MICK CHISNALL (The Conversation)
¿Por qué cada vez más los votantes apoyan políticas que, al menos superficialmente, están en contra de sus propios intereses? En California, los agricultores del Valle Central enfrentan una crisis. A pesar de que sus medios de vida dependen de un gran número de trabajadores no autorizados, el grupo abrumadoramente apoyó a Donald Trump, quien hizo campaña para deportar a “ilegales”.
Algo similar ocurrió con muchos votantes del “Leave” en el referéndum británico del Brexit, aparentemente, votaron en contra de sus propios intereses económicos. Otro ejemplo: los electores de Sunderland votaron por “irse” con un margen del 61 % al 39 %. Sin embargo, esta ciudad inglesa de clase trabajadora es altamente dependiente del empleo en Nissan, fábrica de coches que se ubicó allí en gran parte debido al acceso del Reino Unido al mercado de la Unión Europea.
La socióloga Arlie Russell Hochschild ha explorado otro ejemplo. Pasó cinco años con votantes del Tea Party en Louisiana. La mayoría de éstos o miembros de sus familias se habían “beneficiado personalmente de un importante servicio del gobierno”. Sin embargo, votaron por el Partido Republicano de Trump, que tenía el objetivo explícito de reducir el apoyo a la asistencia social. ¿Por qué?
Esperando en la cola, indignados por los que se cuelan
Un aspecto sorprendente del relato de Hochschild es el afecto y respeto que ha desarrollado, a pesar de sus propias tendencias liberales, por estos votantes de derecha: “Muchas de las personas del Tea Party que conocí me parecieron cálidas, inteligentes, generosas… Tienen comunidad, iglesia y buena voluntad hacia aquellos que conocen. Muchos se preocupan profundamente por el medioambiente”.
Sin embargo, se mostraban profundamente resentidos por burlas como “campesino loco” o “sureños ignorantes lee-biblias”. Como explicó Hochschild, se sentían “extraños en su propia tierra”, esperando pacientemente a que su suerte mejorara, mientras veían que el gobierno federal impulsaba a los extranjeros.
Gran parte de la investigación de Hochschild tuvo lugar en el suroeste de Luisiana, hogar de la etnia Cajún, lugar de conservadores católicos profundamente vinculados a la cultura de la iglesia y a su bayou (1).
En esa comunidad, Hochschild resalta los efectos devastadores de la industria petrolera (y más recientemente de la industria química) a través de la degradación ambiental. Aún así, los trabajos en estas industrias les habían dado a esas personas ingresos, orgullo y un pasado que alude a una “edad de oro”.
Muchos de esos trabajos han desaparecido. El legado de las industrias junto con un medioambiente deteriorado, ha supuesto enfermedades relacionadas con esas actividades laborales, discapacidad y desempleo.
Tal es el caso de Lee Sherman, quien ejemplifica la “Gran paradoja: la necesidad de ayuda y en principio negarse a utilizarla”. Sherman trabajó para una compañía química y se enfermó crónicamente debido a la exposición tóxica. Con el tiempo, se convirtió en un ecologista declarado. Y, sin embargo, todavía apoyaba al anti-ambiental Tea Party.
Hochschild explica, “su fuente de noticias se limitaba a Fox News y videos y blogs intercambiados con amigos de derecha, lo que lo colocó en una cámara de dudas sobre la EPA, el gobierno federal, el presidente y los impuestos”.
Los partidarios de Tea Party culpan al gobierno federal por desafiar su fe religiosa, imponer impuestos «progresivos» derrochadores y disminuir su orgullo y honor. Para ellos, la iglesia proporciona comunidad, cultura, significado y socorro. Ven al gobierno como un obstáculo impío para infundir religión en todos los aspectos de su comunidad, especialmente en la educación pública.
La experiencia del grupo de Luisiana de pérdida del honor rompe profundamente con la lógica fundamental de la cultura de EEUU, el “sueño americano”, que indica a sus adherentes que a través de un esfuerzo inquebrantable, pueden, y deben, progresar hacia el éxito material y el alivio y la felicidad que esto conlleva. De hecho, es el derecho y el deber de un individuo progresar a lo largo de este camino.
El odio de Sherman y su comunidad hacia los impuestos esconden una fuerte creencia subyacente de que “otros” interfieren en su camino.
Hochschild escribe, “el enfado más grande de Lee eran los impuestos. Iban a las personas equivocadas, especialmente a los beneficiarios de asistencia social que ‘holgazaneaban durante días y se divertían por la noche’ y a los trabajadores del gobierno en trabajos cómodos”.
Se trata de una percepción de discriminación alimentada desde hace alrededor de 150 años, desde la derrota en la Guerra Civil hasta la promoción “norteña” de igualdad de derechos para afroamericanos y mujeres en la década de 1960. Y, más recientemente, el activismo LGBTI y el apoyo a los refugiados sirios han alimentado el creciente odio del grupo por las élites políticas que supuestamente impulsan estos cambios.
Lo que viene a evidenciar la historia de Hochschild sobre estas personas muy normales, a menudo generosas e inteligentes es que, mientras intentan perseguir el sueño americano, se resienten y entienden que el gobierno los humilla empujando a “otros” hacia adelante.
Y entonces surge la pregunta, ¿cómo es que su partido político, cuyas agresivas políticas neoliberales son posiblemente las más responsables de la destrucción de su entorno familiar, junto con su desempleo crónico, enfermedad y falta de atención médica, de alguna manera se salva de este resentimiento?
Comportamiento auto-transgresor
Para responder a esta pregunta, Jason Glynos introduce la idea de “auto-transgresión”. El ‘problema de la auto-transgresión’ se basa en situaciones en las que un individuo o grupo afirma tener un interés o ideal… y simultáneamente lo subvierte.
Mantener una buena salud, un ingreso vital y un medio ambiente no contaminado son los intereses declarados de los sujetos de la investigación de Hochschild. En ese sentido, su apoyo abierto y entusiasta a las políticas que trabajan directamente en contra de esos intereses es auto-transgresor.
El concepto lacaniano de jouissance (goce) es central para explicar este argumento, que en inglés está explicado por la palabra “disfrute” y que a su vez incorpora la idea de un “pago” emocional.
“Lo que une a una comunidad no suele ser la identificación con un ideal común como ‘justicia’ o ‘libertad’, sino también una identificación con una forma común de disfrute en la transgresión… Diversas tácticas de comunicación política codificadas -por ejemplo, populismo ‘dog-whistle’ politics- podría entenderse fácilmente desde esta perspectiva”, escribe Glynos.
Glynos ofrece dos explicaciones. La primera, a través de su Tesis de Ortogonalidad, según la cual el goce en odiar al gobierno parece bastante independiente de cualquier justificación real. Es como si la indignación se produjera en la intersección de dos planos ortogonales mutuamente excluyentes, uno la «realidad psíquica» y otro más asociado con la evidencia y la lógica.
Esta tesis ofrece algunas explicaciones para el éxito del estilo retórico de Trump, su falta de preocupación por la evidencia en sus afirmaciones y el advenimiento de un plano de pensamiento y sentimiento que puede apoyar felizmente un mundo de “hechos alternativos”.
Las referencias sexuales “locker room” de Trump, sus ataques contra cualquiera que se interponga en su camino, y su disposición a decir cualquier cosa a cualquiera da cancha al impulso transgresivo colectivo de sus seguidores.
De acuerdo con Glynos, las “lógicas fantasmáticas” (2), que operan en el plano psíquico, permiten que el sujeto esté tan involucrado en el odio al gobierno, la maldad de Hillary Clinton, o la “anti-Australianez” del burka, que cualquier posibilidad de alternativa a las identificaciones e ideales sociales, políticos y económicos están bloqueados desde su punto de vista.
La segunda explicación de Glynos, que él llama la Tesis de sobredeterminación, parte de la idea simple de que el pensamiento ocurre en uno u otro de los planos ortogonales. El discurso político se compone necesariamente de ambos tipos de pensamiento. Cualquier cantidad de (lógicas) “fantasmáticas” puede adjuntarse a un conjunto de eventos.
Esto podría ayudar a explicar el por qué Pauline Hanson (senadora australiana), en su primer periodo en la política, usó también a esos “otros” demonizando a los asiáticos, para reaparecer veinte años después con el mismo argumento, pero ahora esos “otros” eran los musulmanes (3).
¿Dónde está ahora la política progresista?
Las lógicas fantasmáticas no son de ningún modo una herramienta exclusiva de la derecha. Glynos sugiere que el “mercado libre” puede reemplazar fácilmente al “gran gobierno” como un significante fantasmático en la retórica izquierdista.
Y ahí radica la gran pregunta para los progresistas sociales. La política sin elementos fantasmáticos afectivos es estéril, inhumana y posiblemente totalitaria.
Por otro lado, la política que se mueve más hacia el plano fantasmático, es “alocada”, ineficaz y, a veces, peligrosa (aunque a menudo entretenida). El uso omnipresente de las herramientas de fantasía del marketing de marca en política nos ha movido peligrosamente hacia lo último.
Es bueno recordar que, a pesar del predominio de lo fantasmático en las políticas estadounidenses, australianas y europeas, también hay una marea creciente de rechazo a la retórica política superficial especialmente entre los jóvenes.
Los problemas globales existenciales que desafían a la humanidad requieren respuestas innovadoras, apasionadas y razonadas. La política progresista y sus portavoces no pondrán en marcha la resolución de problemas complejos si permanecen en un mensaje de marketing o intercambio de lemas fantasmáticos. Es un largo proceso, pero más respeto, honestidad y participación ayudarán a despejar el camino.
Mick Chisnall es Candidato PhD en el Instituto de Gobernanza y Análisis de políticas de la Universidad de Camberra, vía @ConversationUK.
Este artículo es una traducción del artículo “Progressive politics is losing to a fantasy state of mind ”, aparecido en la web de The conversation y con licencia Creative Commons.
Traducido por Sonia Lloret.
Imagen de Katerkate en Flickr (CC)
This article is part of the Democracy Futures project, a joint global initiative between The Conversation and the Sydney Democracy Network. The project aims to stimulate fresh thinking about the many challenges facing democracies in the 21st century.
This piece is part of a series, After Populism, about the challenges populism poses for democracy. It comes from a talk at the “Populism: what’s next for democracy?” symposium hosted by the Institute for Governance & Policy Analysis at the University of Canberra in collaboration with Sydney Democracy Network.
(1) Nota del traductor. Bayou (del francés cajún, pantano). En el sur de Estados Unidos una salida pantanosa de un lago o río.
(2) Nota del traductor (de la Rae. Fantasmático). Dicho de una representación mental imaginaria: provocada por el deseo o el temor.
(3) Como se expone en el artículo “Pauline Hanson, 20 años después: mismo estribillo, nuevo objetivo”. Dos décadas antes en un discurso inaugural en el senado afirmó que Australia estaba en peligro de ser abrumada por los asiáticos, veinte años después repitió el argumento: “ahora corremos el riesgo de ser abrumados por musulmanes que tienen una cultura e ideología incompatibles con la nuestra”.