cabe más sucesión que entregaros de lleno el poder, con toda libertad, con toda confianza, por lo que sois, por lo que representáis y por lo bien que lo habéis sabido ganar en la preparación ciudadana del país en estos dos años de predicaciones, de organización y de desinterés, en que ni por un momento ha sentido nadie el apremio ni la ambición de gobernar, que es precisamente la mejor situación psicológica de los ciudadanos para ejercer tan altas funciones, el momento de dedicar el alma pura y limpia, con toda su fortaleza, al ejercicio sagrado de gobernar. (Grandes aplausos.)
¿Cuándo llegará ese momento? (Una voz: Cuanto más tarde, mejor. Aplausos.)
Siento no poder estar conforme, en nombre de mis compañeros y en el mío, con el interruptor, y siento no estar conforme porque el Directorio, que desde el primer día ha deseado la ocasión de cesar en tan elevada misión, ha permanecido en su puesto por el cabal concepto que tiene del cumplimiento de su deber; por la fe en mí y el requerimiento constante mío, que he sabido sostener sus esperanzas en la culminación de una obra grande y llevar a sus conciencias y a sus entendimientos la necesidad, hoy ya comprobada por los hechos, de perseverar hasta que llegase el momento.
El Directorio, que ha estado siempre en franquía, sabe que haría grave daño a la fortaleza nacional, que tanto ha beneficiado, si esperara que el momento en que hubiera de salir lo marcaran la fatiga, el cansancio, la desavenencia o la frialdad popular.
Lo más grave que hicimos el día 13 de septiembre fue recabar del Ejército de mar y del de tierra una aquiescencia para gobernar en su nombre y representación; el mayor peligro que hemos corrido en estos dos años, y que Dios ha querido apartar de nuestro camino, ha sido el desgastarlo. (Aplausos). No quiero decir siquiera el desacreditarlo, porque entonces lo hubiéramos llevado a la historia como una situación efímera y agotada que se consumía en la hoguera implacable de la gobernación del país y se hubiera agotado esa gran reserva que ojalá no sea preciso movilizar nunca más, y no hubiera añadido el Ejército de mar y tierra, a todos los timbres que le dan sus recientes victorias, el enorme servicio que con su disciplina y ecuanimidad ha prestado al país, saliendo fortalecido de funciones tan difíciles y ajenas a las suyas peculiares. Por eso hemos de aconsejar al Rey, por bien de España y del Ejército, que llame a la gobernación a los organismos de Uniones Patrióticas antes de que ninguno de esos fenómenos se presente, tan pronto como esté expedito del todo ese camino glorioso que estamos abriendo en Marruecos, y por el cual espero que pronto llegaremos a una estabilidad del problema, que no requerirá la presencia en el poder de hombres especializados en el ejercicio de las armas. (Prolongados aplausos.)
Enviado por Enrique Ibañes