ENRIC CARBONELL
El 8 de mayo de 1980, Josip Broz, más conocido como el mariscal Tito, fue enterrado en Belgrado. Ese mismo día, después del funeral, el albano Mahmet Bekalli escribió: “No sabía que también estábamos enterrando a Yugoslavia”.
A finales de los 80 la fragmentación política e identitaria de Yugoslavia era un hecho cada vez más explícito. En los campos de fútbol el futuro conflicto bélico llevaba años gestándose hasta que, en el Maksimir de Zagreb, una patada dió el pistoletazo de salida a la guerra.
No cabe duda que el fútbol es un motor de pasiones y se convierte con demasiada facilidad en el vehículo perfecto para reclutar y moldear a determinados públicos hacia postulados ideológicos con formas de expresión agresivas y violentas. La adscripción ideológica de los ultras, que en otras partes de Europa se centraba en el eje izquierda-derecha, en los Balcanes tomó un cariz identitario.
Muchos de los ultras que frecuentaban las gradas de los estadios balcánicos tomarían parte en el posterior conflicto bélico enrolados en los grupos paramilitares. Los Horde Zla, grupo ultra del FK Sarajevo, se alistaron masivamente en las milicias bosnias musulmanas, así como los del Hajduk Split harían lo propio con el ejército croata una vez declarada la independencia en 1991. No fueron los únicos.
Mientras, en el césped, empezaba a despuntar una generación de jugadores que posiblemente, y con el permiso de la actual, haya sido la más destacada del fútbol yugoslavo. Muestra de ello es el título de campeona del mundo que la selección sub 20 de Yugoslavia cosechó en 1987 con un centro del campo y una delantera de ensueño bien conocida por los aficionados españoles: Robert Prosinecki, Davor Suker, Predrag Mijatovic y Zvonimir Boban. Todos ellos acabarían recalando en algún momento de su carrera deportiva en la liga española.
El fútbol no fue una excepción. La década de los 80 fue un rosario de éxitos en distintos deportes para la selección yugoslava, que en 1986 se proclamaría campeona del mundo de balonmano y en 1988 se colgaría la medalla de bronce en los Juegos Olímpicos. En baloncesto maravillaba al mundo la generación de Petrovic, Divac, Radja, Kukoc, Danilovic… que también se proclamó campeona del mundo en 1990 venciendo en la final a la todopoderosa URSS y que se colgaría la medalla de plata de en los Juegos Olímpicos de 1988.
Slobodan Milošević en ningún momento pudo controlar las reivindicaciones identitarias que desde la muerte de Tito iban tomando más importancia. Más bien al contrario, muchas de sus acciones se entendieron desde el resto de identidades nacionales como una provocación o un intento recentralizador y autoritario. De hecho, en enero de 1990, Croacia y Eslovenia abandonaron el Congreso Extraordinario de la Liga de Comunistas de Yugoslavia y propusieron crear una federación de seis repúblicas. En un principio, Milošević lo rechazó, pero tras semanas de negociaciones se acordó convocar, por primera vez desde la reunificación, elecciones regionales en cada una de las repúblicas.
Y ocurrió lo previsible: en Serbia y en Montenegro ganaron los líderes partidarios de la unión yugoslava con centro de operaciones en Belgrado y en Eslovenia y Croacia vencieron los partidarios de la independencia.
El 13 de mayo de 1990, siete días después de las elecciones, 3.000 Delije –ultras del Estrella Roja– llegaron en tren a Zagreb para la disputa de la penúltima jornada de un campeonato de liga que el equipo serbio había ganado ya matemáticamente unas semanas antes. Un partido de trámite en lo futbolístico, pero decisivo en lo político. “¡Zagreb es Serbia!” y “¡Mataremos a Tudjman!” eran los cánticos con los que los Delije bajaron del tren para dirigirse al Maksimir, el estadio del Dinamo de Zagreb.
Franjo Tudjman, un historiador croata que con 23 años se convirtió en el general más joven del ejército popular de Tito, era el objetivo de los hinchas del Estrella Roja. El líder de la Unión Demócrata Croata se había impuesto recientemente en la segunda vuelta de las elecciones y se había convertido en la punta de lanza del movimiento independentista croata.
La hinchada del Estrella Roja estaba dirigida por Zeljko Raznatovic, más conocido como Arkan, quien posteriormente sería un destacado líder militar serbio acusado de numerosos crímenes de guerra. De hecho, Arkan, junto a otros veinte Delije, creó la Guardia Serbia Voluntaria, más conocida como los Tigres de Arkan. Por otro lado, en las calles cercanas al estadio les esperaban quemando banderas yugoslavas y ataviados con banderas croatas los Bad Blue Boys, ultras del Dinamo de Zagreb y defensores de la independencia de Croacia.
Después de la previa en la calle, en el Maksimir la situación no se relajó. En el gol norte, los Bad Blue Boys y en el gol sur, los Delije. Cánticos chetniks contra cánticos ustachas. Todos los ingredientes para encender la mecha de la guerra. Tanto es así, que el partido no llegó ni a empezar.
El equipo local sale a calentar con Zvonimir Boban a la cabeza. Enfrente, la mejor plantilla de la historia del Estrella Roja, que se proclamaría campeona de Europa por primera y única vez la siguiente temporada. La guerra abierta entre ultras pronto se trasladó al terreno de juego. Mientras la mayoría de jugadores trataron de esconderse en los vestuarios, Boban decidió tomar partido. De qué forma ya es de sobra conocido. Tanto como las consecuencias: su patada a un policía serbio pronto se convirtió en símbolo del orgullo croata.
La guerra de los balcanes, el conflicto bélico más trágico que haya visto Europa desde la Segunda Guerra Mundial, continúa dando coletazos sobre todo en el mundo del deporte.
De hecho, el conflicto volvió a aparecer en el pasado mundial de Rusia de 2018. El partido de la segunda jornada de la fase de grupos entre Serbia y Suiza enfrentó con su pasado a varios jugadores que se vieron obligados a dejar sus casas por la guerra. Y es que la selección Suiza contaba en este Mundial con el entrenador y siete jugadores de origen balcánico. Desde Pristina, capital de Kosovo, se animó en aquel encuentro a la selección Suiza como si fueran albaneses. 28 años después de la patada de Boban, Xhaka y Shaqiri, hijos de albaneses, celebraron sus goles para la selección de Suiza contra Serbia con las manos juntas haciendo la forma de un ave en clara alusión al águila bicéfala de la bandera albanesa.
Enric Carbonell es politólogo y asesor de comunicación política. (@enriccarbonell)
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