FEDERICO AZNAR FERNÁNDEZ-MONTESINOS
IDEOLOGÍA Y RELIGIÓN
Los yihadistas no son unos psicópatas, sino actores sustentados por creencias religiosas. La violencia del Daesh (Estado Islámico) no es gratuita, tiene un sentido político. El salafismo, palabra e idea de la que se han apropiado, les dota de un relevante cuerpo doctrinal.
La proclamación del Califato es trascendente; implica el control de un territorio y legitimidad. Además, pone en vigor la Sharia interrumpida por no darse las condiciones. Todos los musulmanes están llamados a emigrar allí para vivir según las normas islámicas y están obligados a su defensa.
El takfir, la excomunión, ha tenido tradicionalmente un uso muy restrictivo. Los grupos yihadistas, hacen un uso lato de ella, lo que les ha valido el calificativo de takfiries, “los excomulgadores.” Promueven la incorporación total de la norma; rechazar una parte es apostatar. El pecado es una falta puntual. Cuando es sistemático, se desobedece la regla y eso es apostasía. Por eso el Daesh ha recuperado formas e instituciones del pasado, como la esclavitud o la crucifixión. Está prisionero de su prédica. El régimen talibán era comparativamente aperturista y apóstata.
Al Qaeda es un símbolo por el 11-S. Pero ese también ha sido su techo; excesivo para sus capacidades militares reales. Desde entonces ha experimentado un notable achatamiento de sus estructuras y la pérdida del control de la periferia. La pendiente es clara, los atentados del 11-S dejaron 3.000 muertos, 192 el 11-M, 56 el 7-J en Londres y 11 en París. Su éxito es haber introducido la palabra “yihadista” y dinamizado el movimiento: de 3 organizaciones en los 80, ha pasado a más de 60.
Las diferencias doctrinales se traducen en diferentes modelos estratégicos: si al Qaeda apuesta por un terrorismo difuso, una agenda global franquiciada para despertar a la Umma y establecer las condiciones para el Califato y critica la obsesión del Daesh por derribar los regímenes apóstatas sin eliminar a quienes los posibilitan; éste opta por un modelo insurgente, el combate contra el “enemigo cercano”, la violencia horizontal para transformar la sociedad y la abierta consolidación territorial. Sus enemigos son chiitas, sunís que apoyan a los apóstatas y, por último, los occidentales. Al Qaeda ha actuado con mayor cintura política, ajustando su estrategia a objetivos políticos concretos y hasta recomendando moderación.
Uno de los rasgos más notables del salafismo es su antichiismo. Otro es la hisba: “Aquel de vosotros que vea algo ilícito debe impedirlo con su mano; si no puede con su lengua y si no puede, con su corazón.” Tradicionalmente la mano ha sido prerrogativa de las autoridades políticas, la lengua de los escolares y el corazón del pueblo. La transformación es revolucionaria; la nueva respuesta implica a cada individuo en el control de la moralidad pública. Se ha armado al pueblo al diseminar el poder convirtiéndolo en un instrumento de transformación social.
LAS ESTRATEGIAS. LAS NARRATIVAS
El Daesh sigue la estrategia de Abu Bakr Naji en “La gestión del salvajismo.” Prevé varias fases hasta el Estado Islámico mediante el “alzarkawismo”. Su pretensión es generar el caos mediante la manipulación de elementos religiosos y nacionalistas, polarizando las sociedades y obligando a tomar partido, reduciendo el espacio para la neutralidad y sofocando cualquier otro debate. La utilización de la violencia extrema y su primacía incluso sobre la predicación junto con sofisticadas estrategias de comunicación proporciona audiencia al Daesh y contribuye a la radicalización pero lo aleja del musulmán moderado.
Las personas no se radicalizan solas. Una narrativa, es una selección de hechos realizada con mayor o menor exactitud y libertad que conduce a un imaginario colectivo preestablecido. Es un mecanismo de construcción de la identidad de un grupo.
Las acciones del Daesh son provocaciones, conmocionan la audiencia, atraen el foco sobre la narrativa. La narración dota a la violencia de sentido y dirección; narración, violencias y causa se encuentran interrelacionados mientras genera espacios éticos que la hacen posible. Un elemento característico de las narrativas es la gestión de los silencios; el acento sobre algunos aspectos y las sombras en otros. Una narrativa es un conjunto hilvanado de ideas no falso, pero sí incompleto.
Surgen de problemas reales cuyas claves parasitizan y transforman, en este caso, en matrices religiosas. El caso de Mali (el problema tuareg) o del Daesh (el vacío geopolítico y el control de la minoría sunita por una mayoría chiita) son notorios. El Daesh actúa con una base ideológica religiosa muy fuerte y regionalmente asentada: por eso ha conseguido el desbordamiento e implantación geográfica, porque es un producto de la cultura local.
En su estrategia está presente la inminente llegada del Juicio Final. Dabiq, nombre de su revista, es paralelo a la Mejido bíblica del Armagedón. En ella se iniciará, con el enfrentamiento entre el bien y el mal, la cuenta atrás. Será una derrota, pero escaparán unos 5.000 hombres que se alzarán con la victoria definitiva y cerrarán el ciclo de los tiempos. Por eso, sus seguidores se dejan identificar entre imágenes criminales, han emigrado definitivamente a Alá y no contemplan el retorno. El fin del mundo es inminente.
Al Qaeda y el Daesh coinciden en el activismo mediático. Pero el Daesh ha ido más lejos. La zona que controla tiene el tamaño del Reino Unido y ocho millones de habitantes, su dominio por unos 50.000 efectivos solo puede hacerse por el terror, algo que no desentona con la Historia regional. Y el terror es imagen, pedagogía, colonización mental para controlar una sociedad.
CONCLUSIONES
Las diferencias entre los grupos radicales no son religiosas sino políticas. La acción de Occidente contra al Qaeda ha hecho a las franquicias más visibles que al órgano central, dejando al grupo como un tótem cuya victoria sería haber resistido.
Si al Qaeda es difícil de combatir militarmente, el Daesh lo es menos. Su proclamación lo liga a un territorio; de colapsar, la obligación de emigrar a la región desaparecería y la Sharia dejaría de estar en vigor integral.
Pero una solución duradera requiere concertar las voluntades de numerosos actores. Es poco probable que tropas chiitas lo consigan y, además, podrían alterar los equilibrios. Una intervención occidental a gran escala también es difícil pues el escenario regional es complejo, evanescente y contradictorio. Luego está Dabiq y el postconflicto.
Impidiendo su expansión, y aislando su tejido social, se puede provocar la implosión de un régimen víctima de sus contradicciones internas y aislamiento. Hay que reforzar el Estado, fortalecer y ensanchar la sociedad y las instituciones. Es imperativo hacer pedagogía. Los grandes proyectos llevan tiempo y esfuerzo, y lo deben liderar los actores regionales.
No hay que perder de vista la falta de cintura política de las organizaciones yihadistas y su incapacidad para propiciar la transformación real de las sociedades. Las poblaciones locales no aceptan que el Islam que secularmente practican no sea el verdadero. Distinto es el Daesh instalado en su entorno cultural.
No hay un gran problema militar en derrotar al Daesh. Pero no se trata de ganar una guerra. Hay que ganar la paz, un problema mucho más complicado y laborioso. La magia no existe.
Federico Aznar Fernández-Montesinos es Doctor en Ciencias Políticas, escritor y profesor. Capitán de Fragata Armada Española.
Publicado en Beerderberg
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Fuente de la Imagen: Hurstpublishers