GABRIEL FLORES
Desde el momento en que un candidato decide embarcarse en una contienda electoral, se enfrenta a una serie de desafíos que trascienden la simple voluntad de representar a la ciudadanía. Uno de los mayores obstáculos con los que se encuentra no está en la oposición política ni en los vaivenes de la opinión pública, sino en su propia disposición para escuchar y aceptar la ayuda de asesores con formación académica, técnica y experiencia en el campo político. Aunque muchos hablan de la importancia de estos profesionales, convencer a un candidato de su necesidad puede ser una tarea ardua y frustrante.
En primera instancia, el problema radica en la percepción que el candidato tiene sobre el papel del consultor político. Contratar a un experto en estrategias electorales implica una inversión económica significativa, y muchos aspirantes a un cargo público consideran que, al pagar por un servicio, adquieren el derecho de imponer sus decisiones sin cuestionamientos. Este enfoque erróneo reduce la función del consultor a la de un simple empleado más, lo que impide que sus recomendaciones sean valoradas con la seriedad que merecen.
El Candidato de la Soberbia: Cuando el Dinero No Compra Estrategia
Alejandro Ferrer, heredero de una de las familias más adineradas de cierta región, decidió postularse a un cargo público con el respaldo económico de su familia. Sin embargo, desde el inicio, su campaña estuvo marcada por la influencia absoluta de sus padres, quienes imponían directrices basadas en estrategias obsoletas. Alejandro veía a su equipo de asesores como simples empleados, sin darles margen de decisión, desestimando sus advertencias y ridiculizando sus sugerencias. Esta actitud generó desmotivación entre sus colaboradores, quienes, sintiéndose menospreciados, redujeron su nivel de compromiso con la campaña.
Los errores comenzaron a acumularse: eventos desorganizados, mensajes contradictorios y una estrategia digital ineficaz. El punto crítico llegó en un debate televisado, para el cual Alejandro rechazó la preparación recomendada por sus asesores, confiando en su capacidad de improvisación. Cuando sus oponentes lo confrontaron sobre su desconocimiento de la realidad ciudadana y su dependencia del dinero familiar, quedó en evidencia con respuestas titubeantes y defensivas. El momento se viralizó y provocó una caída inmediata en las encuestas, dañando seriamente su imagen pública.
La crisis interna se profundizó cuando miembros clave del equipo renunciaron y los que permanecieron optaron por una participación mínima, dejando que la campaña se desmoronara. Sin cohesión ni liderazgo estratégico, el mensaje hacia los votantes se volvió confuso y perdió impacto. Mientras sus rivales fortalecían sus discursos con asesores experimentados, Alejandro seguía aferrado a su idea de que su apellido y su dinero eran suficientes para ganar.
El día de la elección, la derrota fue contundente. La combinación de soberbia, falta de escucha y desprecio por el trabajo de su equipo convirtió lo que pudo ser una campaña competitiva en un desastre político. Alejandro aprendió demasiado tarde que, en política, el éxito no se compra, sino que se construye con estrategia, experiencia y trabajo en equipo.
Otra razón por la que los candidatos suelen desestimar el consejo de los expertos radica en sus antecedentes personales y profesionales. Un empresario exitoso, acostumbrado a tomar decisiones estratégicas dentro de su sector, puede creer que el manejo de una campaña electoral es similar a la gestión de una empresa. De la misma manera, alguien con años de experiencia en labor social podría asumir que su reconocimiento dentro de ciertas comunidades es suficiente para garantizar su triunfo en las urnas. En ambos casos, la confianza excesiva en sus propias habilidades se convierte en una barrera para aceptar la orientación de un consultor especializado.
El problema se acentúa aún más cuando el candidato ha ocupado previamente cargos dentro del Estado o ha dirigido organizaciones sociales. Estos individuos suelen tener un conocimiento estructural sobre la administración pública o la movilización de bases, lo que los lleva a subestimar el valor de una estrategia electoral bien planificada. A esto se suma la falsa creencia de que haber cursado estudios en comunicación política o haber participado en múltiples capacitaciones sobre campañas electorales los convierte en expertos en la materia. Sin embargo, la teoría sin práctica carece del peso necesario para afrontar los desafíos dinámicos de una contienda electoral.
Nadie nace sabiendo, y el éxito en cualquier profesión se construye a partir del aprendizaje y la experiencia. Si se tratara de una intervención médica, cualquier persona preferiría ser atendida por un cirujano con años de trayectoria antes que por alguien que opera por primera vez. Lo mismo ocurre en política: un estratega electoral ha dedicado años a comprender los procesos de una campaña, a identificar patrones de comportamiento electoral y a desarrollar metodologías efectivas para maximizar las oportunidades de éxito.
Sin embargo, no todos los asesores políticos son iguales. Existen aquellos que, en lugar de aportar conocimientos sólidos y experiencia, se dedican a vender ilusiones y falsas promesas. Estos «vendedores de humo» logran persuadir a los candidatos con discursos convincentes, pero carecen de la capacidad real para diseñar y ejecutar estrategias efectivas. Lamentablemente, la presencia de estos personajes ha contribuido al desprestigio de la consultoría política, llevando a muchos candidatos a desconfiar incluso de los verdaderos profesionales del sector.
Por otro lado, el ego del candidato juega un papel determinante en su relación con los consultores. Para lanzarse a una contienda electoral, es imprescindible contar con una autoestima elevada, pues se enfrentará a críticas constantes y ataques directos de sus adversarios. No obstante, cuando este ego se convierte en un obstáculo para recibir consejos, la campaña corre el riesgo de desmoronarse. Un buen consultor no tiene todas las respuestas, pero su experiencia le permite identificar errores antes de que se cometan, lo que representa una ventaja crucial en un entorno tan competitivo.
A lo largo de su carrera, un consultor político se encuentra con numerosos casos de candidatos que solo desean escuchar aquello que refuerza sus propias ideas. La necesidad de aprobación puede llevar a algunos asesores a adaptarse a esta dinámica y evitar cualquier confrontación que ponga en riesgo su relación laboral. Sin embargo, esta postura complaciente no construye campañas exitosas. Un verdadero estratega debe tener la capacidad de argumentar sus propuestas y defenderlas con fundamentos sólidos, aun cuando estas contradigan la visión del candidato
El papel del consultor no se limita a proporcionar consejos, sino a ordenar el caos inherente a una campaña electoral. Su labor consiste en diseñar un plan estructurado, definir prioridades y establecer un camino claro hacia la victoria. No obstante, incluso con la mejor estrategia, existen factores impredecibles que pueden influir en el resultado final. A pesar de ello, la presencia de un experto en el equipo de campaña aumenta significativamente las posibilidades de éxito.
La preferencia de algunos candidatos por rodearse de personas que les dicen lo que quieren escuchar no solo afecta su desempeño en campaña, sino que también compromete su capacidad de gobernar en caso de resultar electos. Un liderazgo efectivo requiere la disposición de recibir críticas constructivas y de confiar en la experiencia de aquellos que han dedicado su vida a estudiar y comprender el complejo mundo de la política.
En última instancia, un candidato debe comprender que la consultoría política es una profesión legítima y necesaria. Si bien es cierto que existen figuras que han desprestigiado el sector, ello no significa que la asesoría de un estratega electoral deba ser descartada. Encontrar un consultor con credibilidad y experiencia comprobable puede marcar la diferencia entre una campaña exitosa y un fracaso rotundo. Y aunque este asesor no garantice el triunfo, sí puede minimizar los errores y aumentar las posibilidades de alcanzar el objetivo deseado.
Una campaña electoral es una batalla constante contra la incertidumbre, donde cada decisión cuenta y cada error puede costar caro. Al final del día, el éxito no depende solo del candidato, sino de la calidad de las decisiones que tome y de las personas en las que decida confiar. La política es un juego de estrategia, y en este juego, contar con un verdadero experto puede ser la clave para alcanzar la victoria.
Gabriel Flores Avilés es consultor Político de Campañas Electorales (@GabrielFlores_a)