La invisibilidad de la micro-política

JOSÉ ANTONIO GIMÉNEZ

La distancia entre el político y el ciudadano ha crecido en las dos últimas legislaturas. Irónicamente, la aparición de las llamadas formaciones populistas no ha evitado este distanciamiento sino que lo ha potenciado. El movimiento 15-M, las mareas, los anticapitalistas, los yayo-flautas y todos los demás colectivos reivindicativos fueron neutralizados con una eficacia pasmosa por unos líderes de aspecto cuidadosamente descuidado y mentalidad absolutista.

Al igual que en la revolución francesa, los ciudadanos hicieron las cargas contra la fusilería y los ideólogos crearon una estructura en la que la igualdad, la legalidad y la fraternidad consumió en la hoguera o la guillotina a los revolucionarios románticos y sentó en los tribunales y la asamblea legislativa a los que deseaban el poder ante todo, controlando las gacetas y la policía política. Si se prefiere, por actualizar el lenguaje, sustitúyase por medios de comunicación públicos y CNI, salvando las diferencias de la época.

Ese magma político, en el que las estocadas por la espalda son el pan nuestro de cada día, poco tiene que ver con los problemas reales del ciudadano. Parece que las formas de la tan criticada política tradicional es un virus contagioso.

Cuestiones como el deterioro de las zonas de juego infantiles en los parques por el botellón incontrolado o la falta de mantenimiento, la deficiente iluminación nocturna de una calle o el sistemático olvido de una poda… son problemas inexistentes para los políticos modernos y descorbatados, también los eran para los tradicionales y encorbatados, por cierto, pero que sí tienen efecto directo en la calidad de vida de los ciudadanos.

En este estrato de la política es donde ciudadanos con vocación real de servicio público y sin sueldo, ni prebendas, ocupan sus horas libres tratando de mejorar pequeñas cosas. Ciudadanos anónimos cuyos nombres no estarán en la mesa en la que se negocian listas electorales, ni en el reparto de puestos de trabajo como asesores, aunque sean ellos los que mejor conocen el pulso de las asociaciones de vecinos y comerciantes, los problemas de su entorno urbano y la realidad de las calles.

Ellos son los que se patean su distrito para ver qué se puede mejorar. Ellos los que dan de verdad la talla de la democracia actual. Estos soldados de la micro-política nunca estarán representados en el tablero de ajedrez de la gestión municipal, mucho menos de la autonómica o nacional.

Y, sin embargo, son ellos los primeros en ser sacrificados por los que han tomado posición en lo que ahora se llama estructura del partido, al igual que ocurre con los peones, en aquellos que desconocen las reglas básicas del ajedrez tradicional.

Es una pena que los políticos que venían a regenerar el sistema olviden que el movimiento del peón es seminal para establecer un plan de juego y una estrategia efectiva. Que de la apertura dependerá el desarrollo del juego. Y, ellos -los peones-, con sus movimientos cortos y siempre hacia adelante, te dan la ventaja de posición.

En estas elecciones, volveremos a ver cómo los peones de la política son olvidados para dar paso a caras conocidas de incierto futuro, indocumentada habilidad de gestión, y corta, cuando no inexistente, trayectoria política. Avalados, eso sí, por su nombre y profesionalidad en otras disciplinas, sean estás el deporte de élite, la cultura o el show business, y cuyos antecedentes, pongamos por caso Niurka Montalvo o Tomás Reñones, no han sido muy buenos. Ojalá más políticos jugaran al ajedrez, el de verdad.

 

José Antonio Giménez es comunicólogo (@josesanserif)