Antoni Gutiérrez-Rubí es asesor de comunicación y consultor político. Dirige Ideograma, una consultora de comunicación pública e institucional que fundó en 1985 con sede central en Barcelona, dentro de la antigua Fábrica Lehmann. Es autor del libro «ARTivismo. El poder de los lenguajes artísticos para la comunicación política y el activismo» (Editorial UOC). (@antonigr)
Entrevistado por Marina Isun
¿Qué es el Artivismo, como lo definiría usted? ¿Cuál diría que son sus orígenes? ¿Nos podría poner un ejemplo en el panorama español de los últimos tiempos?
El artivismo se relaciona con otras corrientes artísticas como la performance, el happening, el arte político, el land art, sin embargo, no quisiera debatir sobre su disquisición teórica y académica. No creo que me corresponda. En cambio, prefiero poner el foco en los lenguajes artísticos (las artes escénicas, literarias, plásticas, entre otras) para hacer activismo político y social. De ahí, podemos decir que el ARTivismo es la fusión entre arte y activismo.
Desde la crisis de 2008, los movimientos sociales y políticos, que van desde el 15M, Occupy Wall Street o Ni una menos, han explorado el activismo con una fértil renovación del lenguaje y de los formatos para despertar, señalar, conmover y movilizar. En lugar de elegir un ejemplo específico de un país, prefiero pensar que el artivismo se nutre de muchos afluentes, influencias, experiencias y allí está lo impactante, en la interrelación de todas estas prácticas que se van transformando según las latitudes. Por este motivo, mi nuevo libro reúne múltiples experiencias artivistas, a modo de ejemplo e inspiración, que contribuyen al debate y la reflexión.
Usted lleva hablando e impulsando el Artivismo desde hace años desde la fundación de su consultora. Han impulsado formaciones, exposiciones y publicaciones. ¿Qué podemos encontrar en este libro? ¿Por qué ahora?
Este es un libro al que le tengo un cariño especial porque tiene que ver con mi biografía, transiciones, trayectoria… pero también con mi pasión en la búsqueda de diseños y soluciones artísticas para explicar ideas y conceptos en el ámbito de la comunicación política y social.
Y, a la par, detrás de la reflexión sobre los formatos y los lenguajes creo que hay dos pistas que el libro explora pero no concluye y que nos ayudan a entender mejor el momento actual. Por un lado, considero que parte de la desconfianza e insatisfacción con el sistema democrático tiene que ver con el descrédito del lenguaje de la política. No solamente en relación a las palabras sino, también, las formas… Y, por tanto, las experiencias artivistas de esta última década —recopiladas en el libro— evidencian que no son solo ideas o causas no atendidas desde la política formal, no escuchadas por las instituciones políticas, sino que también es cansancio producido por los formatos y los lenguajes de la política. Por otro lado, me parece que las prácticas artivistas tienen detrás nuevos formatos organizativos muy interesantes para explorar: la coordinación, la coralidad, la cooperación, la horizontalidad… Estas formas reflejan una semilla política esperanzadora para la innovación política.
La interrelación entre nuevos lenguajes y formatos organizativos se encuentra atravesada por nuevas demandas ciudadanas transversales, transnacionales, intergeneracionales, como lo son la lucha por el medio ambiente, la igualdad, la libertad… todas ellas causas que rebasan a los partidos políticos y a las/los gobernantes.
Esta situación, combinada con una sociedad digital, conectada, que actúa en la transición on/off, es decir, en las plazas y en las redes, nos conduce a pensar que el ARTivismo, con su capacidad de intervención política, puede tener una extraordinaria eficacia para imaginar nuevas prácticas políticas.
En un artículo suyo reciente, defiende el artivismo como “un itinerario posible para la renovación de la política, a través de la reinvención de la comunicación”. ¿En esta crisis post pandemia prevé un punto de inflexión en el artivismo?
Creo que en 2021 el activismo seguirá muy presente en las calles de todo el mundo. A los problemas no resueltos de 2019 se suma, ahora, la fatiga pandémica de una sociedad con paciencia limitada. Ya no hay solo miedo, hay ira y desconfianza hacia el futuro que no parece esperanzador. Es probable, entonces, que vivamos otro año de movilizaciones ciudadanas. Y, en este contexto, el ARTivismo se abre paso con un gran potencial creativo y movilizador. La fusión entre el arte, las expresiones plásticas, audiovisuales, culturales… y el activismo será cada vez más una constante. Y, de cara a los nuevos retos políticos y sociales del mundo me parece fundamental seguir pensando en esta relación. En un contexto volátil y cambiante, en un marco de desencanto y desconfianza creciente con las instituciones y la política, se necesitan con urgencia nuevas palabras, nuevas formas… y, por eso, creo que los lenguajes artísticos, por su capacidad evocadora, conmovedora y movilizadora, son una energía que la política democrática y el activismo social y político no pueden ignorar.
Hemos visto en los últimos años en USA como se ha desarrollado el artivismo y ha confluido en las últimas campañas electorales desarrollando un gran ejercicio de inteligencia colectiva. Algunos de estos artistas han prosperado posteriormente y han mercantilizado su arte y obra colaborando con marcas comerciales. ¿Qué opina al respecto? ¿La etiqueta de artivista caduca?
Creo que la eficacia de las acciones artivistas no es tanto por el objeto en sí mismo que construye sino por la interrelación de la pieza con las multitudes, cómo se mueve con ella. Es el objeto, pero, también, la gente, la calle y la dimensión digital. Más allá de lo que el/la artista-activista pueda hacer posteriormente con su creación o lo que hagan las marcas con estas piezas, me parece importante centrar la atención en cómo la adquisición de este tipo de objetos/obras/creaciones se convierte en un consumo activista. Las personas, muchas veces, a través de sus compras asumen un poder ideológico, llevan a cabo un acto político en cada toma de decisión. La participación política no es exclusivamente alrededor del ejercicio del voto y la ciudadanía cada vez es más consciente de eso.
Siguiendo en esta línea, ¿Qué relación tiene el artivismo con las campañas electorales? ¿dónde se encuentra el límite entre este o acciones comunicativas y transmedia novedosas impulsadas por propios equipos de campaña?
En los últimos años estamos viendo que la mejor campaña es la que se produce extramuros, cuando se es capaz de movilizar energía creativa asociada a un proyecto político. Por eso, cada vez más, las campañas se diseñan pensando cómo involucrar y motivar a la gente, que cree en determinadas ideas para que se movilice activa y creativamente.
Tenemos algunos ejemplos de campañas políticas recientes que buscan nuevas formas de conexión entre la política y la ciudadanía, e incorporan las nuevas causas, transversales, que logran conmover corazones y sacudir las conciencias. Creo que la comunicación política debe avanzar hacia este tipo de campañas que se nutren de las visiones enriquecedoras, las que democratizan el talento, contagian, animan y movilizan energía creativa asociada a un proyecto político.
Entrevista realizada por Marina Isun, consultora de comunicación (@marinaisun)
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