Jumbo, el mejor amigo de Lyndon Johnson

ÁNGEL CLARO

Piensa en el actual presidente del gobierno español. ¿Qué emoción te despierta? La respuesta que ahora mismo aparece en tu mente es el fruto de una imagen que te has formado a partir de toda la información que tienes de él. Las apariciones en televisión o radio, lo que has leído en la prensa o en la red…

Ahora, visualízalo. Sea como sea que te lo hayas  imaginado seguro que lleva barba.  Este elemento es  un rasgo que le identifica, algo característico en él.

El lenguaje no verbal que acompaña inexorablemente a la política es un elemento diferenciador. Imprescindible. Un político no cuenta sólo con su discurso, posee un sinfín de armas, utilizando un símil bélico,  que lo distingue del resto.

Todos los presidentes de la gran mayoría de los estados del planeta tienen un rasgo característico. En la breve historia de la democracia española te puedes acordar  de la chaqueta de pana de Felipe González o del bigote de Aznar, por ejemplo. O buscar alguno más actual, como una coleta.

En la historia de los presidentes estadounidenses hay uno que destaca por encima de todos los demás en este aspecto, y se llama Lyndon B. Johnson.

El difunto presidente demócrata de los E.E.U.U. entre 1963 y 1969 fue un gran hombre, y parece ser que en todos los sentidos de la expresión.  Procedente de Texas, cuna de otros grandes estadistas norteamericanos, sucedió al malogrado  JFK tras su trágico final. En la actualidad, es sobretodo conocido por ser el mayor impulsor  de la Guerra de Vietnam.

Parece ser que LBJ se vanagloriaba de poseer un pene de gran tamaño, y no tenía ningún pudor en mostrarlo cuando tenía la ocasión.  Ese era su elemento  identificativo,  y resultó ser muy efectivo dada su biografía. Su enorme ego, potenciado por un artefacto semejante, alimentó su carácter de político autoritario y ególatra durante toda su carrera política.

En la llamada que efectuó el 9 de agosto de 1964 a su sastre The Haggar Clothing Co., en Dallas, Texas, queda muy  claro su manifiesto interés en ampliar una zona muy concreta del pantalón unas cuantas pulgadas porque necesita holgura.

El Presidente, con su dicharachero estilo, describe perfectamente “la entrepierna, debajo de donde cuelgan las bolas”, exactamente “debajo de mi  ojete”. Para sazonar  tan minuciosa exposición,  incluye un sonoro eructo hacia la mitad.  Existe incluso un divertido video en youtube donde se puede escuchar la secuencia completa de la conversación  mientras se desarrolla una entretenida animación –  https://www.youtube.com/watch?feature=player_embedded&v=nR_myjOr0OU

Jumbo, porque así bautizó el Presidente a su pene, había nacido para ser mostrado, así que no desaprovechaba ninguna oportunidad. Cada vez que alguien le sorprendía en un lavabo mientras orinaba, se giraba sorprendido mientras Jumbo saludaba  y exclamaba alegremente: “¿Has visto algo así de grande alguna vez?”. El aparcamiento de la Casa Blanca era otra de sus áreas de micción favoritas.

Su predilección por los baños era notoria. Al Presidente le encantaba dejar la puerta abierta del servicio porque así podía seguir dictando los discursos a su nutrido grupo de ayudantes.  Resulta que su gabinete estaba formado en su mayoría por chicas de reconocida belleza y, vaya por Dios, podían verle  en todo su esplendor cada dos por tres.

De hecho, el sobrenombre de su equipo era “El Harén”. LBJ fue un redomado mujeriego que no dudaba en aplicar lo que él llamaba “El Tratamiento Johnson” a todas las mujeres posibles.

Y es que el Presidente tuvo un predecesor extremadamente carismático en Kennedy, y trató por todos los medios de superarlo. La envidia hacia el anterior presidente era manifiesta, así que tuvo suerte Johnson de poseer un arma secreta de semejantes características.

Siempre confiado en sus cualidades, el Presidente afirmó en múltiples ocasiones que “había estado con más mujeres por accidente que Kennedy a propósito”.

No sólo se reducían sus exhibiciones al ámbito laboral más privado. Los salones del  Senado eran frecuentemente testigos de cómo el Presidente se rascaba notoriamente la ingle a través del bolsillo sin ningún pudor, y sus relaciones con la prensa también fueron peculiares en alguna ocasión.

Todas estas entretenidas  anécdotas se pueden recopilar en la actualidad gracias al trabajo de Robert Caro, historiador estadounidense especializado en la vida del Presidente Lyndon B.  Johnson.  Su obra, Robert A. Caro’s The Years of Lyndon Johnson Set: The Path to Power; Means of Ascent; Master of the Senate; The Passage of Power se puede encontrar en Amazon a partir de 90 dólares.

Pero hay otro autor Americano con relatos aún más jugosos que se llama Robert Dallek. En su libro Lyndon B. Johnson: Portrait of a President Paperback, – también en Amazon desde 25 dólares – incluye una de las mejores demostraciones de cómo hay que desenvolverse con los medios.

En una rueda de prensa, el reportero de un periódico sensacionalista estaba preguntando insistentemente porqué estaban los jóvenes americanos en Vietnam.  El presidente, cansado de la actitud del periodista, se bajó la cremallera, se sacó el miembro viril y le espetó: “¡Por esto!”.

Lo más curioso del caso es que su reacción satisfizo al inquisitivo reportero. Fue tal su confianza que resultó totalmente convincente. Quizá en nuestro continente europeo se pueda pensar  que es una reacción fuera de toda lógica, pero en los E.E.U.U.  es bastante razonable. Es el mismo presidente que, en cierta ocasión que visitaba un restaurante de estilo español, escuchó música flamenca y saltó sobre una mesa para marcarse un zapateado.

Según el mismo autor, Lyndon Johnson sometía a los líderes mundiales a un controvertido ritual. Como la preponderancia del Presidente debía estar presente en todo momento, trataba de establecer una dominancia genital, dada la naturaleza de su argumento. Así que se le ocurrió una estrategia muy útil que aplicaba recurrentemente.

Una de las primeras actividades que realizaban los dirigentes extranjeros  cuando acudían de visita a la Casa Blanca era un baño en la piscina del complejo. Desnudos.  Y después, a negociar lo que fuera necesario. Lenguaje no verbal  nunca mejor dicho.

Desde luego, todo esto sucedió en los años 60, una época sin la tecnología actual y sin redes sociales. Es impensable que en la actualidad pudieran darse episodios tan jocosos porque, simplemente, serían públicos, y eso no suele ser del interés de la política. Hay cosas que es mejor que no se sepan. O, si acaso, que las sepan unos pocos. Por lo que pueda pasar o por el bien general o por lo que sea.

Aun así, no puedo evitar preguntarme: ¿Si algún político actual tuviera  un amigo como Jumbo,  lo utilizaría como arma electoral?  ¿Y si así lo hiciera, sería tráfico de influencias?

Ángel Claro es historiador y profesor de educación secundaria

Publicado en Beerderberg

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