Hablemos de la democracia multipartidista

CARLOS MAGARIÑO

Dicen que en la variedad está el gusto.

Puede que tener diversas opciones sea mejor que tener solo dos, o que tener solo dos facilite los cambios y que tener muchas opciones provoque bloqueos, reformas a medias y medias promesas que suelen quedar incumplidas. Porque puede que tener muchas opciones sea bueno, pero solo si tenemos en cuenta las consecuencias de nuestras elecciones.

España, desde la indomable irrupción de Podemos y Ciudadanos en 2015, se ha convertido en uno más de sus pares en Europa, donde el bipartidismo es una rareza y las grandes mayorías están limitadas a países como Portugal, Grecia o Malta. Esta dinámica toma forma en un contexto de normalidad democrática, donde una población cada vez más heterogénea demanda portavocías políticas diversas con el objetivo de sentirse escuchados, entendidos y representados.

Y el término “representados” es clave.

¿Qué quiere la sociedad?

Una de las consecuencias directas de la democracia multipartidista es un incremento en la dificultad para la creación y ejecución de iniciativas legislativas. Esta situación es creada debido a unos políticos poco familiarizados con el debate parlamentario efectivo y a unos partidos con objetivos altamente diferenciados, complicando así la aprobación de leyes de gran calado.

En este contexto aparece la polarización, que engrandecida, limita los consensos y potencia el desentendimiento en la creación de leyes transformadoras, tanto en magnitud como en impacto. Así, el Congreso de los Diputados se convierte en una institución donde existe el debate, pero también la creación subcomisiones que no finalizan sus trabajos, leyes que se guardan en un cajón y decretos-ley por doquier que denotan falta de voluntad y cultura política del consenso.

En nuestra era, un posible éxito legislativo se observa como una cuestión a frenar, con partidos gobernantes que se intentan adjudicar en exclusiva el éxito posterior de estas leyes o partidos minoritarios que desean obtener rédito de las nuevas normas, ya sea para hacer valer su existencia ante el electorado o exponerse ante sus bases como dirigentes preparados para confrontar y salir victoriosos de las negociaciones con los cuadros de los partidos mayoritarios.

Y aquí debemos plantear una cuestión: ¿la sociedad tiene la necesidad real de que sus ideas estén perfectamente representadas en la política o prefiere que sus necesidades materiales puedan están mejor cubiertas por partidos políticos con mayor poder de ejecución legislativa, aún no estar estos tan cercanos a sus valores y preferencias personales?

Acción, reacción

La democracia multipartidista es tan buena como los votos que la ciudadanía desee depositar en partidos minoritarios sin aspiraciones a gobernar. Sin embargo, esta decisión tiene consecuencias diversas.

Como hemos comentado, una mayor diversidad partidista crea conflicto, incrementa el debate y potencia la confrontación ya existente en la actual polarización partidista. Esta mayor confrontación complica la exposición de diferencias, el consenso y la creación legislativa transformadora, aquella que mejora la calidad de vida de la población.

Pero también existe la otra cara de la moneda: una mayor diversidad de opiniones tiene el potencial de crear mejores leyes, con más puntos de vista incluidos y más personas representadas. Sin embargo, este efecto positivo del sistema multipartidista necesita de diálogo y consenso, no medias leyes que se quedan a medio camino ante la tan anunciada vocación transformadora de los textos.

El voto de la población nunca es equivocado, pero puede que sí lo sea la actitud política, acostumbrada durante años a un bipartidismo que no necesitaba del debate para el progreso legislativo y que contaba con una mayor libertad de acción. Nuestros representantes deben adherirse naturalmente a la nueva realidad, que les empuja a dejarse de dramatismos y empezar a hablar, negociar y consensuar. Conversar con otros partidos para crear cambios y mejorar la vida de la población.

Futuro incierto, realidad compleja

La polarización tiene todos los visos de haber llegado para quedarse, creando enfrentamientos entre bloques que granjean votos de manera consistente. Aún el progreso del bipartidismo en las últimas elecciones españolas, nos adentramos en un terreno pantanoso donde la creación legislativa será limitada, las mejoras de la vida de la población, reducidas y el ruido, máximo.

Las sociedades avanzan y así la representación parlamentaria. Ante un parlamento cada vez más fragmentado, deben aparecer unos parlamentarios cada vez más dispuestos a realizar su labor, que no solo es representar sino también tener el ímpetu de mejorar la vida de la población.

Otra opción es que los grandes partidos sean capaces de aglutinar conciencias y pensamientos diversos, creando grandes masas de votantes que confíen en su capacidad ejecutiva aun limitando su representatividad personal en el parlamento.

No adaptarse a ninguna de las dos situaciones, creará una mayor ralentización legislativa, que junto a la posible repetición electoral incrementará el desencanto de la sociedad no politizada hacia la política, creando desconfianza y desgana, en búsqueda de soluciones que los decisores públicos parecen no crear.

 

Carlos Magariño es Politólogo. Consultor (@cmagfer)