MARTÍN SZULMAN
“La teoría es muy importante para la práctica política. Cuando uno empieza a entrar en política, la manera en la que va a poder entender los problemas, a imaginar soluciones, va a depender mucho de las herramientas teóricas de las que dispone. No se trata de quedarse en la teoría por la teoría, sino de una teoría que nos permita orientar nuestra práctica.”[1]
Hablar de populismo –en un sentido académico, científico y no banal– es hablar de Ernesto Laclau (1935-2014) y de Chantal Mouffe (Charleloi, Bélgica, 1943). Y es posible que esta noción –la primera con la que nos aproximaremos a estos dos autores– no sea la que les dé el mejor de los prestigios en las grandes avenidas donde circulan la mayoría de los mortales, ajenos a la profundidad de su pensamiento. Pero, en las calles laterales, las nuestras, las de los frikis de la política, posiblemente sí lo tengan.
Y es que el populismo es un concepto muy de moda en estos días. Tan de moda que se lo ha deformado hasta señalar a todo aquel que utilice un tono más elevado de la retórica política usual, o una estética política diferente, como “populista”.
Ernesto Laclau y Chantal Mouffe constituyen hoy día dos de los teóricos políticos más importantes y vigentes en buena parte de Occidente. Algo que, posiblemente, no tenga tal reconocimiento que desde este humilde artículo se le esté haciendo. Pero sí es cierto que sus aportes, a sabiendas o no, son así.
“¡Todos populistas!”. En la era de los Trump, Podemos, Chávez, Evo, Orbán, Farage, Le Pen, Bolsonaro, Grillo, Sanders y tantos otros tildados a menudo o diariamente uniformemente como populistas, puestos en una misma bolsa y –como diría un tanto argentino– “revolcaos en un merengue y en el mismo lodo todos manoseaos”, leer a Mouffe y Laclau es para todo consultor y analista político una necesidad imperiosa. Al menos para entender y encontrarle una respuesta a por qué a todos ellos les dicen populistas, o si incluso todos ellos son populistas.
No obstante, ambos autores –marido y mujer desde 1975 hasta el fallecimiento de Ernesto en el año 2014 en Sevilla– han realizado numerosos aportes a la teoría y filosofía política más allá del populismo.
Resulta difícil abarcar aquí la totalidad de las ideas y conceptos que ambos autores aportaron no sólo al pensamiento marxista en su versión heterodoxa, sino también a la teoría política en su conjunto y al análisis de la compleja realidad que nuestra sociedad capitalista moderna occidental encierra hoy día. Sin embargo, aquí se presentan algunos de sus principales conceptos y dimensiones, claves para entender a estos autores, o al menos aproximarse a ellos y al populismo.
Autores de obras como Hegemonía y estrategia socialista. Hacia una radicalización de la democracia (1985), Dimensiones de democracia radical. Pluralismo, ciudadanía, comunidad (1992), La Razón Populista (2005), En torno a lo político (2007), Construir pueblo. Hegemonía y radicalización de la democracia (2015), ambos nos invitan a pensar y repensar nuestro presente desde nuevas categorías de análisis, no negando el conflicto, como los acusan desde la ortodoxia marxista, sino desde nuevas expresiones y formas de abordar las nuevas demandas y los nuevos conflictos emergentes de estos tiempos convulsos.
Antagonismo
En Construir Pueblo, el libro escrito por Mouffe e Íñigo Errejón, la politóloga belga afirma que las principales categorías del enfoque sostenido en Hegemonía y estrategia socialista por ella y Laclau son “antagonismo” y “hegemonía”. De esta manera, explica que el concepto de antagonismo es absolutamente central porque asevera que la negatividad es constitutiva y nunca puede ser superada. Es decir, la sola presencia del antagonismo revela que existen conflictos para los cuales no existe una solución racional.
Sobre esto, en un coloquio en homenaje a Laclau que tuvo lugar en 2015 en Argentina, sostuvo que “hay conflictos que pueden encontrar una solución racional y otros que no la tienen. A estos son los que Laclau y yo, en Hegemonía y estrategia socialista, llamamos antagonismo. Reconocer el antagonismo es un punto fundamental porque una vez que uno acepta que eso es una dimensión inerradicable, entonces uno se plantea cómo se puede organizar la existencia humana reconociendo esta dimensión”.[2]
Es decir, para Mouffe no se trata de negar el conflicto, ya que no se puede; es inherente a las sociedades, al ser humano. En virtud de ello, en un fuerte sentido hobbesiano, explica que siempre habrá cierta dosis de antagonismo en cualquier sociedad; no existe sociedad sin exclusión o violencia. Sin embargo, sí entiende que la democracia en su sentido más amplio es una herramienta que puede ayudar a regular y contener ese conflicto para asegurar las normas básicas del Contrato Social.
¿Y cómo lo llama a esto? “Democracia agonística”, una forma de transformar el “antagonismo” en “agonismo”. Es decir, una vía para institucionalizar el conflicto usándolo para revitalizar la democracia y como mecanismo de generador de mayor igualdad, en una clara defensa del Estado de Bienestar.
Democracia
“La democracia no consistiría, como piensan algunos, en negar el elemento del conflicto y el antagonismo. No se trata de cómo establecer un consenso completamente inclusivo, puesto que esto es imposible, sino de cómo organizar el disenso, cómo organizar una sociedad pluralista que reconoce el conflicto, pero –esta es la gran cuestión– de una manera que no conduzca a la guerra civil –que Carl Schmitt planteaba como inevitable–.”[3]
Tanto Mouffe como Laclau piensan a la democracia desde dos grandes lugares. La primera en no concebirla como una forma de orden donde toda forma de conflicto desaparece y se establece un consenso pleno, una especie de máximo estado de tolerancia sobre el otro. No. Porque eso lo entiende –como vimos– en una idea quimérica, imposible en la naturaleza del ser humano. Y la segunda, como veremos más adelante, en un articulador de identidades y demandas.
Para Mouffe la democracia trata, precisamente, de “organizar el disenso, cómo organizar una sociedad pluralista que reconoce el conflicto, pero (…) de una manera que no conduzca a la guerra civil”. Esto tiene por consecuencia reconocer que la política siempre tiene que ver con la creación de identidades colectivas, un “nosotros”, y para crear tal identidad es preciso crear un “ellos”, dos elementos centrales en la teoría de Mouffe y Laclau.
Por lo tanto, afirma que, como vimos, la democracia debe ser “agonista” y no “antagónica”. Es decir, en democracia, según ellos, se trata de reconocer al otro como adversario y no como enemigo, y encontrar un marco que les permita reconocer sus diferencias y construir un equilibrio en ese pluralismo. De la otra forma, de no reconocer ese pluralismo, se quiebra dicho marco y se entra en la llamada guerra civil.
Pueblo
“Para construir pueblo, es decir, para generar esa nueva voluntad colectiva, es preciso partir de una óptica teórica específica: es crucial asumir que las identidades no son dadas, que se construyen, y que esta es la base de la diferencia entre el populismo de derecha y el populismo de izquierda.”[4]
En La razón populista, Laclau realiza un extenso análisis y recorrido histórico sobre la palabra “pueblo”. Partiendo de la concepción del término desde el enfoque populista, plantea que la noción de Pueblo es un modo de construir lo político: “Afirmar que lo político consiste en un juego indecidible entre lo ‘vacío’ y lo ‘flotante’ equivale, entonces, a decir que la operación política por excelencia va a ser siempre la construcción de un ‘pueblo’.”[5]
Así, para Laclau, el Pueblo no significa la totalidad de los miembros de la comunidad, sino más la voluntad colectiva de una parte por constituirse en el todo; una “totalidad legítima”.
Y, pero entonces, ¿cómo se produce esta totalidad? A través de lo que el teórico explica como la construcción de una identidad del todo a partir de la representación de demandas democráticas dispersas (salario justo, memoria, verdad y justicia, derechos de los animales, igualdad de género, derecho a la vivienda, etc., por ejemplo). Es decir, un líder populista que logre articular estas demandas dispersas y heterogéneas y le otorgue una identidad constitutiva como garante y representante del Pueblo.
Hegemonía
“El otro concepto clave es el de ʻhegemoníaʼ, porque pensar lo político como posibilidad siempre presente del antagonismo requiere admitir la falta de un fundamento último y reconocer la dimensión de indecidibilidad y contingencia que impregna todo orden.”[6]
Al igual que el concepto de Pueblo, el de “hegemonía” es una noción gramsciana muy presente en ambos autores. Laclau la definía en La razón populista explicando que “esta operación por la que una particularidad asume una significación universal inconmensurable consigo misma es la que denominamos hegemonía”.
En virtud de ello, desde una lógica profundamente gramsciana –explica–, un sector o una porción de la sociedad intenta construir una demanda o un conjunto de intereses particulares en un universal. ¿Cómo lo logra? Según Laclau, a través de dos formas: haciéndose del Estado y colocándose en el lugar del Pueblo frente a un anti Pueblo o no Pueblo.
En otras palabras, agrega: “he definido la hegemonía como una relación por la cual una cierta particularidad pasa a ser el nombre de una universalidad que le es enteramente inconmensurable.”[7]
“En la historia, en la vida social, nada es fijo, rígido o definitivo. Y nada volverá a serlo”. Antonio Gramsci.
En tiempos donde las identidades políticas son –cada vez– más líquidas y donde las democracias liberales en Occidente no están pudiendo contener las nuevas demandas de las grandes mayorías de la sociedad civil, leer y hacer el esfuerzo por comprender a Laclau y Mouffe resulta una tarea casi imprescindible.
Ya que pensar que la historia es lineal y que el mundo en el que vivimos es el mismo que hasta hace muy poco, significa renunciar a imaginar en la posibilidad de algún tipo de contingencia, es decir, de que suceda o no algo. Pero no hace falta irse hacia grandes abstracciones teóricas, con sólo pensar en nuestras propias experiencias personales de vida y hacer el ejercicio de pensarnos en la posibilidad de cambio en un lapso muy corto de tiempo alcanza. Pues bien, la política también no está escindida de esta transformación.
Mouffe –pero tranquilamente también Laclau– decía en En torno a lo político que “todo orden es la articulación temporaria y precaria de prácticas contingentes (…) Las cosas siempre podrían ser de otra manera, y por lo tanto todo orden está basado en la exclusión de otras posibilidades (…) Aquello que en un momento dado es considerado como el orden ‘natural’ –junto al ‘sentido común’ que lo acompaña– es el resultado de prácticas sedimentadas; no es nunca la manifestación de una objetividad más profunda, externa a las prácticas que lo originan.”[8]
Ya que, como también sostenía el pensador marxista italiano Antonio Gramsci, piedra fundamental de la teoría de Mouffe y Laclau, “en la historia, en la vida social, nada es fijo, rígido o definitivo. Y nada volverá a serlo”.
Martín Szulman es sociólogo (UBA), máster en comunicación política (ICPS-UAB) y consultor de comunicación política en Ideograma (@martinszulman)
Ver otros artículos del monográfico: “20 autores básicos de la filosofía política”
[1] Diálogo entre Íñigo Errejón y Chantal Mouffe en el coloquio “El pueblo y la política: homenaje a Ernesto Laclau”, Centro Cultural Kirchner (CCK), Buenos Aires, octubre de 2015. Disponible en: https://www.lacircular.info/index.html%3Fp=589.html
[2] Ídem.
[3] Ídem.
[4] Ídem.
[5] La Razón Populista (2005).
[6] Construir Pueblo. Hegemonía y radicalización de la democracia (2015)
[7] La Razón Populista (2005).
[8] En torno a lo político (2007)