Señor Alcalde, señores todos: He oído con emoción que me ha costado trabajo reprimir, las palabras de bienvenida que la legítima representación de la democracia valenciana acaba de dirigirme.» Dice el Sr. Azaña, a continuación, que en otra ocasión y en cualquier lugar de España lo grabaría en su corazón, y tiene encendidas palabras para lo que Valencia representa en la historia del Republicanismo Español y de la Democracia. Con acento conmovido evoca el esfuerzo de Valencia en la Guerra y en la retaguardia.
Habla de su corta vida política, pero dramática y tempestuosa, cuyo comienzo fue en Valencia; de su primer acta de Diputado se la dieron los Valencianos, y el del auditorio, clamoroso y entusiasta, de Mestalla, en el grandioso acto inaugural de la coalición política que en el pensamiento de quienes la forjaron y en la pura intención de quien fue su portavoz, prestó a la República la base de colaboración social del progreso y engrandecimiento de la sociedad española. «Y es justamente hoy, cuando evoco en Valencia y ante su Alcalde este recuerdo, cuando tenemos delante el problema de la Rebelión Militar para destruir aquella obra que en Valencia se inició.»
A los seis meses de guerra quiere decir unas cuantas palabras sacadas de la experiencia, palabras serenas que nos pertenecen a todos y a los problemas del porvenir. «Seis meses de guerra: largo plazo de sufrimiento, que nos hubiera parecido increíble en julio, cuando el porvenir estaba oculto detrás del telón del tiempo. Pero ahora nos parece leve, y encontramos en nuestra alma el vigor suficiente para duplicarlo y triplicarlo, si es menester, con tal de sacar adelante la causa de la República Española. En estos seis meses los datos principales de los problemas que tenemos delante no han variado en lo esencial. Lo que ocurre es que como de la semilla sale la planta, lo que llevaba contenido en sí el problema al estallar en el mes de julio (1936) ha ido manifestándose a la luz.
¿Qué fue para nosotros el hecho de la Rebelión? Para nosotros fue y hubiéramos querido que siguiera siendo un problema de carácter Nacional Español, un problema interno de la política Española. Gran parte de las Fuerzas Armadas de la Nación, como brazo ejecutor de Partidos Políticos adversos al Régimen, se sublevó contra el Gobierno republicano, con el propósito de derrocar por la fuerza el régimen que la nación libremente se habia dado. Este es el hecho, y delante de él el Estado y sus órganos representativos, en todas sus jerarquías, conocieron su deber, y cumplieron su deber sin vacilar un solo segundo. ¿Cuál era su deber? Oponerse como fuese a la Rebelión Militar. No se transige con la Rebeldía cuando se ocupa dignamente el Poder, y en la representación de un Estado no se puede ni se debe transigir jamás con la Rebelión.»
Habla de la Guerra, que siempre es un mal aborrecible en ésta incluso para quien la gana, y que los hechos que expone nos dan una justificación moral de primer orden, inatacable, tranquilizando nuestra conciencia para el porvenir de la Historia.
«Hacemos la Guerra sobre el cuerpo de nuestra propia Patria, porque nos la hacen. Somos los agredidos nosotros, la República Española, el Estado, y tenemos la obligación de defendernos y combatir. La conciencia más exigente y la Historia más rigurosa no podrá culparnos de haber agredido a nadie. La dignidad, el deber, no lo permiten, por terribles que sean las consecuencias de la acción guerrera, y el Estado cumplió con su obligación. Pero ocurrió que la mayor parte de los elementos Defensivos del Estado o estaban en la Rebelión o habían sido secuestrados por ella. Y sobrevino lo maravilloso: la sorpresa española, que no habían quizá previsto los fautores de la Rebelión. Ocurrió el hecho maravilloso de que el Pueblo entero se puso a subsistir, a reemplazar a aquellos órganos del Estado que habían caído en inutilidad o en Rebelión; el Pueblo entero, en acuerdo estrecho con su Gobierno, con la representación del Estado, tomó las Armas para defender su Libertad y su República, y se nos planteó el problema de aprovechar el entusiasmo, la lealtad, la fidelidad, el espíritu de sacrificio del Pueblo para organizar y encauzar todos los valores morales en forma que constituyesen organismos nuevos que reemplazasen a los antiguos para que con el menor desgaste, esfuerzo y pérdida de tiempo y de energías, el Gobierno, el Estado republicano, cumpliese con su deber: restablecer la Paz en España y restaurar la República.
Sépalo el mundo entero y sépanlo los Españoles Todos, los que combaten a un lado y los que combaten al otro: nosotros hacemos la Guerra por deber, y en el cumplimiento del deber estamos dispuestos a persistir con tanto tesón como sea necesario para conseguir nuestro fin.» (Muy bien. Aplausos.)
La Rebelión Militar Española es un gravísimo problema Internacional, «-añade- diciéndolo con una paradoja, añadiré que desde antes del primer momento; quiero decir antes de que saliese a la luz el hecho físico de la Rebeldía, porque estamos todos persuadidos de que si no hubiera precedido una intensa labor Internacional, la Rebelión Militar Española no habría estallado». (Muy bien.)
La gravedad del problema está, en principio, por haber tomado la Zona Española de Marruecos como origen de la Rebelión y como base de operaciones de los rebeldes; de otra, por el auxilio en material y contingentes armados que ciertas potencias extranjeras han prestado y prestan a la Rebelión.
El hecho es bien claro: los militares encargados de proteger la Zona y de auxiliar al Gobierno del Protectorado se rebelan contra el Gobierno legítimo de la nación protectora, y no vienen solos a pelear a la Península, sino que traen indígenas y reclutan soldados entre los Moros, y convierten la Zona que es expresión de un compromiso Internacional en base de operaciones contra la República.
Este es el hecho. En Derecho, Marruecos es un Estado extranjero, cuya soberanía es del Sultán, y en nuestra Zona el Jalifa es delegado suyo en lo político y en lo religioso. Nuestro alto Comisario le asiste, y las Tropas que España costea allí están a las órdenes del Protectorado y no para otra cosa. «El hecho de que las Tropas, los súbditos marroquíes, que no son españoles, y el Jalifa, representante del Sultán, que no ha puesto en duda la legitimidad del Gobierno español, que sabe que este Gobierno es el Gobierno de la República; el hecho de que el Jalifa, en manos de los rebeldes, o prisionero de ellos, o traidor, consienta esto, es, no sólo contrario a las Leyes Españolas, sino a los Tratados y Pactos Internacionales en virtud de los cuales España está en Marruecos. España está en Marruecos en virtud del Acta de Algeciras y de los Tratados y Pactos complementarios.
El que consienta, permita o disimule que las autoridades del Magzhen silencien aprobatoriamente todo esto, es una agresión a los Tratados y una violación a los Pactos, además de ser un ataque al Gobierno de la República.»
Sigue diciendo que los sacrificios de España por mantener su Protectorado con toda escrupulosidad no han sido agradecidos y no hemos recibido más que sinsabores. La opinión Pública Española podrá decir a sus Gobiernos un día si no ha llegado la hora de terminar una situación tan ultrajante y nociva.
«El otro aspecto de la cuestión por donde la rebelión militar asciende al plano Internacional, es el auxilio prestado a los rebeldes por ciertos países europeos. Cuando las Fuerzas Marroquíes, que también son extranjeras, no fueron bastantes para los fines militares de la rebelión, o cuando perdieron su eficacia militar o por lo que fuese, han empezado a venir a España contingentes Armados de otros países. Y esto cambia en cierto modo la situación moral creada por la Rebelión; porque ya no se trata del peligro de la República, ya no se trata simplemente de una Guerra Civil entre españoles; digámoslo claro: estamos en presencia de una Invasión Extranjera en España, y lo que peligra no es solamente el régimen político, sino la Independencia auténtica de nuestro país.» (Fuertes aplausos.)
Recuerda que en el mes de julio (1936) dijo por primera vez a la Opinión Pública que esta guerra era una nueva guerra de la Independencia. «Y -puntualiza- ésta es la realidad: Guerra de Invasión, Ataque Directo a la Independencia de España.»
«Pero aparecen en primera línea otros valores más importantes y más graves que crean para todos los españoles, incluso para los rebeldes, un problema de conciencia.
A mí no me cuesta ningún trabajo ser generoso con nuestros enemigos, y llego hasta a suponer que en las filas de los rebeldes habrá muchas gentes ofuscadas por la pasión política, por fanatismo de Partido, por obediencia mal entendida, por un compañerismo llevado a extremos abusivos y perniciosos; pero me cuesta mucho trabajo creer que entre las Tropas Rebeldes no haya muchos que hayan sentido el sonrojo de Españoles cuando de su rebeldía se ha hecho llave para abrir la puerta del Territorio Nacional a los Ejércitos Extranjeros.» (Nutridos aplausos.)
Dice que no se resigna a admitir que entre los Militares delincuentes contra el Estado -no vamos a disimular la gravedad de su delito- no haya muchos a quienes repugne y horrorice ser Delincuentes contra la esencia viva de nuestra Patria. Cree en la eficacia del sentimiento y del pundonor, aunque se extravíe hasta los extremos de la Rebelión actual. «Lo que es antinatural es facilitar la Invasión de la Patria. Este es problema moral, que se crea para los Rebeldes por el hecho mismo de su acción haciendo entrar en España a Ejércitos Extranjeros.»
Dirigiéndose a todos los Españoles que no toman parte en la contienda, que se consideran neutrales, por razones respetables o miserables, les dice: «Os permito, tolero, admito que no os importe la República; pero ¡que no os importe España!, ¡que no os importe la Independencia de España! ¡Que podáis creer que es licito seguir siendo neutrales cuando España está Invadida y en peligro de que pase al dominio de un País Extranjero! Eso no puede ser. Esa neutralidad equivale a la Traición. Hay que llamarles a todos, a todos, porque la Bandera Republicana ha adquirido el Valor de la Bandera de Independencia Española, y quien no se agrupe en torno suyo y no preste el auxilio que pueda, donde sea, falta a su deber; no ya a su deber de Republicano, sino a su deber de Español. (Muy bien. Aplausos.)
El Gobierno,diputados, Cuerpo Diplomatico y personalidades invitadas, en el Salon de Sesiones del Ayuntamiento de Valencia (foto Bondía Valls) enero 1937Existe el peligro de que lleven los acontecimientos a un Choque Armado entre ciertos paises (II Guerra Mundial). Porque la Invasión de España y la disputa por su posesión es la ruptura del Sistema de Equilibrio en Europa, y esta ruptura se hace en contra de las potencias que, fiadas en nuestra amistad, han podido mirar sin perturbaciones ni preocupaciones la situación hasta ahora.
El Pueblo Español tiene motivos para ser enemigo de las aventuras internacionales y de las guerras, siendo en lo único que hemos estado de acuerdo todos, en las últimas décadas, para mantener nuestra posición neutral. La debilidad militar de España y su voluntad de neutralidad han sido fundamentales en este sistema de equilibrio.
Nosotros no somos el objetivo principal de la ruptura, ni la posesión de las riquezas y puertos españoles necesitan enarbolar una bandera extranjera, para ser dominadas ni repartirse el territorio nacional, para estar sometido a un yugo extranjero; la posesión de todo esto mira a otro objetivo superior, del cual nuestra situación pacífica y de desarme nos ha salvaguardado.
Y esto es el peligro de guerra. Nos basta señalar el mapa, marcar los acontecimientos y que los demás saquen las consecuencias. Si el equilibrio se rompe en Europa, meditemos por que se rompa a favor nuestro, como quiera que sea, porque a un país no se le cierra todavía ninguna de las rutas que se abren ante él.
Este sistema fue ventajoso para la paz y la guerra en el año 1914. ¿No podría jugar otra vez? Si España fuese una gran potencia militar, el equilibrio estaría roto.
¿Se puede romper de otra manera? Lo temo, y la sabiduría de quienes gobiernan los destinos de Europa se dará cuenta de que la lealtad, la fidelidad del desarme nuestro tiene un valor; pero puede tener otro, que es el rearmamento de la nación española. (Muy bien.)
No pienso que nuestra guerra, al convertirse en guerra general, pueda sernos ventajosa, porque la guerra, de por sí, es una catástrofe, y la guerra general, si por Ventura llegara a estallar, dejaría sumidas las aspiraciones y la causa española por debajo de las grandes contiendas del mundo europeo y correríamos el peligro de que aun ganando la guerra, se resolviese por razones y motivos ajenos a nuestro corazón de españoles y republicanos. El valor justo de nuestra causa no debemos envolverlo como factor internacional en pleitos que al fin y al cabo no nos importan. La República y sus Gobiernos ni favorecen ni aconsejan llevar a una conflagración general, y han hecho lo posible por evitar un choque europeo. Se habla de limitar la guerra para que no traspase el conflicto armado las fronteras españolas. Limitarla y extinguirla es acabarla y restablecer la paz en España.
Para esta limitación no tenemos acción ninguna. Si los peligros provienen de otros pueblos, trayendo sus ejércitos con miras superiores a la propia causa española, no tenemos medios naturales para evitarlo. Corresponde a otros limitar la guerra y restablecer el Derecho internacional, escandalosamente violado en nuestro suelo, y tomar las precauciones necesarias, para que los peligros de la guerra que perjudican nuestra causa, se suspendan. ¡Ah! Para extinguir la guerra no tenemos más procedimiento que continuarla: derrotar a los rebeldes y después veremos si los dudosos, realistas o reacios, acaban por reconocer que tenemos razón. (Risas.) Para limitar la guerra, el Gobierno de la República ha hecho sacrificios en su derecho, prestándose a inspecciones sobre importación de armas. Hemos transigido con reservas y condiciones; pero hemos transigido en principio; mas para limitar y extinguir la guerra no admitimos que se dude ni caiga la menor sombra sobre la autoridad de la República, sobre la legitimidad del régimen, sobre la autoridad del Gobierno, ni sobre las representaciones del Estado oficial español. Sobre eso, nada. Primero perecer. (Los asistentes, en pie, prorrumpen en prolongados aplausos.)
Mi presencia en este sitio significa la continuidad del Estado legítimo Republicano. (Muy bien. Aplausos.) El Presidente de la República, el Gobierno responsable en funciones y las Cortes, son los órganos supremos y la representación de la República, y sobre estas entidades ni una mancha ha de caer. (Grandes aplausos.)
Pero nosotros, es decir, el Estado y el pueblo español, no nos batimos sólo por el concepto formal del Derecho, del Estado, no; hay el contenido apasionante, patético, arrancado del corazón, que es el objeto de la contienda; nosotros nos batimos por la unidad esencial de España, por la integridad del territorio nacional, por la independencia de nuestra patria y por el derecho del pueblo español de disponer libremente de sus destinos. (Muy bien. Aplausos.)
Oigo decir que nos estamos batiendo por el comunismo. Es una enorme tontería, si no fuese una maldad. Si nos batiésemos por el comunismo, se estarían batiendo solos los comunistas; si nos batiésemos por el sindicalismo, se estarían batiendo solos los sindicalistas; si nos batiésemos por el republicanismo de izquierda, de centro o de derechas, se estarían batiendo los republicanos. No es eso, nos batimos todos, el obrero y el intelectual, el profesor y el burgués —que también los burgueses se baten—, y los sindicatos y los partidos políticos, y todos los españoles que están agrupados bajo la bandera republicana; nos batimos por la independencia de España y por la libertad de los españoles, por la libertad de los españoles y de nuestra patria. (Grandes aplausos.)
Nos difaman en una campaña en el orden político, fuera y dentro de España; nosotros, señores, no exportamos política, pero tampoco importamos política extranjera, ni la admitiríamos, ni nos la han pedido ni lo deseamos, y puedo declarar por mi función, que la República española no tiene compromiso político con ningún país del mundo. (Muy bien, grandes aplausos.)
¿Es que cuesta tanto trabajo comprender el impulso nacional de un pueblo que no quiere dejarse poner una argolla?
Pero, y el sentimiento propio del hombre libre o el galardón de español, ¿no bastan para hacerse matar en las trincheras?
Los rebeldes hablan de un movimiento nacional, ¿puede existir si empieza por secuestrar la libertad de la nación? Para que esto suceda tiene que haber nacionales libres para manifestarlo. No tienen más que someterse a la prucoa ae dejar a sus súbditos, esclavos o dominados que digan lo que quieren y piensan.
El movimiento nacional está donde alienta el pueblo libre, asistiendo al Gobierno legitimo de la República en su tremenda empresa. Nadie desfallece ni a nadie se le ha obligado a combatir. Sobre la base de las libertades y de la independencia de la Patria se asienta la enorme coalición política y social y de gobierno en defensa de España. Esta unión debe continuar hasta la victoria, y yo quisiera que también después de ella, pues pasaremos momentos graves y dificiles para que la abnegación y el sacrificio tenga que reinar entre todos.
Hay que hacer una política de guerra, que no tiene más que una expresión: disciplina y obediencia al Gobierno responsable de la República; todos los demás métodos son malos, menos uno: el que conduce a la victoria. La guerra se gana con un Ejército bien organizado; a pesar de todos los adelantos de la mecánica y de la industria, el factor decisivo es el hombre, el soldado, el combatiente. El factor que más nos importa es el factor moral.
También en la retaguardia es necesario el espiritu de obediencia y disciplina, en ningún caso de irresponsabilidad en los que mandan, sino en el reconocimiento de las autoridades que, mientras gobiernen y funcionen, responden de la dirección del pais.
«La paz no se puede conseguir sin sacrificios»
Elogió a los combatientes que se hacen matar en las trincheras y que son los jueces de nuestra conducta. Rinde un homenaje a los combatientes de Madrid, que han asumido una representación excelsa, y tiene palabras de encendida emoción para evocar sus monumentos y tesoros de arte, arrasados en llamas. «Este martirio da una grandeza moral, que en España no se habia conocido hasta ahora. (Prolongados aplausos.) Alli pasa lo más grande de la Historia contemporánea de España. Madrid ha ganado la capitalidad moral de los españoles. Madrid es el símbolo del pueblo y de sus ruinas saldrá una nueva capital y de las ruinas del país saldrá una patria nueva.»
Habla del porvenir de España y cree que de esta tremenda conmoción saldrá el pueblo liberado y redimido de la tiranía. «Hay que combatir cualquier tiranía una. otra vez y siempre.» Asegura que el pueblo tiene la grandeza moral para no someterse jamás a la sinrazón de la ametralladora ni a la dictadura de la pistola. «Vuestro actual Presidente —o simple vecino de Madrid—, en ese combate será un soldado de filas; cuando venga la paz y la alegría nos colme a todos, a mí, no. En el sitio que estoy no se cosechan en estas circunstancias más que sufrimientos y torturas, como español y como republicano.
Hemos cumplido el terrible deber de ponernos a la altura de este destino.
La paz y la victoria serán impersonales: victoria de la ley, del pueblo y de la República. No será el triunfo de un caudillo; la República no los tiene ni los quiere. La victoria será impersonal; no será el triunfo de los partidos y organizaciones. Será el triunfo de la libertad republicana, de los derechos del pueblo, de las entidades morales, ante las cuales nos inclinamos. No será un triunfo personal, porque cuando se tiene el valor de español que yo tengo en el alma, no se triunfa personalmente contra compatriotas. Y cuando vuestro primer magistrado erija el trofeo de la victoria, seguramente su corazón de español se romperá, y nunca se sabrá quién ha sufrido más por la libertad de España.» (Grandes aplausos y vivas a la República. Todos los asistentes, en pie, ovacionan largo rato al señor Presidente de la República.)