La profesión más vieja del mundo no es esa que tú crees

CARLOS SOUTO

Hace millones de años, en el primer orden tribal, no existía la prostitución, denominada hoy vulgar y erróneamente como “la profesión más antigua de la humanidad”.

Esta afirmación, que de paso encierra encriptada una fuerte dosis de machismo, al ser falsa, es doblemente negativa y necesita ser desterrada del imaginario popular.

Sé que será difícil, suena desde hace siglos como una verdad a voces, sin embargo es mentira.

Nosotros, los consultores políticos, empezamos antes.

Bajo el citado primer orden tribal, el poder lo detentaba en forma brutal un jefe de la tribu con derecho a “todo”, sobre las personas que la integraban. Podía tomar la vida de cualquiera y de cualquier manera, podía raptar a la mujer, el hijo o hija de quién quisiese y distribuir el producto de la caza y de la pesca como quisiera. Dejaría morir a quienes resultaban una carga durante los inviernos y las hambrunas y satisfaría los deseos de sus acólitos cuando lo mereciesen.

Ahora bien, ¿qué tenía el jefe de la tribu que no tuvieran los demás? O sea, ¿por qué era él jefe y no otro?

Al parecer de la historia, para ocupar el lugar del jefe de la tribu, siempre se necesitaba al menos contar con cuatro elementos:

Primero el dominio del fuego, luego la fuerza bruta combinada con la tercera condición que era una mezcla de agresividad y destreza natural que lo hiciera capaz de cazar bestias mayores que él mismo, y por último una dosis de (permítaseme llamarlo por ahora) carisma.

Un carisma antipático el de aquellas épocas tan remotas, un carisma construido a base de matar a sus rivales con golpes de piedra y de gritar sin temores al resto de los hombres y sobre todo al cielo. Al Infinito y al todo. Gritar al cielo era en esos días lo mismo que gritar a los dioses y eso ni siquiera hoy, parece poco.

Contando con la primera condición como factor de poder, es decir el saber hacer el fuego en condiciones adversas, en medio de la humedad de la foresta o bajo la lluvia y así facilitar la cocción de la caza, ya le quedaba sólo conseguir los otros tres, que no era poco.

Debía arriesgarse más que los otros frente a cualquier presa apetitosa y suficiente para casi todos. Y necesitaba combinar sus dotes físicas con habilidades superlatívas de lucha por la supervivencia que no conocía el resto de los comunes.

Era el líder absoluto y eso no era fácil. Tenía además que aniquilar cualquier intento de sublevación por parte de otro miembro de la tribu que se sintiera capaz de desafiarlo del modo que fuese.

Otrosí digo, aunque estas épocas sean consideradas inmemoriales, se sabe con certeza que ya en toda tribu había una especie de personaje vulgarmente llamado,el brujo de la tribu, muchas veces revisitado como antecesor del médico.

Craso error. Es nuestro abuelito. El nuestro, ¡el de los consultores!

Entre muchas tareas que desarrollaba aquel siempre presente brujo de la tribu, se destacaban la de rendir pleitesía permanente a la autoridad tribal, alentar y organizar a la tribu para respetar al líder y espiar y escuchar y contarle todo al líder inmediatamente. Además de acompañarlo en sus arengas, aumentando el efecto de su poder de convencimiento, al generar por ejemplo lo que hoy llamaríamos “efectos especiales”.

Entonces, cuando algo sucedía y había inquietud en la tribu, el líder necesitaba hablar o, más bien, comunicarse. Generalmente advertir, amedrentar o amenazar, no olvidemos que eran épocas duras para la política. Su lenguaje era entre gestual y gutural, pero todo el mundo (su tribu) lo entendía.

Allí solía aparecer el papel profesional del brujo de la tribu. En los momentos clave del mensaje aparecían de pronto unos humos blancos, que se elevaban envolviendo al poderoso, haciéndolo brillar. Y en el momento culminante, con su último grito de arenga, se elevaban detrás de su cuerpo docenas de pájaros negros que huían despavoridos al mismo tiempo que los miembros de la tribu quedaban espantados por inauditas palabras y tamaños poderes.

Por supuesto que el brujo de la tribu era retribuido consecuentemente con estos resultados por el jefe de muy diversas maneras.

Cuenta la leyenda que, con el paso del tiempo, algunos miembros de la tribu comenzaron a susurrar haber visto al brujo cazando pájaros negros y encerrándolos en jaulas de mimbre detrás del altar del supremo y otros afirmaban haberlo sorprendido probando unos humos de colores en medio del bosque y comenzaron a desconfiar de estos fenómenos como símbolos de algo sobrehumano.

Los susurros se transformaron en corrillos y los corrillos en voces airadas llenas de desconfianza y fue entonces, en medio de un duro invierno de grandes nevadas y dilatada hambruna cuando un grupo de hombres liderados por un joven cazador valiente, intentaron reemplazar al jefe brutal por la fuerza, acusándolo de engañarlos con la ayuda interesada del brujo de la tribu.

Sin embargo, tras una corta reyerta, comprobaron (con la cabeza rota algunos) que aún sin los trucos del brujo, el líder seguía siendo el mismo, siempre y cuando conservara aquellos atributos necesarios para ejercer el poder.

Mientras tanto, el brujo de la tribu se encargaba de curar a los heridos o de dejarlos morir, según designios compartidos con el jefe. Era médico, químico vegetal, verdugo, experto en efectos especiales y varias cosas más. Entre ellas, era el primer profesional de la historia de la humanidad.

Lamento desmontar una idea tan cómodamente instalada. La profesión más vieja del mundo no es la que tú creías, sino otra que surgió inmediatamente con el nacimiento del producto más caro del mundo. El poder.

 

Carlos Souto es consultor internacional de comunicación, especializado en comunicación política, comunicación de crisis y comunicación de marca país y ciudad. @CarlosSouto

Descargar artículo en PDF

Mira toda la revista bPolitics, número 4