ÁNGEL ARMIJOS
El deporte más practicado en el mundo, no es el fútbol –lo es la natación–, pero si es el más popular. No solo por las múltiples heroicas historias con goles a escasos segundos del pitazo final, sino por ser un deporte que acarrea masas. Seguidos por un color, una ciudad, una historia con la que se identifican, los logros obtenidos y por obtener, de los cuales te sientes parte y factores emocionales extremos que llevan a una persona cada domingo a un estadio elementos que siguen brindando un factor primordial en épocas de posmodernidad: identidad. Elementos similares existen en la relación hincha-equipo y militante-partido político.
También, los jugadores cambian de equipo como los candidatos de partido. Las similitudes abundan.
Estos elementos han generado que el fútbol sea usado en la esfera política, ya sea como una distracción o como una plataforma para entrar en ella. En ambos casos existen varios casos positivos y negativos. Abordaremos ambas perspectivas.
El geopolitólogo Joseph Nye enmarca al fútbol como un mecanismo para ejercer el soft power, entendiéndose por éste como aquel que usan los estados para ejercer presión sobre otros valiéndose de elementos culturales e ideológicos, sin necesidad de recurrir a la coerción.
La fama, la gloria y la moda en el fútbol y su uso en la política es evidente. Maradona lo dijo “A los políticos les saco una ventaja. Ellos son públicos, yo soy popular”. Y no estaba equivocado. O lo expresado por el presidente de los Estados Unidos, Jimmy Carter, al conocer a Pelé: “Mucho gusto, soy el presidente de los Estados Unidos. Usted no necesita presentarse”. Adoración y popularidad. las fórmulas del show que se pueden llevar a la política.
El uso político del fútbol
Mussolini y Videla están a la cabeza de este apartado. Mussolini, con el afán de demostrar la superioridad del fascismo, se encargó de organizar el mundial de Italia 1934. No sólo se encargó de la organización, sino del financiamiento a los países que acudirían a esta cita. Bajo el mensaje “vencer o morir” enviado por Mussolini al capitán de la selección italiana, entre partidos con decisiones cuestionables y un juego agresivo por parte de los italianos, lograron alcanzar el título y así satisfacer el deseo del dictador.
Jorge Videla, el presidente de facto designado por la Junta Militar Argentina, buscando contrarrestar campañas de organizaciones de derechos humanos contra las desapariciones, torturas y los asesinatos durante su gobierno organizó la Copa del Mundo Argentina 1978, en la que Argentina obtuvo el campeonato mundial.
Determinar sus efectos en el momento, sin duda sirvieron como un catalizador y un acto para inspirar los sentimientos nacionalistas en su momento. Sin embargo, lo atractivo del fútbol es que nunca se sabe cómo terminará el partido. Mussolini acabó colgado por la multitud. En el caso de Videla, el Mundial visibilizó a sus víctimas.
En el siglo actual, Putin y Rousseff han pretendido usar el mundial como mecanismo para calmar la tensión social interna (en el caso de Brasil) y la imagen exterior del gobierno (en el caso de Rusia). Ambos con efectos diferentes.
En caso de Brasil, a pesar de ser anfitriones del mundial, los ciudadanos estaban más preocupados por la crisis política, el aumento del desempleo, la situación económica y los sonados casos de corrupción en todos los poderes del Estado. De hecho, una encuesta publicada por Dataflha decía que el 53% de los brasileños no tenían ningún interés en el mundial. Curiosamente, el uso de la camiseta verde amarela se encontró más asociada a la política que el fútbol, debido a las marchas y protestas contra el gobierno de Rousseff, definidos como “un golpe blando”. Es decir, el mundial profundizó los problemas internos.
Por otro lado, Putin pretendió reorientar la imagen de su país y de su gobierno con el Mundial Rusia 2018, tal como lo expresó en su discurso de inauguración: “Rusia es un país abierto, hospitalario y amigable”. En medio de varias tensiones en sus relaciones de política exterior, un presunto boicot a su organización –que no se produjo–, restricciones a la libertad de expresión y problemas internos, se vieron opacados con la organización de la cita mundialista.
Steve Rosenberg, corresponsal de la BBC, en el primer día del mundial reportó: “Es el primer día, pero ya puedo revelar el ganador de este mundial de fútbol: Vladimir Putin”. Quizá los efectos del mundial fueron transitorios, pero queda claro que esto no afectó a su imagen, ni a su gobierno.
Del fútbol a la política
Desde el otro lado de la cancha –analogía perfecta en esta ocasión– veremos los casos y personajes que dieron el salto del fútbol a la política. No sólo me refiero a jugadores, sino también a dirigentes.
En el caso de dirigentes, dos casos más llamativos como lo son los de Macri, quien se mantuvo cuatro períodos consecutivos (1995-2008) como presidente del Club Atlético Boca Juniors, obteniendo 17 títulos durante su gestión, lo que catapultó su carrera política hacia el Congreso Nacional, el Gobierno de la Provincia de la Ciudad de Buenos Aires y la Presidencia de Argentina.
Por otro lado, Berlusconi, quien estuvo a cargo de una de las mejores épocas del AC Milan, constituyéndose no solo como el salvador del equipo, sino también ampliando su emporio en medios de comunicación. La fórmula perfecta: fútbol + campeonatos + medios de comunicación y política. En 21 años obtuvo 29 títulos. Berlusconi ejerció la Presidencia del Consejo de Ministros, fue Ministro de Relaciones Exteriores y primer ministro de Italia.
El uso de los jugadores en la política ha servido no solo como un catalizador para generar impacto en el electorado para aprovechar su popularidad, sino también como un elemento para promover causas o reformas. También ha servido como un mecanismo para apoyar causas justas y sociales, así como para luchar contra la xenofobia y en su momento contra el apartheid.
Pelé fue ministro de Deportes en 1995 y apoyando a la lucha de varios antecesores a su cargo, contribuyó con la redacción y apoyo de la ley que acababa con la situación contractual que ataba a los jugadores a los equipos de por vida. A la ley se la bautizó como “La Ley Pelé”. El mismo camino le siguió Zico, quien en 1990 fue ministro de Deportes y su gestión quedó ligada con la aprobación de la Ley Zico, que regulaba los contratos entre jugadores y clubs.
En otra historia, durante el partido del Liverpool contra el SK Brann por la Copa UEFA, en 1997, el jugador Robbie Fowler al marcar un gol, en su festejo mostró una camiseta con el mensaje “Apoyen a los estibadores de Liverpool despedidos”. Tras este acto con un efecto político, la UEFA decidió multarlo con 900 libras. Una de varias multas que culminaron con la prohibición de emitir mensajes con criterios políticos en partidos de fútbol.
En Bulgaria, Yordan Letchkov fue alcalde de Silven arrasando en las urnas. Sin embargo, en 2011 fue condenado a tres años de prisión por malversación de fondos.
Bebeto y Romario han enrumbado su carrera política como diputados en el parlamento brasileño. Este último buscó la gobernación de Río de Janeiro, llegando a estar primero en las encuestas, pero no logró pasar a segunda ronda.
En el Ecuador, futbolistas que llevaron al país al Mundial Korea-Japón 2002 incurrieron en política obteniendo escaños en la Asamblea Nacional, sin una influencia trascendente. Otras, han llegado a obtener alcaldía y prefecturas, con el apoyo popular, cobijados por sus éxitos deportivos y la poca credibilidad en los políticos tradicionales.
Del amor al odio hay un solo paso, así como del fútbol a la política.
A manera de conclusión
Varios aspectos pueden ser considerados en el fútbol y su relación con la política. Los elementos similares de las estructuras partidarias y de los clubes de fútbol marcan un camino. No solo por sus jugadores, sino por lo que representan. Tan claro como la encuesta realizada por el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) en 2014, en el que se demostraba que el 100% de los aficionados que votaron por el partido nacionalista catalán, eran simpatizantes del FC Barcelona.
Además, estudios han revelado que países con mayores niveles de descentralización política, han generado mayor fortaleza en sus clubs locales, generando mayores procesos de identificación con sus territorios y que además son más propensos a obtener títulos internacionales.
El fútbol no solo refleja el uso de la popularidad como un elemento para captar electores, también refleja la crisis de partidos y de representatividad. Los electores ya no buscan elites que les gobiernen, buscan héroes, luchadores, alguien que les brinde esperanza e ilusión, la misma que obtuvieron cuando ganaron un torneo o a su rival de turno.
Sin duda el uso del fútbol en la política tiene sus matices y como pudimos observar pueden ser positivos o negativo. El fútbol y la política es un arma de doble filo, por un lado, puede servir como mecanismo de manipulación y por otro, como una de lucha por causas sociales aprovechadas por una coyuntura de aceptación y popularidad.
Ya lo decía Roberto Perfumo, gloria del fútbol argentino: “Quién quiera entender cómo funciona el mundo deberá entender el fútbol”. Algunos lo hacen bien y otro mal.
Ángel Armijos es consultor político en construcción, asesor parlamentario en gobiernos locales y nietzscheano por convicción. (@angenietzsche)
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