SIMÓN BOLÍVAR
SEÑOR: EL JURAMENTO SAGRADO que acabo de prestar en calidad
de Presidente de Colombia es para mí un pacto de conciencia
que multiplica mis deberes de sumisión a la ley y a la patria. Sólo un
profundo respeto por la voluntad soberana me obligaría a someterme
al formidable peso de la suprema magistratura. La gratitud que
debo a los representantes del pueblo me impone además la agradable
obligación de continuar mis servicios por defender, con mis bienes,
con mi sangre y aun con mi honor, esta Constitución que encierra
los derechos de dos pueblos hermanos, ligados por la libertad,
por el bien y por la gloria. La constitución de Colombia será junto
con la independencia el ara santa en la cual haré los sacrificios. Por
ella marcharé a las extremidades de Colombia a romper las cadenas
de los hijos del Ecuador, a convidarlos con Colombia, después
de hacerlos libres.
Señor: espero que me autoricéis para unir con los vínculos de la
beneficencia a los pueblos que la naturaleza y el cielo nos han dado
por hermanos. Completada esta obra de vuestra sabiduría y de mi
celo, nada más que la paz nos puede faltar para dar a Colombia todo,
dicha, reposo y gloria. Entonces, señor, yo ruego ardientemente, no
os mostréis sordo al clamor de mi conciencia y de mi honor que me
piden a grandes gritos que no sea más que ciudadano. Yo siento la
necesidad de dejar el primer puesto de la república, al que el pueblo
señale como al jefe de su corazón. Yo soy el hijo de la guerra; el
hombre que los combates han elevado a la magistratura; la fortuna
me ha sostenido en este rango y la victoria lo ha confirmado. Pero
no son estos los títulos consagrados por la justicia, por la dicha y por
la voluntad nacional. La espada que ha gobernado a Colombia no es
la balanza de Astrea; es un azote del genio del mal que algunas veces
el cielo deja caer a la tierra para el castigo de los tiranos y escarmiento
de los pueblos. Esta espada no puede servir de nada el día de
la paz, y éste debe ser el último de mi poder, porque así lo he jurado
para mí, porque lo he prometido a Colombia, y porque no puede haber
república donde el pueblo no está seguro del ejercicio de sus
propias facultades. Un hombre como yo es un ciudadano peligroso
en un gobierno popular; es una amenaza inmediata a la soberanía
nacional. Yo quiero ser ciudadano, para ser libre y para que todos lo
sean. Prefiero el título de ciudadano al de Libertador, porque éste
emana de la guerra, y aquél emana de las leyes. Cambiadme, señor,
todos mis dictados por el de buen ciudadano.
Enviado por Enrique Ibañes