ELENA CAETANO
“Quien controla el presente controla el pasado y quien controla el pasado controlará el futuro”.
1984, George Orwell
De todas las reflexiones que he leído sobre la historia y sus usos, sobre el poder de comunicar, es posible que George Orwell haya sido uno de los autores que más han marcado mi forma de leer, analizar e interpretar la política. Si bien lo que dice no es una novedad que nos coja por sorpresa, es posible que el autor de 1984 haya conseguido condensar en una cita la razón de ser de un género tan prolífico a lo largo de la historia como la historiografía, precisamente de lo que vamos a hablar hoy.
Definimos a la historiografía como “la escritura de la historia” y, aunque desde el siglo XIX suelen ser académicos los que se dedican al estudio y divulgación de la historia, anteriormente este género estaba en manos del poder y era utilizado precisamente como eso, una herramienta de poder. Como siempre se ha dicho, la historia la escriben los vencedores, y si nos acogemos a la cita orwelliana, la funcionalidad de escribir la historia va más allá de explicar el pasado de manera favorable al promotor de la obra, sino que además la historia escrita tiene la intención de dar forma a un futuro que aún no está escrito.
De este modo, cuando leemos una obra historiográfica escrita en el pasado, no solo nos disponemos a ver una versión edulcorada de los hechos que, de una forma o de otra, favorece a aquellos que pagaron por la obra, sino que ante nuestros ojos se abre un debate intelectual, una conversación por así decirlo, entre la obra y el lector en la que hay muchas más motivaciones que la de “quedar bien” a ojos del público. El estudio de estos matices, de esta manera de entender la historia y de intentar vislumbrar el cómo, por qué y con qué intención se escriben las cosas es de lo que se encarga la paleocompol, o paleocomunicación política (disciplina totalmente extraoficial y definida en una excitante conversación nocturna, regada de vino, con unos colegas del campo de la politología; siendo rigurosos nos encontraríamos dentro del campo de la historia del pensamiento político). Desde esta perspectiva, ponemos sobre la mesa a los diferentes actores que tienen un papel en el proceso de escritura de una obra: el promotor de la obra y el compositor o compositores, el contexto en el que se desarrolla el proceso de escritura, y el público al que está dirigido (y al que se intenta convencer). A veces el promotor y compositor pueden ser la misma persona, como en el caso de Julio César con la “Guerra de las Galias”, pero en la mayoría de las ocasiones solían ser personas distintas, por ejemplo, en el caso del Chronicon Mundi, Berenguela de Castilla actúa de promotora y Lucas de Tuy de compositor; o bien el promotor también actúa como supervisor de la obra, como en el caso del nieto de Berenguela y foco de nuestro artículo, Alfonso X y su famoso taller.
El Rey Alfonso X de Castilla y León fue, probablemente, uno de los monarcas castellanos que más consciente fue de las posibilidades que la historiografía y la literatura en general entrañaban. No por poco aún hoy lo seguimos recordando como el Rey Sabio. Lleno de ambición, buscó en la historia un modo de justificar sus empeños y anhelos. Pongámonos en contexto: Alfonso X (1221 – 1284), hijo de Fernando de Castilla y de Beatriz de Suabia, aunaba en su persona la herencia de un reino hispánico fuerte y con cierta dominancia sobre el resto de los reinos de la península, a la vez que estaba conectado, a través de su madre, con la familia Staufen, emperadores del Sacro Imperio Romano Germánico. Al morir Federico II en 1250, el trono imperial (al que se accedía por elección, aunque los Staufen llevaran copándolo más de un siglo) queda vacío y surge una competición encarnizada en la que diferentes candidatos, unos apoyados por los Staufen y otros apoyados por el Papado, intentan convertirse en emperador del Sacro Imperio. Como hemos dicho, la familia Staufen llevaba acaparando el poder imperial bastante tiempo, algo con lo que el Papa no estaba especialmente contento, por lo que lo último que quería era otro miembro de la familia Staufen en el trono, alguien como Alfonso, vaya. Además, el rey castellano, fue propuesto como candidato por aquellos que defendían a la familia Staufen, por lo que se encontró en una diatriba bastante complicada. Por si fuera poco, si la candidatura a unas elecciones hoy en día depende en buena medida del apoyo económico, imaginad el costo la candidatura de un monarca castellano al imperio en el siglo XIII: Alfonso X necesitaba imperiosamente convencer a sus Cortes – y al Papa – de que él y solo él podía ser emperador del Sacro Imperio Romano Germánico y de que necesitaba dinero para ello. Lamentablemente, después de varios obstáculos (rebeliones nobiliarias, la muerte de su heredero Fernando y el levantamiento de su otro hijo, Sancho), el Papa, que era quien tenía la decisión final, coronó emperador a Rodolfo de Habsburgo, dejando a Alfonso con un reino en llamas y ruina. Todo este episodio es conocido como el Fecho del Imperio y es quizás uno de los más apasionantes y descorazonadores pasajes de la vida del Rey Sabio.
Es precisamente durante este tiempo cuando en búsqueda de una legitimación que librara de dudas su candidatura imperial, Alfonso X decide que se componga una obra, una historia de la Península Ibérica, escrita por primera vez en castellano, con la que pudiera demostrar el valor y la necesidad de su causa imperial, y así de paso convencer a los nobles castellanos de que arrimaran el hombro aportando fondos a su causa. Hablamos de la Estoria de Espanna, una de las crónicas más importantes de Iberia, que además cambió los modos de escribir historia por los siglos venideros. La Estoria de Espanna nos cuenta la historia de lo acaecido en la Península Ibérica desde sus orígenes, hasta la muerte de Fernando III (aunque la segunda parte de la crónica fue escrita con cierta posterioridad). La historia se estructura mediante el gobierno de sennores naturales, o emperadores, que transmiten el sennorío o el imperio. De este modo, se deja claro que el mundo funciona gracias a la correcta transmisión de ese imperio, y que la única manera de hacer que prospere es precisamente honrando esa transmisión. Para ello, esta debe ser familiar, el heredero debe ser virtuoso y mostrar las cualidades de un buen gobernante, y estar supervisada y bendecida por Dios, que no por la Iglesia (para Alfonso X, la relación entre el monarca y Dios era mucho más estrecha y fuerte que la que pudiera tener Dios con la Iglesia).
Para Alfonso X la historia se convirtió en un lienzo en blanco en el que escribir su propia historia familiar, de modo que Eneas y Julio César eran tan romanos como Claudio, Trajano, Carlomagno, Federico II o, por supuesto, él mismo. Veamos un ejemplo curioso de esta asimilación:
La segunda razon dizen que este niño salio de luego con cabellos e con una vedija apartadamientre mas luenga que todos los otros cabellos, et en latin dizen cesares por vedija o por cabelladura o por cerda de cabellos, onde fue tomado desta palavra cesaries este nombre Cesar e llamado a aquel niño por aquella cerda con que nacio; e segund esto Cesar tanto quiere dezir cuemo el de la vedija o el de la cerda o el de la crin, ca por tod esto es dicho cesaries.
EE, VPL, 115, 5-6
Este pasaje nos habla de las distintas razones por las que Julio César es llamado así, César. La segunda razón que dan los compiladores es que el emperador nació con un mechón de pelo en el pecho, una cerda de cabellos. Esto, que no se contempla en ninguna fuente de la crónica, por lo que es original, podría parecer una anécdota sin importancia, pero ¿cómo se conocía a Fernando, hijo y heredero de Alfonso X? Exactamente, como Fernando de la Cerda, inaugurador de la Casa de la Cerda, también llamado así porque nació, aparentemente, con un mechón de pelo en el pecho. Julio César y Fernando estaban conectados, y por ende, su padre Alfonso también pertenecía a este linaje imperial.
Y como este ejemplo, hay otros cientos dentro de la Estoria de Espanna, desde la inclusión del personaje de la reina Dido, con un protagonismo nunca visto en el medievo, para luego justificar la inclusión de Eneas en una obra que, en teoría solo habla de la Península Ibérica, a la exaltación de personajes como Trajano y Adriano – los emperadores hispanos -, o el parentesco totalmente inventado entre algunos de los emperadores más famosos de la historia, como Julio César y Augusto, por ejemplo. Todo ello es relatado apartando a la Iglesia de manera deliberada de la elección imperial y mostrando un laicismo historiográfico – que no falta de religiosidad – que tampoco se había visto en siglos en el occidente europeo.
Como vemos, con esta historia, Alfonso X no solo edulcora y legitima actos del pasado, sino que también pretende influir en su futuro próximo demostrando que él es el único candidato viable para asegurar la prosperidad del imperio en occidente. Como Orwell bien apuntó, poseyendo el relato del pasado, Alfonso X no solo pretendía controlar el presente, sino también marcar su destino.
La Historia es poder, y quien controla el discurso historiográfico tiene en sus manos una herramienta valiosísima para enaltecer ideales y arrastrar a las masas. Al fin y al cabo, ¿por qué centrarnos en el presente para controlar el futuro, si el presente, en cierto modo ya es pasado?
Elena Caetano es Graduate Teaching Associate en la University of Birmingham. Historiadora y Doctora en Estudios Hispánicos
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