FRANCISCO FRANCO
Españoles:
Hoy hace un año que junto a las viejas piedras de Salamanca, sede guerrera de mi Cuartel general, os dirigí yo la palabra con motivo del Decreto de Unificación, que fundía en una unidad política nacional los valores hasta entonces disgregados de nuestro Movimiento. Hoy vengo otra vez a ponerme en público contacto con vosotros desde estas tierras de Aragón, columna fundamental de la Fe y de la Patria.
El pueblo, con su fino instinto acogió con aplauso aquella medida, comprendiendo lo que significaba para España esta unidad, algo sustancial, como una inquietud de todos los españoles que podía de otra manera desviarse y frustrarse si no se encauzaba, evitando las disgregaciones individuales a que nuestro carácter es tan propenso. La guerra no se hubiera ganado sin una España unidad y disciplina.
El enemigo quiso infiltrarse en nuestra retaguardia
Ante Dios y ante la nación española quisimos entonces dar cima a esta obra unificadora, en aquel momento en que el enemigo, impotente contra la fortaleza y la unidad de nuestros combatientes en el frente derrotaban a las brigadas internacionales con su acopio de tanques y su abundancia de material guerrero de todas clases, puso sus miras en nuestra retaguardia y concibió el atrevido intento de dividirla como un recurso de salvación. Al efecto, envió consignas a nuestra zona, sacó de las cárceles al precio de traición algunos de los presos que allí encerraba, permitiendo la salida a nuestro campo con el compromiso de agitar esta retaguardia.
Consecuencia de ello fue que se multiplicaran los esfuerzos para filtrarse en la vida de nuestras organizaciones. Se intentó sembrar la rivalidad y la división en nuestras filas; se dieron órdenes secretas para producir en ella la ascitud y cansancio; se intentaba minar el prestigio de nuestras más altas jerarquías explotando pequeñas miserias y ambiciones.
A todo ello había que oponer con decisión la unidad política estrecha y fraterna de la España mejor. Así lo hicimos y la guerra del Norte fue terminada con nuestra victoria, y ella produjo como consecuencia podernos emplear en la gran batalla de Teruel, y luego talla del Ebro y más tarde en la del Segre y ahora finalmente en la salida al mar.
Labor realizada
Junto a esta ingente labor de guerra, hemos proseguido nuestras tareas de política interior, promulgando los Estatutos del partido, constituyendo sus órganos nacionales, el Consejo y la Junta política, estableciendo el Gobierno de la nación y el ordenamiento de los Poderes del Estado, reincorporando Vizcaya, Guipúzcoa y Cataluña al régimen administrativo.
En el orden económico, hemos mantenido los precios y realizado una enérgica campaña para la defensa del patrimonio nacional. Al campo español llevamos la ordenación del trigo y del maíz y la concesión de moratorias de deudas a los agricultores.
En materia de protección social se establece la condonación de alquileres, el Servicio Social de la mujer, los servicios e reincorporación al trabajo de los combatientes, el benemérito Cuerpo de Mutilados y el Fuero del Trabajo.
En el orden católico, se acordó la derogación de la ley del matrimonio civil y la suspensión del divorcio.
En lo que a la cultura y al estilo se refiere, establecimos el Instituto de España, con la reorganización de las Reales Academias.
Instituimos la Orden Imperial de las Flechas Negras como máximo galardón, como hemos de instituir seguidamente para el mérito científico la Orden de Alfonso X el Sabio, Rey de Castilla.
Finalmente, con el yugo y las flechas, la heráldica de los Reyes Católicos ha sido restablecida como escudo de España.
Realidades contra la calumnia
A la obra calumniosa que nuestros enemigos lograban arrojando millones y millones a la voracidad de la Prensa mundial, opusimos nosotros la realidad de nuestras victorias y la sinceridad de nuestra propaganda, y el régimen austero y ejemplar del Gobierno de España.
Así, con paso firme y altivo desprecio a la mentira, hemos ido haciendo luz en el ambiente de Europa.
No abrigamos sentimientos de enemistad hacia otras naciones; luchamos sólo por nuestra civilización, nuestra independencia y nuestra grandeza.
Al hablar otras veces a España y al mundo de nuestra guerra, lo hice siempre con fe segura en nuestro triunfo, la fe que a mí nunca me faltó, pero ahora ya no es sólo la fe: son los hechos ciertos y tangibles.
Un sentimiento de justa indignación
Hemos ganado la guerra; la tiene perdida irremisiblemente el enemigo y ahora ya de nada le sirven las ayudas que le ofrezcan, como no sea para derramar estérilmente más sangre, muchas veces inocente que a esos sus colaboradores no les duele, porque para ellos es cosa ajena, pero a nosotros sí, porque para nosotros es cosa propia. Por eso, sepan quienes aún ayudan a nuestro adversario, que con ello sólo pueden conseguir prolongar muy poco la guerra, al precio tan caro de nuestra sangre. Y quedan con ello advertidos que cada paso que den en ese camino es un obstáculo que levantan en el de nuestras futuras relaciones y que la buena voluntad de los gobernantes para salir del abismo que se abre pueda mañana estrellarse contra el sentimiento de justa indignación de los que luchan en esta santa guerra.
Sépanlo también en su egoísta frialdad esas democracias cristianas, menos cristianas que democracias, que infeccionadas de un liberalismo destructor no aciertan a comprender esta página sublime de la persecución religiosa española, que con sus millares de mártires es la más gloriosa de las que haya padecido la Iglesia y cierren ya de una vez sus oídos a la estupidez y a las infamias de los vascos herejes.
Ni una defección, ni una apostasía, ni una frase de rencor; sólo perdón generoso tuvieron ante la muerte y escribieron páginas indescriptibles de heroísmo y de virtud aquellos santos prelados, sacerdotes y seglares hermanos nuestros en la fe de Cristo que aceptaron serenos; el más brutal de los martirios pidiendo a Dios por sus verdugos.
Proclamamos al mundo nuestra. verdad, y éste no quiso o no pudo oírla, apagadas nuestras voces por el rugido fiero e inhumano de los Frentes Populares, de los agentes comunistas y de los ofuscados demócratas que han ayudado a los rojos de España, no tanto por amor a su causa, cuanto por odio a nuestro pueblo: Frente a nuestras verdades de la guerra y a la verdad de nuestra política social y de nuestra justicia, prevalecieron las falsas apelaciones a la democracia y los toques a rebato de las Internacionales.
El régimen que tantos daños nos produjo
No creemos nosotros en el régimen democrático liberal y son gravísimos los daños que a España ha acarreado; pero no cometeré tampoco la injusticia nunca de identificarlo con el que han practicado las pandillas de criminales y salteadores que vienen presidiendo la destrucción de la España roja y lo hemos prevenido y una vez más lo repetimos hoya los países democráticos, para que un día no se llamen a engañó. -En España el régimen liberal Se murió apenas nacido y con anterioridad a nuestro glorioso Alzamiento ya no quedaban de él ni vestigios. La quema de los conventos conocida desde horas antes por el ministro de la Gobernación, fue una prueba de ello y su epitafio aquella frase incivil de que «Ningún templo valía por la vida de un republicano». En la España roja no se ha practicado nunca el régimen constitucional y siempre los sedicentes Gobiernos caían en brazos de la masonería, fraguando por medio de sus agentes el vil asesinato. del jefe de la oposición parlamentaria y gran patricio José Calvo Sotelo.
Terrorismo y asesinatos sin límites
Después, lo que todos sabéis, de modo tan claro que nadie puede ignorarlo: el asesinato de casi todos los diputados de la oposición; el asalto al domicilio privado, industrias, comercios y Bancos; más de cuatrocientos mil asesinatos cometidos por el solo hecho de que las víctimas creían en Dios y en la Patria, asesinatos casi siempre y ejecutados algunas veces por los mismos hombres del Gobierno rojo; los Tribunales de Salud pública, las Checas oficiales y particulares donde Se preparaban los martirios, el asesinato de numerosos presos indefensos, la destrucción total de los templos, la ausencia absoluta de toda norma jurídica y moral, de toda ley, de todo hecho.
Justicia generosa y justicia implacable
Y a vosotros, enemigos de España, que todavía sacrificáis vidas y esfuerzos en una resistencia doblemente criminal en su esterilidad, parece innecesario que os diga, porque bien lo sabéis, que estáis vencidos. Hora es ya de que las masas que tenéis tiranizadas, sepan que a prolongación de esa resistencia absurda sólo se explica porque la inspiráis en la mejor preparación de vuestra huída. Pero sabed que cada día que pase, cada vida más que sacrifiquéis, cada crimen que cometáis, es una nueva acusación para el día que comparezcáis ante nuestra justicia, que generosa hasta el perdón, ofrecemos a cuantos engañados equivocados, habéis mandado a la lucha, pero que será inflexible para los que criminalmente emplean la sangre y la bravura de nuestra juventud en el camino torpe de la destrucción de España.
Nosotros en esta hora tenemos puesta ya nuestra atención en los días también febriles y heroicos de la reconstrucción de la Patria, de la restauración de la grandeza, que es el objetivo último de la guerra. Nos esperan para todos largas jornadas en las que otra vez el sacrificio: pondrá a prueba el temple heroico y el genio creador de
esta raza.
Los problemas del nuevo Estado
El Estado abordará los grandes problemas que el sacrificio realizado y la guerra exigen: la consolidación de nuestro potente Ejército de tierra, mar y aire, de las industrias indispensables a la guerra, la realización de la gran obra social, proporcionando a nuestras clases medias y trabajadoras condiciones más humanas y justas; resolución de los múltiples problemas que nuestra industria tiene planteados para su resurgimiento; ordenación de la obra cultural con el mejoramiento intelectual, moral y físico de nuestras juventudes; realización de la reforma económica y social de la tierra; restauración de nuestra Marina mercante y de nuestra flota pesquera; los grandes planes de obras públicas, mejora de viviendas, y realización de la en obra sanitaria nacional; atracción del turismo; ordenación de la Prensa: Y con todo ello, la conquista de nuestro prestigio en el mundo.
Ni frivolidad, ni regalo
Para acometer esta gran tarea que a todos hará dignos del esfuerzo de los Caídos, el trabajo, el talento, el sacrificio y la virtud, son instrumentos precisos. La grandeza y la unidad de España no se forjaron en la frivolidad y en el regalo; la vida cómoda, fácil y vacía de años anteriores ya no es posible. Ni han de tener cabida en nuestra España la murmuración y el despecho de las despreciables tertulias que precedieron en casinos y en corrillos a nuestra decadencia, dedicados en la cortedad de su horizonte intelectual y en la escasez de su solvencia a la tarea demoledora y antipatriótica de manchar la honra ajena y socavar los prestigios de personas e instituciones públicas.
Que nadie espere el desvío de nuestros destinos
Tengo sobre mis hombros la responsabilidad del destino de España y si a golpe de victoria la estoy arrancando de las manos de los rojos, nadie espere que a título de esos viejos vicios pueda desviarla del camino trazado.
Espero por ello que cuantos no estén privados de inteligencia comprenderán fácilmente que bastarían unos manotazos para pulverizar esos grupitos de inferior calidad nacional y humana
Los que aún no estén curados de arrastres anteriores, de los malos hábitos de la crítica irresponsable y los sembradores de bulos y desprestigio contra nuestra juventud o contra sus heroísmos o sacrificios cuando ellos ante la Patria no sacrifican nada, ni siquiera su vanidad, ni su ambición, ni las bastardas reservas de Un temperamento rebelde, son los peores enemigos. Son los que quieren llevar la alarma al capital con el fantasma de unas reformas demagógicas, olvidando sin duda que lo que España conserve después de esta prueba lo deberán precisamente al esfuerzo de una juventud heroica; los que hipócritamente mienten hablando de una frialdad religiosa, cuando los españoles cayeron en el martirio del heroísmo por Dios y por la Patria; los que desconocieron y agraviaron el espíritu de servicio nacional de los militares y quisieron disgregarlo de su hermandad con el pueblo, despertando en ellos afanes parciales; los que intentan producir en el frente desvío hacia la retaguardia.
La retaguardia
Y yo, llegado este tema, me pregunto ante vosotros: ¿Quiénes son los que componen la retaguardia? ¿No son acaso los que operan y curan heridos de la guerra? ¿No son los que aquí trabajan para conseguir el funcionamiento exacto de los servicios de guerra? ¿No son los padres, los hermanos y los hijos de los que combaten y de los que mueren en nuestros frentes y los que en la cautividad roja sufren dolores incomparables y rinden sus vidas y sus esperanzas en aras de nuestro ideal? ¿No constituyen todos ellos otro frente decidido de abnegación, de trabajo y aun de ingratitudes para apoyo y sostén de nuestra Causa?
¿Que en ella existen todavía algunas gentes parásitas e insensibles a la guerra y al sacrificio? Es inevitable. Pero estad seguros que ello será en proporción cada vez menor y en tanto existan, sólo desprecio merecen.
Algo que se ignora
Los españoles en general saben todos de las acciones heroicas, de las grandes victorias, de las ciudades y villas conquistadas, de miles de prisioneros y enorme botín de guerra; pero saben poco generalmente de las inquietudes y los desvelos para dotar y sostener el Ejército que lo realiza, de los esfuerzos para ordenar y levantar nuestra economía y nuestra vida civil; de las dificultades e ingratitudes de orden exterior; de las batallas diplomáticas y económicas, del enorme esfuerzo de nuestra industria militar.
Sí españoles la guerra he dicho antes dé ahora que se ganó en el Norte, pero se gana también en nuestra retaguardia, en la fábrica y en los despachos, donde el trabajo y la responsabilidad muchas veces abruma, en el taller y en la oficina, y también en los templos, que de nada hubieran servido nuestros esfuerzos si Dios no nos hubiera prodigado su ayuda en todos los momentos en forma tan evidente y tan tangible. Yo os aseguro que cuando todo esto se analice, que cuando al término dé la guerra sea posible conocer los detalles de esta obra, a la admiración que las victoriosas jornadas producen se unirá esta otra por la obra que el Gobierno realiza en horas, difíciles para la vida de la nación..
Inagotables valores espirituales y materiales
En la prueba más difícil de la historia, España ha acreditado que son inagotables sus reservas espirituales y materiales. Nada m nadie ha podido detener a la España unida en su marcha segura para el recobro de su ser y su destino. Por eso, nuestros enemigos seculares no han de cejar en su intento de destruir la unidad, como lo hicieron aun después del Decreto de Unificación, especulando unas veces con el nombre glorioso de José Antonio, fundador y mártir de la Falange Española, como lo hicieron otras veces animando el despecho de los separatistas vascos vencidos, como lo intentarán hacerlo mañana con los catalanes en derrota a quienes nosotros ganamos para la fe común de España.
Donde haya un descontento, donde una pasión, donde una ingerencia, allí cubiertos de hipocresía, trabajan contra nuestra España gloriosa sus enemigos. Es la lucha desesperada de las fuerzas enemiga contra la coraza de nuestra unidad que conduce por caminos de grandeza a la libertad de España.
Nuestros peores enemigos
Esto es lo que significa nuestro Decreto unificador, y por ello os digo en este día: los que en la España nacional no sientan la unidad, los que la sirvan tibiamente, y no digamos los que directa o indirectamente van contra ella, son servidores de nuestros enemigos, más eficaces que aquellos otros que en los frentes oponen noblemente sus armas a las nuestras.
Con la decisión, con la fe inconmovible que ha presidido nuestras tareas de la guerra, acometemos ya las grandes tareas de la paz. Esta es, españoles, nuestra revolución nacional que algunos mezquinos y rutinarios no saben o no quieren comprender.
Pues bien, yo lanzo desde aquí serenamente la consigna: Revolución Nacional Española. Y digo: ¿Es que un siglo de derrotas y de decadencia no exige, no impone una revolución? Ciertamente que sí; una revolución de sentido español que destruya un siglo de ignominia, que nos produjo nuestros muertos al amparo de la Libertad, Igualdad y Fraternidad, y de toda la tónica liberalesca que quemaba nuestras iglesias y que destruía nuestra Historia. y mientras en nuestras calles y ciudades y pueblos la multitud inconsciente y engañada gritaba ¡Viva la República! se perdió un Imperio levantado por nuestros mayores en siglos de esfuerzos y heroísmos.
Y mientras nuestros intelectuales especulaban los valores por pseudosabiduría enciclopedista, nuestro desprestigio ante el mundo sufrió el más grande eclipse en el que nuestros artesanos despreciaban la hermandad de nuestra tradición y todo el tesoro espiritual y la nobleza de nuestra tradición. Una revolución antiespañola y extranjerizada nos destruyó todo aquello; otra revolución, española genuina, recoge de nuestras gloriosas tradiciones cuanto tienen de aplicación en el progreso de los tiempos, salvando los principios y doctrinas de nuestros pensadores del tradicionalismo y de nuestras cabezas jóvenes de hoy, y da al mundo una prueba constante de nuestra capacidad creadora con este reciente y magnífico Fuero del Trabajo.
Las tareas de la paz
Con fe honda y segura, repito, no con optimismo ruinoso y bullanguero, emprendemos estas tareas de la paz. Contamos Con la ayuda de todos, pero mucho nos toca poner a todos de nuestra parte imbuídos de un religioso sentido del deber. Hay que sustituir el viejo concepto de la obligación fríamente llevado a las constituciones demoliberales por el nuevo y más exacto de la conciencia del deber, que es servicio, abnegación y heroísmo, no impuesto por imposiciones coercitivas, sino acatando con
la adhesión libre y voluntaria de la conciencia, cuando nuestros actos están impregnados de más puras esencias espirituales.
Imponían las Constituciones la obligación de defender la Patria Con las almas. De nada nos habría servido este precepto formulista en esta magna ocasión si nuestra juventud, consciente conmigo de la amplitud de la empresa que nos cabe el honor de realizar no Se hubiera entregado a ella con el alma henchida de espíritu y sacrificio y con el ímpetu que no pone sólo el cumplimiento de los reg1amentos sino en la obra colectiva que realiza y que pasará a la Historia con el estigma sagrado de
la virtud.
Este sentido del deber ha de alcanzar a todos; pero como ejemplo, como modelo que puede presentarse a la nueva generación, nada tan aleccionador como la conducta de nuestras clases medias, tejido nervioso del organismo de la Patria, que, calladamente, desde su mediocridad económica, nada ha exigido nunca y lo ha dado todo siempre, en especial en esta hora en. que sólo valores espirituales tenía que defender.
Ese sentido del deber ha de ser reforzado de un modo singular por las clases altas, que son depositarias de la tradición, y por los intelectuales con alma y pensamiento español, y los obreros a quienes el proteccionismo del nuevo Estado impone compensaciones de disciplina y servicio
Cómo queremos a España
No queremos a España dominada por un solo grupo, sea este o el otro, ni el de los capitalistas ni el de los proletarios. España es para todos los españoles que la quieran y la sirvan en la disciplina política del Estado; es de los que por su salvación cayeron aquí y allí, y forjaron su historia. Porque es de todos éstos, nadie puede tomara a su exclusivo usufructo,
Pecan y yerran por igual los que animan en torno de nuestra Cruzada a los servidores de privilegios y abusos, y aquellos otros que sólo preocupados por el aplauso fácil, quieren traer soñadas demagogias.
Las palabras de José Antonio
Y a este respecto quiero recordar a las juventudes de la Falange Española Tradicionalista de las J.O.N-S. la honestidad de todos los discursos de José Antonio, aun habiéndolos pronunciado en época en que la oposición al régimen de ignominia daba licitud a la licencia. Nuestro Movimiento restaura para nosotros el orden de la Patria y de la Paz. Quiere para todos los españoles el Pan y la Justicia.
A todos, gratitud
Para esto, a todos, españoles, ahora al dejaros, os pido vuestro concurso y fío el éxito singularmente en los que lucháis y .los que sufrís vuestros deberes por la Patria con la conciencia y el alma limpias. Aunque a muchos no os conozco, a todos os presiento y os envío mi gratitud. Mi saludo a los que constituís la España triunfante, a los combatientes que en las trincheras y en los parapetos en la tierra, en el aire y en el mar luchan victoriosamente en las últimas jornadas de la reconquista, y mi recuerdo también, y con el mío el vuestro a la España cautiva y doliente; a los que viven en las cárceles y en las checas rojas y a los que de allí llegaron padeciendo por la Patria todos los sufrimientos; a los Estados del mundo que reconocieron nuestro derecho, Italia y Alemania, con Albania, Guatemala, El Salvador, Nicaragua, la Santa Sede, el Japón, el Mandchukui, Hungría y aquellos otros que como el hermano Portugal comprendieron y alentaron nuestra causa, expresamos en este día solemne nuestro reconocimiento. A todos y a ellos repetimos que nuestra lucha significa la salvación de Europa y que en ella aspiramos a vivir días largos de paz, de una paz compatible con el honor de nuestro nombre y la dignidad de nuestra Historia que no podrán arrancamos nunca porque son la base firme e inconmovible de España.
¡Arriba España! ¡Viva España!