DANIEL INNERARITY
Aunque sobran celebraciones y faltan reflexiones acerca de sus posibilidades y sus límites reales, es indudable que Internet está modificando nuestras prácticas políticas. Todavía no sabemos con exactitud cómo será la política en la era de las redes, pero sí estamos en condiciones de adivinar algunas de las posibilidades que inaugura y, sobre todo, qué tipo de prácticas políticas carecerán de sentido en la nueva república digital. En cualquier caso, entramos en un periodo histórico en el que se ofrecen grandes posibilidades de profundización en la democracia, pero también se ponen de manifiesto las limitaciones y ambigüedades de esa gran desintermediación que llevan a cabo las nuevas tecnologías.
Para entender esta nueva lógica de la red es necesario hacerse cargo de que Internet no es un medio como los demás, no se inscribe en la continuidad evolutiva de la radio y la televisión. Muchos malentendidos acerca de su naturaleza proceden precisamente de extrapolar a este nuevo medio algunos esquemas característicos de los anteriores, como su verticalidad, la escasez de información o una concepción pasiva del público. Los medios tradicionales supervisaban la frontera entre el espacio social y el espacio público, entre la conversación y la información; mantenían separados ambos mundos controlando lo que merecía pasar del espacio de las conversaciones cotidianas al de la información acreditada. La supresión de este control es la gran innovación de Internet, de la que se siguen numerosas consecuencias. Internet no fue concebido para que un emisor se dirigiera a una masa de receptores, sino para facilitar la comunicación entre individuos que eran ambas cosas a la vez, emisores y receptores. De este modo se ha configurado una nueva relación entre la esfera de la conversación y la de la información, que han dejado de ser realidades completamente separadas.
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LA NATURALEZA DE LA RED Y SUS PROPIEDADES DEMOCRATIZADORAS
El primer efecto democrático de Internet es la desjerarquización. Cuando una tecnología desdibuja la frontera entre la conversación privada y la información pública lo que hace es atenuar las distancias sobre las que se ha construido la verticalidad del espacio público en el que hemos vivido: entre periodistas y lectores, entre creador y usuario, entre profesionales y aficionados, entre actores y audiencias. El espacio público tradicional relegaba a la sociedad a la función de audiencia, filtraba y domesticaba sus opiniones, privatizaba su intimidad, infantilizaba a los ciudadanos y profesionalizaba el saber. Internet supone, frente a ello, una ampliación del espacio público, que ya no puede ser entendido como un diálogo gestionado por los periodistas y los profesionales de la política.
La red está construida sobre una poderosa fuerza de horizontalización del espacio público. Se configura así un nuevo “panoptismo horizontal” (Cardon 2010, 65). No hay ninguna palabra pública protegida de la crítica, ni autoridad que pueda imponer el silencio. Desaparece el privilegio de la publicación, irrumpen los “aficionados”, se amplía el perímetro del debate democrático. Es verdad que esta apertura tiene sus riesgos (como la difusión de los rumores, la autoexhibición narcisista o la desprotección de lo privado) pero también es cierto que ofrece unas grandes posibilidades para la transformación de la política.
Junto con la horizontalidad, la arquitectura de la red se caracteriza por una fuerte descentralización: facilita la conectividad y la extensión ilimitada de la red, privilegia las “terminaciones” frente al centro, debe su potencial de innovación a la imposibilidad de controlar o limitar esas conexiones y a su carácter colaborativo. Por su propia naturaleza, la red cuestiona la autoridad vertical y centralizada, permite la observación y la crítica, favorece la autoorganización y los bienes compartidos, la movilizacion social y la ampliación del espacio público. De ahí que haya dado lugar a diversas configuraciones articuladas a través del ideal de autoorganización: por medio de la crítica, el control mutuo y la colaboración, los habitantes de la red alimentan la esperanza de vivir en grupos sin necesidad de una autoridad central. Esto no es un sueño ingenuo, como se pone de manifiesto en las experiencias del software libre, Wikipedia, las licencias de Creative Commons, el Open Directory Project o las reglas de gobernanza del Internet Engineering Task Force, el grupo informal y abierto que produce la mayor parte de los criterios técnicos de Internet. Similares lógicas de autoagregación están en el origen de muchas batallas específicas como el movimiento altermundialista, contra las minas antipersonales, la abolición de la deuda, los desahucios o el grupo de expertos sobre la evolución del clima. No es extraño, por tanto, que Internet haya despertado todo tipo de sueños políticos, tanto de carácter libertario como liberal.
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DE LAS ORGANIZACIONES A LAS REDES (Y VUELTA)
Estamos en un momento en el que surgen muchas contradiciones y la realidad social es tan difícil de entender y gestionar porque conviven ambas lógicas, la web y el espacio público tradicional, los movimientos sociales y los partidos políticos. Esta simultaneidad de dos lógicas tan diferentes y el tránsito de una hacia otra explican buena parte de las contradiciones que contemplamos: movimientos sociales que quieren dar lugar a organizaciones partidarias, y redes que se formaron con la lógica del “here comes everybody” terminen tomando sus decisiones políticas de manera muy poco democrática. Estamos comprobando que Internet sirve más para el intercambio de opiniones o la movilización que para la decisión. Mientras que Internet puede ser un medio potente de autoexpresión, habría que ver hasta qué punto es efectivo para la acción colectiva.
Están conviviendo los nuevos formatos de comunidad en la red y las organizaciones tradicionales, que no terminan de llevarse bien, cada una de las cuales con sus ventajas e inconvenientes según lo que esté en juego: expresar o deliberar, movilizar u organizar, agregar o decidir. Las colectividades que se forman a través de Internet, los movimientos sociales articulados mediante la red, son formas débiles de integración. Son asociaciones ocasionales que pueden desvanecerse de la misma manera que irrumpieron. Son frágiles y desorganizadas, si las juzgamos con las categorías tradicionales. Se trata por lo general de agrupamientos ocasionales de los internautas, voluntarios y electivos, puntuales; en esto reside su eficacia y su limitación. Suelen producir movilizaciones puntuales, imprevisibles y poco controlables. Estas son las nuevas formas del activismo político en la era de las redes: organizaciones de perímetro abierto, multipertenencia, compromiso variable, débil centralidad, heterogeneidad de los actores, bajo coste de entrada, fácil salida, diversidad de criterios de pertenencia y modos de acción de fuerte dimensión simbólica. Es lógico que un agrupamiento de este tipo delegue con dificultad el derecho de hablar en su nombre y sea mas bien tortuosa a la hora de tomar decisiones.
La lógica de las comunidades débiles nos permite detectar una curiosa cercanía entre los dos extremos del arco ideológico, entre la sociedad mínima a la que aspira la derecha neoliberal y las multitudes agregativas de la izquierda digital. Con todas las reservas que debe mantener cualquier analogía, resulta llamativo encontrar el paradigma del ciudadano como consumidor a derecha e izquierda, adoptando en el primer caso la forma del homo economicus y en el segundo la del homo digitalis. Del mismo modo que el agente “interviene” en el mercado pero no está especialmente interesado en desarrollar una responsabilidad hacia el conjunto en el que actúa, los ciberactivistas llevan a cabo una intervención que puede ser muy militante pero que no implica una identificación fuerte con ningún género de comunidad. Internet establece un tipo de participación débil (dar un clic, decir “me gusta”, reenviar un twitter, comentar una noticia…), lo que no está muy lejos de la colonización mercantilista y de la lógica de audiencias de los medios tradicionales.
Hemos hablado del tránsito de las redes a las organizaciones y nos queda por examinar el camino inverso. ¿Qué pasa cuando las organizaciones se asoman a la red? Cuando una organización de corte tradicional, un partido o un gobierno, piensa en la red lo hace inevitablemente en términos de uso, es decir, piensa en cómo puede servirse de ella para perseguir sus objetivos y sin preguntarse acerca de si la lógica de las redes le exige cambios más profundos. Como han señalado algunos entre los más excépticos, “la gente moldeará Internet para adaptarlo a la política tradicional” (Hill, Hughes 1998, 186) y nada lo ilustra mejor que el utilitarismo con el que las organizaciones analógicas se aproximan al mundo digital.
Las organizaciones políticas y sindicales han llegado tarde a Internet y se han preocupado más bien de utilizarlo para la difusión de información propia sin demasiado interés en animar el debate en torno a esa información. Por eso las webs partidarias no han tenido mucho éxito en la red, y han sido menos capaces de dinamizar la discusión pública que los blogs personales o las webs de campaña. Si la campaña digital de Obama suscitó tanta atención es porque el candidato demócrata supo hacer conversar a la sociedad americana. Pero conviene no olvidar que esto es algo que no se decreta y que tiene más bien que ver con una capacidad de sintonizar e interesar, sin paternalismos de ningún tipo, sin imponer agendas y con la disposición a entrar en un proceso con resultados imprevisibles.
Tampoco deberíamos perder de vista que existe un uso ideológico de Internet en orden a aparentar cercanía, limitar la participación, protegerse mediante la transparencia o simular comunicación. Uno puede, por ejemplo, utilizar los dispositivos que permiten enviar un mensaje al alcalde, al diputado o al presidente, que responde automática e instantáneamente y agradece su opinión, pero eso tiene muy poco que ver con lo que entendemos por cercanía y comunicación en una democracia. “El problema de la democracia no es su incapacidad para sincronizar los inputs y los outputs en una pantalla táctil, de una manera cibernética y populista, sino su fracaso a la hora de generar relaciones de responsabilidad, empatía y respeto entre representantes y representados” (Coleman, Blumler 2010, 167). Que algo sea verdaderamente cercano, inteligible, que haya una participación efectiva y se mejoren las decisiones públicas son cosas que dependen menos de los dispositivos tecnológicos que de la construcción política de un espacio deliberativo.
Cualquier organización política que quiera sobrevivir en la época de las redes debería hacer el esfuerzo de entender su naturaleza específica, algo que puede resumirse en dos propiedades: la red no se presta fácilmente a ser dirigida y no es especialmente apropiada para tomar decisiones. Se habían puesto muchas esperanzas en que Internet permitiera un tipo de consulta directa y renovar así el proceso electoral o decisorio, de manera que la democracia fuese más próxima y continua. Pero las experiencias han rebajado notablemente las expectativas. Internet no es tanto un instrumento para la toma de decisiones como un espacio para el debate, un ámbito donde pueden convivir opiniones diferentes sin necesidad de preocuparse por tomar una decisión. No haber entendido estas dos propiedades de la red (la espontaneidad y su inadecuación como instrumento para decidir) explica ciertos fracasos.
Pensemos en uno de los empleos gubernamentales de la red con resultados más bien decepcionantes: el de las consultas on line institucionales. El hecho de que la movilización en Internet siga una dinámica ascendente, desde abajo hacia arriba, es lo que explica que estas consultas no suelan dar los resultados esperados, ni en términos de participación, ni en cuanto a los resultados de la decisión. Las formas de deliberación y consulta ciudadana on line organizadas por las instituciones públicas han sido mas bien decepcionantes porque la espontaneidad no se puede fabricar desde arriba. Las redes sociales no se mueven en la dirección pretendida por las instituciones y los intentos de movilizarlas en torno a un objetivo no suelen dar el resultado pretendido. En ocasiones, han sido los propios internautas quienes han rechazado los términos de la consulta, como ocurrió con la que se puso en marcha para decidir la localización del tercer aeropuerto de París y en la que los internautas terminaron cuestionando la conveniencia de que hubiera un tercer aeropuerto.
Las limitaciones del empleo gubernamental de la red tienen que ver con la naturaleza de la red. En la realidad social lo que ocurre es que los debates más bien se autoorganizan sin consentimiento de la autoridad, al margen de las instituciones e incluso contra ellas. Los ciberactivistas no entran a los debates planteados por las instituciones sino que ponen en marcha issues que desafían la agenda institucional. Por eso las instituciones, en vez de iniciar o conducir el debate, deberían limitarse por lo general a facilitar las condiciones gracias a las cuales los internautas puedan gestionar su propia discusión.
Para los genuinos habitantes de la red las cosas funcionan de una manera bien distinta de cómo suelen entenderlo las autoridades institucionales. La reivindicación de los internautas de que las instituciones liberen los datos tiene en su base una desconfianza acerca de las informaciones que las instituciones ofrecen acerca de sí mismas. De ahí que suelan ver con un cierto escepticismo tanto las consultas organizadas como incluso la organización institucional de la transparencia. Liberad los datos, vienen a decir los ciberactivistas, que ya nos encargaremos nosotros mismos de interpretarlos de acuerdo con nuestras propias categorías.
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A MODO DE CONCLUSIÓN: INTERNET EN BUSCA DE SUJETO
Entre la lógica Internet, las comunidades de la red y el juego institucional hay tensiones, contradiciones e incertidumbres acerca de cómo terminará consolidándose la articulación de todo ello. Lo que está todavía por ver es qué clase de sujeto, qué forma de comunidad, qué tipo de ciudadanía corresponde a la realidad de las redes sociales. “Puede haber alguna forma nueva de comunidad que se está desarrollando entre las miríadas de solitarios colgados de sus pantallas y conectados sólo a través de sus dedos en la nueva web definida por Internet. Pero la política de esa ‘comunidad’ está aún por inventar” (Barber 1998, 268). Cómo será la política en la era de las redes es todavía una cuestión abierta.
¿Serán comunidades de consumidores las que reclamen ciertas cosas con la misma lógica que un cliente y con las que partidos, sindicatos y gobiernos únicamente se relacionen según los registros de la mercadotecnia? ¿Hay algo específicamente político que deba mantenerse protegido frente a otras lógicas invasoras? ¿Podemos esperar que las redes impliquen una revitalización de lo político? Mientras tanto, y frente a las visiones deterministas de una tecnología supravalorada, no viene mal recordar que las nuevas tecnologías, aunque es indudable que facilitan el voto electrónico, la expresión de la opinión en tiempo real, la interactividad o las consultas, pueden inhibir otras prácticas democráticas más lentas y deliberativas. El “revolutionary vote recorder” fue el primer invento de Thomas Edison pensado para que los congresistas de Washington pudieran votar mediante un interruptor desde su escaño. Los congresistas rechazaron el invento por considerarlo demasiado rápido y, por consiguiente, un enemigo de las deliberaciones políticas (Josephson 1959, 65). Es evidente que ya no estamos en ese mundo y que las redes sociales nos van a obligar a mayores transformaciones de las que parecemos dispuestos a llevar a cabo. Pese a todo, sigue siendo una actitud inteligente resistir a esa pretensión tan extendida de proporcionar soluciones tecnológicas para problemas políticos.
Bibliografía:
- Barber, Benjamin (1998), A Passion for Democracy: American Essays, Princeton University Press.
- Cardon, Dominique (2010), La démocratie Internet, Paris: Seuil.
- Coleman, Stephen / Blumler, Jay G. (2010), The Internet and Democratic Citizenship, Cambridge University Press.
- Hill, Kevin / Hughes, John (1998), Cyberpolitics: Citizen Activism in the Age of the Internet, Lanham: Rowman and Littelfield.
- Josephson, Matthew (1959), Edison. A Biography, New York: McGraw-Hill.
Daniel Innerarity es catedrático de filosofía política y social, investigador en la Universidad del País Vasco y director del Instituto de Gobernanza Democrática. Doctor en Filosofía, amplió sus estudios en Alemania, Suiza e Italia. Ha sido profesor invitado en diversas universidades europeas y americanas, La revista francesa “Le Nouvel Observateur” le incluyó el año 2004 en una lista de los 25 grandes pensadores del mundo. (@daniInnerarity)
Publicado en Beerderberg
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