En medio de la mediocridad nacional, la Falange irrumpe como un fenómeno desconocido hasta ahora. No por la originalidad – con ser mucha – de su programa, sino porque es el único movimiento que no se limita a agrupar a sus partidarios por la vaga coincidencia de su programa, sino que trata de formarlos por entero, de infundirles, religiosamente, una moral, un estilo, una conducta. La Falange no ha seguido a las viejas agrupaciones políticas, aspirantes a arreglar el mal de España con unos coloretes a flor de piel; la Falange ha calado hasta la raíz; ha empezado por el principio; no se ha conformado con tener adheridos, ficheros y cuotas: ha aspirado a tener «hombres» y «mujeres»; seres humanos «completos», entregados a la abnegación del servicio.
En las horas aparentemente tranquilas, esta actitud profunda, religiosa, de la Falange mereció la pálida sonrisa de los cautos. Las pobres derechas españolas creyeron concluir con la Falange por dos caminos: el del silencio y el de la falsificación; ocultando nuestras luchas- ¡muertos fraternos de la Falange, a los que la prensa «patriótica» no dedicó una línea! – y recordando nuestra exterioridad, a la que imaginaban vinculado el éxito. Las izquierdas, más avisadas, señalaron desde el comienzo nuestro peligro y nos declararon la guerra: una guerra infame que tenía por arma el asesinato.
Así, entre el crimen y la envidia hemos vivido tres años que parecen una existencia. Años fecundos, germinales, que nos han adiestrado para la lucha de ahora. Y para la decisiva que se prepara.
Porque es indecente querer narcotizar a un pueblo con el señuelo de las soluciones pacíficas. YA NO HAY SOLUCIONES PACÃFICAS. La guerra está declarada y ha sido: el Gobierno el primero en proclamarse beligerante. No ha, triunfado un partido más en el terreno pacífico de la democracia; ha triunfado la revolución de Octubre; la revolución separatista de Cataluña y la comunista de Asturias; la que asesinó al capitán Suárez por mano del traidor Pérez Farrás y la que incendió la Universidad de Oviedo. Ha triunfado el Octubre sangriento y repulsivo de 1934, que ahora se ensalza a los cuatro vientos mientras se persiguen a los que en octubre defendieron abnegadamente al Estado Español. Estamos en guerra. Por eso el Gobierno beligerante se preocupa poco de los ficheros cedistas y de la prensa conservadora. El Gobierno no pierde su tiempo en matar moscas: se da prisa en aniquilar todo aquello que pueda constituir una defensa de la civilización española y de la permanencia histórica de la Patria: el Ejército, la Armada, la Guardia Civil… y la Falange.
No somos, pues, nosotros quienes han elegido la violencia. Es la ley de guerra la que la impone. Los asesinatos, los incendios, las tropelías, no partieron de nosotros. Ahora, eso sí – y en ello estriba nuestra gloria – nuestro empuje combatiente, nuestra santa violencia, fué el primer dique con que tropezó la violencia criminal de los hombres de Octubre. Por eso se han encarado con nosotros con tanta colérica sorpresa. Imaginaban que todo el monte iba a ser orégano, como en el otro bienio de Azaña. Pensaban que podrían, como entonces, herir y atropellar. Cuando he aquí que la Falange se les ha plantado en medio. Ha sido inútil multiplicar las persecuciones: la Falange está aquí, firme en su sitio. Ella ha roto el sortilegio que presentaba como invencibles a los monstruos representativos del Frente Popular. Ha puesto al descubierto que no eran para tanto. Se les ha subido a las barbas. La Falange les faltó al respeto y, tras ella, todo el mundo se lo ha perdido. El terrible Azaña de 1931 se ha tenido que refugiar en El Pardo, discreta pantalla de su ridículo, y el lacayo Casares arde con 39 grados de fiebre, consumido en una lucha contra fuerzas inaprehensibles.
¡Bien haya esta violencia, esta guerra, en la que no sólo defendemos la existencia de la Falange, ganada a precio de las mejores vidas, sino la existencia misma de España, asaltada por sus enemigos! Seguid luchando, camaradas, solos o acompañados. Apretad vuestras filas, aguzad vuestros métodos. Mañana, cuando amanezcan más claros días, tocarán a la Falange los laureles frescos de la primacía en esta santa cruzada de violencias.
Enviado por Enrique Ibañes