JAUME TARRAGÓ
Piensa en el nombre de un futbolista qatarí. Ahora, en el nombre de uno saudí. El esfuerzo es innegable: el aficionado occidental medio raramente conoce jugadores del mercado asiático. Mucho menos de países donde el fútbol acaba de aterrizar y cuyos éxitos deportivos y ventas de figuras a mercados europeos son escasos o inexistentes. Sin embargo, que en el imaginario colectivo del mundo-fútbol europeo no se encuentren referencias no quiere decir que no las haya. La reciente victoria de Qatar en la Copa de Asia es el caso más claro: del ostracismo competitivo a la gloria continental sin hacer ruido y con un plan bien ejecutado.
Visión de juego
La irrupción del fútbol en estados como Arabia Saudí o Qatar es relativamente nueva. A partir de la década de los 70, el nacimiento de las primeras federaciones impulsó la creación de estructuras deportivas a nivel estado. Durante años, nuestro deporte rey fue minoritario allí donde las referencias eran el cricket o las competiciones ecuestres, todavía con fuerza a día de hoy. Según las estadísticas oficiales de los principales organismos y federaciones, el cambio se ha gestado lentamente: las nuevas generaciones han ampliado el rango de deportes practicados y el creciente número de federados y aficionados indican que el fútbol es el que genera más interés.
Para entender una transformación pausada, pero radical, hay que entender su motivación y planificación. Los dos países del Golfo comparten el privilegio maldito de los recursos naturales y dependen por completo de sus exportaciones: Qatar de gas líquido y gas natural –posee la tercera mayor reserva del planeta– y Arabia Saudí de petróleo, que representa el 44,3% del PIB. Aunque los líderes políticos y sus estamentos relacionados se hayan bañado en la opulencia, las limitaciones físicas del mercado han motivado un replanteamiento de la estrategia general.
La voluntad de cambio se ha materializado en los planes nacionales de modernización y renovación económica, pero también social. Las hojas de ruta incorporan un carácter político con medidas aparentemente aperturistas: mayores derechos para las mujeres, mecanismos de participación en la vida política…
Qatar y Arabia Saudí han incorporado el fútbol en la Qatar National Vision 2030 y la Saudi Vision 2020. Ni más ni menos que en el esquema nacional de supervivencia. Es tan simbólico como significativo: en los esfuerzos de renovación, el fútbol es una pieza relevante y encierra la esencia de la visión de futuro de ambos países.
Sostenibilidad económica y deportiva
El caso de Qatar es el más mediático, ya que desde un buen inicio apostó por tener mucha presencia en el exterior. En los objetivos fundacionales de sus principales proyectos ya apuntan a querer ser “una referencia deportiva a nivel mundial” y el patrocinio en las camisetas del FC Barcelona fue su particular expositor global. Desde entonces, otros clubes como la Roma o Boca Juniors han incorporado el nombre del país en sus elásticas, y su –más que– polémica elección como sede del mundial del 2022 puso al pequeño estado en boca de todos.
Pero detrás de los focos, las corruptelas y los sponsors es donde se encuentra la joya de la corona del proyecto qatarí. O más bien dicho, la auténtica razón de ser del proyecto en lo estrictamente futbolístico. En paralelo a la proyección exterior, Qatar ha confeccionado un modernísimo complejo deportivo exclusivamente dedicado a la formación de jóvenes talentos nacionales y regionales: la Aspire Zone. Nacida como Aspire Academy en 2004, la iniciativa pública pone la última tecnología y los mejores profesionales a la disposición de la élite deportiva del país –¿o pone a la élite deportiva del país a la disposición de los objetivos políticos?–. Así, Qatar explota los pocos recursos futbolísticos internos que tiene en una población de poco más de 2,5 millones de personas. Además, cabe recordar que el fútbol es un fenómeno reciente, con lo que no hay tradición de clubes, ligas ni transmisión de la práctica a pequeña escala, que es la fuente del tejido futbolístico profesional.
Por su parte Arabia Saudí ha tardado más en adoptar su propia estrategia y lo ha hecho desde la óptica empresarial. Como si se tratase de un producto, el crecimiento del fútbol saudí está vinculado a la venta del mismo. En este sentido, lo que tradicionalmente ha ido de la mano de la intervención y la inversión estatal busca abrir sus puertas a inversores locales e internacionales. Para ello la máxima autoridad deportiva del país aprobó una serie de paquetes de ayuda económica y condonó parcialmente la deuda de los clubes en 2018. Los potenciales compradores encontrarán unas buenas estructuras base, que cuentan con estadios de más de 33.000 espectadores de capacidad media, y la creciente popularidad del deporte –clasificación para el mundial de 2018 incluida–, pero también un liderazgo inteligente desde las esferas políticas.
El gobierno saudí ha impulsado la creación de un comité de supervisión de la privatización del sector para fomentar un mercado sostenible a largo plazo. No se puede dudar de que lo público seguirá teniendo un gran peso en cualquier entramado de relevancia para la nación, aunque sea desde la presencia tácita. Lejos de la sobreprotección que caracteriza el estado saudí, parece razonable imponer medidas de control para un plan de ataque.
Plan de ataque
Es obvio que el mercado futbolístico no puede cambiar por sí toda una economía, y la intención final tampoco es la de iniciar el camino hacia la democratización o la apertura política. De acuerdo con el investigador del CIDOB, Eduard Soler i Lecha, las recientes planificaciones, específicamente en Arabia Saudí, tienen como finalidad la supervivencia del régimen. Es decir, mantener o ganar estabilidad para que los gobernantes sigan en el poder.
El impacto obvio es en clave nacional, ya que una crisis del modelo económico cuestionaría el papel de los líderes políticos; si el mercado de exportaciones cayera, el malestar social crecería y tanto ciudadanía como élites alternativas se verían legitimadas para reclamar un cambio. Del mismo modo, introducir pequeñas reformas llenas de simbolismo ayuda a relajar a los sectores más críticos que de seguro contribuirían a caldear el ambiente social.
No obstante, la dimensión internacional es igualmente importante. El caso de Arabia Saudí es seguramente el más indicativo, ya que existe la voluntad de querer ser un líder regional y mantener un estatus a nivel internacional. Perder tracción como líder económico en la zona, retroceder en sus iniciativas o aceptar un fracaso como, podría ser, su intervención en Yemen supondría un desgaste para su autoridad.
En definitiva, ambos países se encuentran inmersos en un plan de choque, un paquete de medidas económicas ineludibles y gestos menores en lo sociopolítico –permitir que las mujeres conduzcan es una nimiedad si tenemos en cuenta que su voluntad está subordinada a la de su tutor varón– para asegurar la posición de los mandatarios.
Entendiendo que las reformas son un acto de pura supervivencia, hay que relocalizar el fútbol en el análisis político. ¿Qué papel desempeña? El argumentario del catedrático especializado en el mercado futbolístico, Josep Trillas (Pan y fútbol, 2018) apunta que el fútbol es una oportunidad para la política. Con un gran público detrás, aparecer vinculado a la estrella de turno puede reportar un aumento de popularidad; que la selección nacional obtenga éxitos suele alentar el espíritu nacional, por lo que los gobernantes suelen salir reforzados después de las victorias en competiciones internacionales.
Atraídos por el juego de la atracción
La reciente victoria de Qatar en la Copa de Asia refuerza la imagen de la monarquía ante su ciudadanía y da cierta fama al país, pero el fenómeno subyacente va mucho más allá. Primeramente, aparecer en eventos internacionales o tener ligas nacionales potentes refuerza la imagen internacional del país. En las competiciones deportivas, todos los participantes juegan bajo las mismas reglas y se rigen por el criterio de la igualdad. Estar delante del combinado de Arabia Saudí implica reconocerlo como tu igual; ver al monarca Mohammed bin Salman sentado al lado de otros jefes de Estado, ocupando un lugar en el que habitualmente se sientan líderes políticos de democracias, le legitima; es una asociación inconsciente de ideas.
Lo que en teoría política se llama soft power, o el poder de la atracción, da explicación al fenómeno. El soft power se basa en proyectar unos valores para que tu figura, basada en esos valores, sea aceptada o se vea con mejores ojos por la comunidad que comparte las mismas pautas socioculturales. Ser una potencia futbolística a cierta escala puede colaborar a que las marcas “Arabia Saudí” o “Qatar” se recuerden en el imaginario global como un igual y no como estados con un historial de violaciones de los Derechos Humanos escandaloso y, por lo tanto, como un actor que está fuera del sistema de valores. A efectos prácticos, esto puede traducirse en relaciones económicas o diplomáticas internacionales. Ya lo vimos con la crisis Khashoggi. Gobiernos como el alemán, con la presión de la ciudadanía a la que se deben, se apartaron de Arabia Saudí por no respetar una serie de valores compartidos. En cambio, si el fútbol les puede ayudar a proyectar una imagen diferente, los gobiernos pueden tener tendencia a acercarse más por entender una mayor similitud con Arabia Saudí o Qatar, por ejemplo.
Jugar para sobrevivir
La única manera de entender el fútbol en Qatar y Arabia Saudí es como parte de una estrategia de mantenimiento de un régimen político basado en la desigualdad y en los privilegios. No se da un pase sin levantar la cabeza y no se toma una decisión sin un objetivo; es un flujo constante de la política nacional y la internacional. Lo que se construye en el fútbol nacional sirve para proyectarse al exterior y, por contra, lo cosechado en una escala global legitima las figuras internas.
El solo hecho de irrumpir en el mundo del fútbol les hace ser parte de un imaginario colectivo. Por una parte porque se les reconoce como un competidor igual; por otra porque el fútbol se basa en la igualdad y el respeto. Querer ser futbolísticamente relevante, en el caso de Arabia Saudí y Qatar, responde a la voluntad de abrazar esos valores. ¿Dónde quedan las atrocidades cometidas en Yemen o las continuas violaciones de los derechos civiles y políticos cuando puedes promocionarte en el universo del Fair Play?
Jaume Tarragó Piñol es periodista especializado en la dimensión política del deporte (@Tarrago_)
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