Históricamente se ha sentenciado que las palabras deben ser elegidas para persuadir a los ciudadanos, y los gestos que acompañan a esas palabras han de logar un mensaje seductor, fascinante y sugestivo. Las multitudes no se dejan jamás impresionar por la lógica de un discurso sino por la sugestión y fascinación sentimentales que ciertos gestos y asociaciones de gestos, hacen nacer.
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