DANIEL ANDRÉS FILLAT
¿Puede hablarse de urbanismo feminista? Si buscamos la definición de urbanismo feminista en Wikipedia [1] encontramos lo siguiente: El urbanismo feminista es una teoría y un movimiento social sobre el impacto del entorno construido en las mujeres. Tiene como objetivo comprender qué significa ser mujer en un espacio urbano y qué luchas y oportunidades encuentran las mujeres en estos entornos. Hasta aquí bien. ¿Pero, qué tiene que ver una ama de casa en la Nueva York de los años 50 con todo esto? ¿Hay alguna relación entre Jane Jacobs y el urbanismo feminista?
Para responder a estas preguntas hay que ponerse en situación y viajar hasta los Estados Unidos tras la Segunda Guerra Mundial. Son los años dorados de un país que se está consolidando como superpotencia. Pero en el ámbito social también hay consecuencias: la vuelta a casa de sus soldados (hombres) hace que emplear a la mujer ya no sea necesario. Las fábricas, talleres y comercios pueden volver a funcionar con las manos de siempre, las de ellos. Además, una jornada laboral compagina mal con el ideal de la mujer americana: buena madre y esposa.
Esto, además, se suma al nuevo estilo de vida americano. El bienestar económico genera un consumismo que satisface todos los deseos que se puedan soñar: un buen trabajo, televisor, casa unifamiliar con jardín… Y un coche para ir a cualquier sitio, por supuesto. Porque el coche se convierte en la medida de todas las cosas. Necesario para ir a trabajar, comprar, divertirse, ver a la familia y a los amigos (y amigas)… todo. Las ciudades se desconcentran y se organizan en distritos monouso: residenciales, comerciales y laborales. No hay barrios con usos mixtos, salvo los más pobres. Estos siguen condenados a vivir apelotonados en edificios insalubres de muchas plantas. Los únicos que, al carecer de recursos, usan el transporte público. Los únicos que, frente a la seguridad de los coches, son obligados a vagar por las aceras, completamente secundarias frente al papel de las carreteras y autopistas.
¿Para qué va a salir una esposa a la calle? ¿Qué tiene que hacer, sino mantener la casa limpia, ocuparse de los hijos (en los 50 no hay distinción de género) y cocinar la comida que ha traído el marido del centro comercial, situado a muchas millas de su casa? ¿Qué podría necesitar esta mujer que ya tiene de todo: un hogar de ensueño, un marido que la mantiene (y la lleva a los sitios) y un montón de electrodomésticos para que se entretenga?
Aquí entra en escena Jane Jacobs, ama de casa con estudios de periodismo. Lo hace como un elemento inamovible frente a una fuerza irresistible, cuya máxima expresión encarnaba Robert Moses, el urbanista de Nueva York desde 1924 a 1968. El “constructor maestro” estaba erigiendo la ciudad que todos conocemos hoy en día, pero con los parámetros de entonces. “Las ciudades están por y para el tráfico”, defendía [2]. Y para ello arrasó barrios enteros para construir centenares de kms de autopistas. Hasta que puso sus ojos en Greenwich Village, el barrio de Jacobs, y se topó con la activista.
Jacobs supo tocar las teclas adecuadas, y trasladó el mensaje de los comités vecinales a la opinión pública gracias a publicaciones como el Village Voice, que se oponía a las tesis oficiales difundidas por el New York Times. Ello le granjeó apoyos como Eleanor Roosevelt, ex primera dama de los EEUU, y terminó consiguiendo lo imposible: conservar Greenwich Village y su plaza más emblemática, Washington Square. Sin embargo, estas teclas no se activaron porque sí: lo que defendía Jacobs no era la mera conservación de su barrio. Proponía un cambio de paradigma, que condensó en su libro “La muerte y la vida de las grandes ciudades de Estados Unidos”.
En su libro (y obras posteriores), la activista defiende la abundancia de pequeños comercios en todas las calles y el contacto de aceras y ventanas en plantas inferiores como principales garantes de la seguridad en las tramas urbanas. Expone que el éxito de los barrios y ciudades es el fomento de la diversidad de usos (oficinas, vivienda, cultura, ocio, parques…) como una de las claves para que los barrios gocen de actividad y no se degraden por la falta de uso. Para ello también propone comunicar peatonalmente todo el municipio. Incluso reclama la distribución de las viviendas de protección oficial por todos los distritos para evitar guetos, así como una nueva movilidad basada en el peatón y el transporte público.
Toda una revolución urbanística… También para las mujeres. Bajo esta premisa, la madre/esposa ya no queda atrapada en casa. Puede salir a unas calles seguras y amables con el peatón. Comprar por sí misma. Llevar a los hijos al colegio o al parque. Relacionarse con sus vecinos y extraños… Trabajar… Quién sabe si, incluso, tener una vida independiente.
El combate ideológico entre ciudad dispersa o densa, entre Moses y Jacobs sigue en el presente. La segunda ha conseguido numerosos partidarios, y se la considera una de las madres del urbanismo moderno, hasta el punto que ciudades como Copenhague, Londres, París, Shanghai o la misma Nueva York se han desarrollado bajo sus premisas gracias a discípulos suyos como Jan Gehl [3].
Sin embargo, de un tiempo a esta parte han nacido voces que defienden ir un paso más allá. Colectivos como Punt 6 [4] defienden que el urbanismo no es neutro, y que nuestras ciudades y barrios se han configurado a partir de los valores de una sociedad patriarcal. Por tanto, son modelos urbanísticos destinados a perpetuar este tipo de organización social. Frente a esto, el urbanismo feminista propone poner la vida de las personas en el centro de las decisiones urbanas. Su implementación depende de cinco cualidades urbanas: Proximidad, por la cual toda la vida cotidiana pueda hacerse cerca del hogar. Diversidad, que permite satisfacer todas las necesidades básicas en un radio reducido. Autonomía, relacionada con la seguridad y el acceso universal a todos los servicios que se prestan a la ciudadanía. Vitalidad, en tanto que todos los espacios deben ser pensados para tener múltiples usos por diversos tipos de personas. Y representatividad, por la cual los usos de los espacios deben ser decididos por la comunidad.
Tal y como puede observarse, estas ideas entroncan con el concepto de ciudad densa, de usos mixtos y peatonal. Objetivos parecidos son defendidos por la ciudad de los 15 minutos, puesta en práctica en París, o en la ciudad gallega de Pontevedra, que ha peatonalizado el 75% de su casco urbano.
Sin entrar a debatir si esta idea de la ciudad densa y de usos mixtos debe incluir o no el concepto de feminismo para adquirir un significado completo, es indudable que el papel de Jane Jacobs en la concepción de este nuevo urbanismo ha sido fundamental para democratizar nuestra sociedad, igualar las condiciones de vida de cualquier persona y, en especial, de las mujeres. Con su modelo de ciudad, el hogar deja de ser una prisión de cristal para ellas, para convertirse en un trampolín hacia una vida más independiente. Así que, feministas o no, las ideas urbanistas de Jane Jacobs fueron, son y serán un modelo a estudiar y a seguir.
Daniel Andrés Fillat es Asesor especializado en el mundo local (@AndresFillat)
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Leer todo el monográfico 17: Pensadoras feministas
[1] Lo encontraremos en inglés, en catalán, euskera y portugués, pero no en castellano o en francés: https://en.wikipedia.org/wiki/Feminist_urbanism
[2] Si bien existen muchos artículos y una biografía escrita por Robert Caro (the power broker), se recomienda el siguiente para conocer mejor a Robert Moses: https://forbes.es/empresas/53030/el-hombre-que-destruyo-ny-en-busca-de-su-grandeza/
[3] Aunque tiene entrevistas posteriores, la propuesta representa de forma bastante fiel el paradigma de la ciudad densa: https://elpais.com/elpais/2016/09/14/eps/1473804328_147380.html
[4] http://www.punt6.org/es/vision-col%c2%b7lectiu-punt-6/