RAÚL JARA GUÍÑEZ
No es una revelación, el gran tablero mundial está a prueba y en pausa, desde la globalización midiéndose ante virus, regímenes de gobierno batiéndose entre democracia o gobiernos más autoritarios, e impactos internos, partiendo por lo sanitario, económico-social y político, por cierto. El sentimiento de vivir inmersos en una sociedad del riesgo acapara el sentir de una ciudadanía atónita, riesgo que conlleva una matriz política con efecto igualador, pues no diferencia una sociedad de clases dado que el peligro no se puede configurar. El riesgo no distingue.
Un escenario perfecto tanto para liderazgos sin sesgos como para creadores de ilusión. En pocas palabras, populistas, que puedan adueñarse del espacio y espectáculo. El fenómeno del populismo da un curso de acción y forma de ver la realidad política, adaptándose al contexto en que se encuentre. Un caudillo es capaz de construir en la imaginación de suficientes personas un mito, el espejismo de una utopía que entrega cohesión discursiva a los instintos, frustraciones, cólera y miedos de la ciudadanía. No existe democracia no vulnerable a la construcción del mito, es por ello que, ante la crisis existente, la democracia se encuentra en una encrucijada sin precedentes.
Para el sociólogo Ulrich Beck, los riesgos en las crisis no se limitan ni espacial, ni temporal, ni socialmente, Beck explica que los riesgos actuales afectan a todos y encierran una buena cantidad de dinamita política. Lo anterior se explica por la desorientación que producen y el cuestionamiento permanente de cómo afrontarlos. Sobre dinamita política o cómo enfrentar los riesgos, cabe recordar simplemente como Donald Trump recomendó auto inyectarse desinfectante para combatir el virus, o como el presidente López Obrador le bajó el perfil al contagio del virus, negando por semanas la amenaza y abrazando a partidarios en cuanto evento asistió. Finalmente, Rodrigo Duterte, mandatario filipino, con una orden cuasi ejecutoria de matar a tiros a cualquiera que no respete el confinamiento, caso algo similar a Bukele en El Salvador.
“Sea un libre pensador y no acepte todo lo que escucha como verdad. Sea crítico y evalúe en lo qué cree”, ya no los decía Aristóteles, y en la era de la desinformación y de un oleaje populista agudo, aumenta su valor. Como el mandatario brasileño, Jair Bolsonaro, quien sostuvo al comienzo que el covid-19 era un invento de la prensa. Los individuos se movilizan y unen cuando perciben que tienen enemigos al frente y contienen diferencias con ellos, por ello, un líder se define a sí mismo y a su adversario, un manual que en manos de un populista obtiene tintes peligrosos, ¿alguna duda? Donald Trump, recortó el presupuesto a la OMS, identificó la pandemia como virus chinese, cerró puertas y expulsó migrantes. Como advertimos, de catálogo. Y así lo sostiene Beck, los riesgos compartidos son el principal factor de unión de una sociedad amenazada, ya sea para bien o para mal.
La crisis, por cierto, juega a una dualidad entre los populistas y el retorno de los expertos, la llamada tecnocracia. Como hemos observado, el virus es letal y vertiginoso, pero por sí solo no detendrá la curva del populismo, más bien, la puede disparar. Los gobiernos –en su mayoría– escuchan a los expertos. En más de alguna oportunidad hemos escuchado que las decisiones tienen detrás la evidencia científica, y enhorabuena, se ha restaurado un respeto en ese aspecto hacia la experiencia. Sostener decisiones en los datos aporta un insumo que ayuda a la toma de decisiones con responsabilidad, pero también un aporte a la institucionalidad. Un ejemplo es Boris Johnson, quien cedió finalmente a estar en conferencias de prensa con sus asesores científicos.
Más allá de la fiebre populista en algunos países, al pasar los días de confinamiento y pandemia, la crisis ha ido desnudando las medidas y acciones populistas, la ciudadanía podrá ir rescatando tanto a los gobiernos –y también oposiciones– que estuvieron a la altura, y asimismo quienes no salieron del populismo y oportunismo. El populista funciona desde la individualidad, fieles comunicadores del pueblo real y fabrican los términos del contrato; un rol mesiánico. Por contrapartida, la crisis nos está concediendo un retorno de confianza o necesidad de las instituciones públicas, revalorizando el comunitarismo global y un regreso de la evidencia y los expertos, antídotos para el populismo.
El dictamen comparecerá, los ciudadanos podrían concluir plausiblemente como funcionaron sus instituciones. Por de pronto, no es un momento de liderazgos que se dirijan verticalmente a sus ciudadanos, sino de horizontalidad y organización. Unidos estaremos de pie, como los aplausos a todos quienes siguen trabajando día a día y no pueden quedarse en casa. Quizás un buen ejercicio para evaluar a un líder antes de juzgar, es lo que planteó el filósofo Raymond Aron, respecto a la pregunta que nos debemos formular en una crisis, ¿qué haría yo en su lugar?
Raúl Jara Guiñez es chileno, Politólogo y Máster en Políticas Públicas. Profesor en @UDD_cl (@RaulJaraG)