RENÉ PALACIOS
Dicen que escapó de un sueño
en casi su mejor gambeta
que ni los sueños respeta
tan lleno va de coraje
sin demasiado ropaje
y sin ninguna careta
Dicen que escapó este mozo
del sueño de los sin jeta
que a los poderosos reta
y ataca a los más villanos
sin más armas en la mano
que un «diez» en la camiseta.
Maradó – Los Piojos
El periodista Ezequiel Burgo dice que si hubiera que rescatar de un naufragio un puñado de partidos de fútbol de la historia universal, la tarde que la selección argentina le ganó 2 a 1 a su par inglesa debería quedar a salvo. Seguramente, hubieron miles de tardes y noches con más goles y mayor belleza colectiva, pero ninguna con esa carga simbólica. Ese 22 de junio fue la misa maradoniana. El Aleph del futbol, que lo tuvo todo y todo lo que tuvo nos favoreció. El partido que transformó a un hombre en un dios.
Treinta y dos años después de esa tarde gloriosa, esta es una crónica que intenta explicar lo que se vivió ese día: antes, durante y después de un partido que, lejos de dejar un frío resultado para la estadística, marcó un antes y un después en la vida de un país.
El futbol, la continuación de la guerra por otros medios
“No se pierda el domingo 22 la segunda versión de la guerra de Malvinas. En el Azteca, Argentina Vs Inglaterra. Venta de entradas de lunes a sábado. Niza 22, primer piso, casi esquina Hamburgo, Zona Rosa, DF. Centro de reservaciones”.
Puede parecer un meme, pero no lo fue. El viernes 19, tres días antes del partido, el diario mexicano Excélsior publicaba este aviso que había sido creado por una empresa oficial de turismo para promocionar la venta de entradas.
Cuatro años antes –mientras atravesaba la última etapa de la peor dictadura de su historia–, tropas de las fuerzas armadas argentinas desembarcaron en las islas Malvinas para reclamar su soberanía y comenzaron una guerra que finalizó en sólo 74 días y que se llevó la vida de 649 argentinos muertos en batalla (en su gran mayoría, jóvenes sin ninguna experiencia bélica hasta el momento); y más de 500 suicidios posteriores.
Aunque en los días previos al partido, Carlos Bilardo, técnico argentino, había intentado bajar las tensiones, estaba claro que era una herida que no había cerrado. Incluso durante los días anteriores al encuentro, un grupo de Senadores Nacionales del Partido Peronista había hecho un pedido formal al entonces presidente Raúl Alfonsín para que la selección no se presentara a jugar el partido. “Jugar contra Inglaterra atenta contra nuestra soberanía en las Malvinas. No podemos mantener relaciones comerciales ni deportivas mientras esa nación tenga una actitud beligerante contra nosotros”, había declarado el presidente del Bloque Peronista en el Senado sólo dos días antes.
Los jugadores argentinos, mientras tanto, hacían esfuerzos por mantener la calma y no tirar más leña al fuego. “Es un partido, no una guerra. La Selección no trajo ni ametralladoras, ni armas ni municiones”, había declarado Maradona cuando le preguntaron si los jugadores sentían el peso de la guerra sobre sus espaldas. Sin embargo, en la intimidad, la Selección sabía que no era un partido más. El que mejor expresó ese sentimiento fue José Luis Brown, mediocampista que unos años después confesó: “La verdad, nosotros nunca metimos la guerra dentro del partido, pero sí individualmente todos queríamos jugarlo porque sabíamos lo que había pasado años atrás. Como que nos teníamos que vengar, ¿me entendés? Porque era así”.
Cuando Dios metió la mano
Finalmente, a las doce del mediodía del domingo 22, el árbitro tunecino Ali Bin Nasser dio por iniciado en encuentro. Después de un primer tiempo más luchado que jugado y donde ningún futbolista había destacado, el partido parecía no tener mayor trascendencia. Un partido normal, como los miles que hay por mes en el deporte más popular del planeta.
La historia empezó a cambiar a los cinco minutos del segundo tiempo. Maradona toma la pelota desde el lado izquierdo de la cancha y encara hacia el centro. Elude a dos ingleses, pero cuando se ve apretado por el tercero, descarga la pelota para Valdano. Antes de que pudiera agarrar el balón, el delantero argentino es anticipado por el defensor Steve Hodge, quien tira la pelota hacia su propia área con un remate que queda alto. Mientras el esférico cae del cielo del Azteca, el arquero inglés, Peter Shilton, sale para tomarlo. En ese instante, Maradona, 20 centímetros más pequeño que el portero, se eleva con el brazo pegado a la cabeza y sorpresivamente logra tocar el balón que ingresa al arco picando lento. En ese momento, se produjo un agujero negro en el tiempo, donde nadie entendía qué había pasado. Mientras los ingleses empezaban a pedir mano, Maradona mira al árbitro y al ver que no se había percatado de la mano sale gritando el gol buscando la complicidad de sus compañeros que lo miran todavía un poco incrédulos con la jugada. El árbitro corre hacia la mitad de la cancha. Había cobrado gol. Pero no cualquier gol. El más contradictorio de toda la historia.
Horas después del partido y en medio de las preguntas de los periodistas sobre la jugada, Diego dejaría una frase para la historia: “No sé qué dirán los tapes ni las fotos, yo sé que lo hice con la cabeza. Muchos dicen que lo hice con la mano. Yo digo que lo hice con la cabeza y con la mano de Dios”.
La Jugada de todos los tiempos
Cuatro minutos después y con los ingleses todavía aturdidos por la mano no cobrada, un polvo mágico se regó sobre la cancha.
Maradona recibe un pase de Héctor Enrique atrás de la mitad de la cancha y empieza a correr por el camino de la historia. En poco más de diez segundos, recorre cincuenta y dos metros desparramando cinco jugadores ingleses. Con doce toques, su pierna izquierda construye la jugada que nunca olvidaremos. La que vimos mil veces y seguiremos mirando por otros diez siglos.
Como si a ese instante mágico le faltara algo, Víctor Hugo Morales, uno de los más grandes relatores de fútbol de la historia, le puso la música de fondo con un relato que vivirá para siempre: “Ahí la tiene Maradona, lo marcan dos, pisa la pelota Maradona, arranca por la derecha el genio del fútbol mundial, deja el tendal y va a tocar para Burruchaga… ¡Siempre Maradona! ¡Genio! ¡Genio! ¡Genio! Ta-ta-ta-ta-ta-ta-ta-ta… Gooooool… Gooooool… ¡Quiero llorar! ¡Dios Santo, viva el fútbol! ¡Golaaazooo! ¡Diegoooool! ¡Maradona! Es para llorar, perdónenme… Maradona, en una corrida memorable, en la jugada de todos los tiempos… Barrilete cósmico… ¿De qué planeta viniste para dejar en el camino a tanto inglés, para que el país sea un puño apretado gritando por Argentina? Argentina 2 – Inglaterra 0. Diegol, Diegol, Diego Armando Maradona… Gracias Dios, por el fútbol, por Maradona, por estas lágrimas, por este Argentina 2 – Inglaterra 0”.
Dice Eduardo Galeano que el partido con Inglaterra transformó a Maradona en un dios, pero no en cualquier dios. Uno mundano, muy parecido a los mortales. Un dios sucio, mujeriego, parlanchín, borrachín, tragón, irresponsable, mentiroso, fanfarrón. Un dios contradictorio, mezcla de chanta y genio. Ese que nos enciende cuando lo nombramos. El dios del sentimiento maniqueo. El bipolar. Lo amás o lo odiás. Como nos gusta sentir a los argentinos.
René Palacios es consultor de comunicación política. Máster en Comunicación Política IUOG. (@renchopalacios)
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