JUAN FERNÁNDEZ
Compartí cerveza y queso en aceite junto a la bandera de Soria Ya que pendía de una mesa de camping en la concurrida plaza de Herradores. Fue durante las navidades del 2018, donde me aseguraron que desde hacía años las ventanas de las viviendas y las puertas de los comercios estaban engalanadas con carteles y banderas de la plataforma. No solo en Soria ciudad, sino en multitud de municipios donde se recibía un apoyo transversal desde Ayllón a Medinaceli. Fueron muchas las impresiones, y las pegatinas, que me llevé a Barcelona de los miembros de la plataforma y pocos los anhelos que intuí de transformarse en opción política.
A día de hoy, que candidaturas como Soria Ya logren representación no debería de sorprenderle a nadie en Castilla y León. El empuje de Teruel Existe para poner en efervescencia política a la España Vaciada se conjuga con un ambiente caldeado en el ámbito rural por muchas razones. La petición del desarrollo de políticas encaminadas a atraer y fijar población está sucediendo a la par que se generan sinergias entre diferentes zonas rurales del país por el rechazo a la instalación de parques eólicos o solares en zonas de valor paisajístico, de pastoreo y agricultura o de valor sentimental y arraigo entre vecinos; en renunciar a la digitalización de servicios (600.000 firmas en contra de la eliminación de la presencialidad en la banca), en manifestarse por los elevados costes del sector primario, en denunciar las importaciones de productos alimentarios que compiten desigualmente con los españoles o en señalar la lentitud burocrática de las ayudas.
Apenas son estos unos de los pocos temas en los que los partidos tendrán que posicionarse de cara a las elecciones municipales de 2023. Ahora bien, si (entre otros) la población percibe que ni la transición ecológica era como esperaban, ni la digitalización está aportando las facilidades que prometía, sino que sustituye y hace más complejo aquello que ya funcionaba bien, una corriente está ayudando a asentar estas convicciones: el decrecimiento.
Para unos puede que la escasez de microchips fuera el primer gran escaparate del decrecimiento, para otros puede que fueran los elevados precios de la luz y la (escasa) probabilidad de un apagón eléctrico en España. Lo que sí está claro es que con el precio medio del barril de petróleo disparado y la dependencia energética europea en la palestra, los acontecimientos parecen no dejar de soplar a favor del incremento exponencial de su audiencia, una audiencia que no se dedica a acumular garrafas de agua en casa ni a bunkerizar el sótano ante una guerra bioquímica. Sino que son personas que vislumbran un futuro con un nivel de consumo mucho menor y entienden que con alta probabilidad la forma de vida del español medio va camino de sufrir una amarga transformación.
Siguiendo este sendero, y con la suficiente cintura, es plausible que el decrecimiento pueda fortalecer aún más su nivel de credibilidad y atracción en la opinión pública. Nivel que no ha logrado el ecologismo clásico en décadas, señalando sin pelos en la lengua la imposibilidad de, entre otros, realizar una ‘transición ecológica’ tal y como está planteada a base de energía renovable o la irrealizable electrificación del parque automovilístico nacional. El decrecimiento tiene la ventaja de alejarse del tope de simpatía que despierta el activismo ecologista al ser percibido desde una base técnica y científica.
Tiene la capacidad de sorprender a su audiencia al mostrar futuros escenarios de forma concreta, como son los parones en las industrias que rodean a los municipios periféricos de las capitales provinciales, racionamientos energéticos en países europeos, escasez de materias primas (cobre, aluminio…) o problemas graves de suministros en España. Algo que confronta directamente con la falta de valentía política y la incapacidad de explicar las raíces de los problemas complejos que rodean a al país en sede parlamentaria.
La ocupación de espacios a nivel mediático ha pasado de habitar en entradas de blogs y en las clásicas conferencias del activismo ecologista español; a participar en comisiones parlamentarias, intervenir en tertulias de radio, televisiones autonómicas, tribunas en prensa nacional y cimentar una sólida comunidad en redes sociales que navega en posiciones políticas divergentes.
A priori, algunas cabezas visibles partidarias del decrecimiento han entendido que los anuncios apocalípticos campana en mano y las campañas catastrofistas (tan en boga en el activismo ecologista español) generan un mayor rechazo que atracción. Largas explicaciones técnicas, participación en todo tipo de espacios, confrontación sin asperezas con opiniones contrarias… Sí a todo. El resultado es que la capacidad de alcanzar nuevos públicos puede resultar determinante en las próximas elecciones municipales y autonómicas de 2023, cuyas posiciones pueden hacer tambalear las promesas de candidaturas que apoyan o impulsan proyectos de gran calado entre los vecinos.
La movilización y capacidad de conectar con personalidades relevantes, ajenas al activismo y militancia, para frenar la ampliación del aeropuerto de El Prat es una magnífica muestra de ello. 2023 está a la vuelta de la esquina.
Juan Fernández es periodista y consultor de comunicación (@juankojuan)