Entrevista con Andreu Escrivà

ANDREU ESCRIVÀ, entrevistado por Serena Gabriela Iordache

Andreu Escrivà (Valencia, 1983), es divulgador científico y doctor en Biodiversidad por la Universidad de Valencia. El año 2016 escribió el libro ‘Aún no es tarde: claves para entender y frenar el cambio climático’, en el que puso mucho énfasis en explicar conceptos como el presupuesto de carbono y las fechas límite que teníamos para frenar la crisis climática. Cinco años después, a finales del año pasado publicó ‘Y ahora yo que hago: cómo evitar la culpa climática y pasar a la acción’, donde se centra en aquello que los ciudadanos pueden hacer en su día a día y donde cuestiona algunos conceptos como el “crecimiento sostenible o infinito” y el “tecno-optimismo”. 

Se habla mucho del objetivo climático de 2030, cuando perderemos el control sobre las emisiones si seguimos emitiendo gases de efecto invernadero al ritmo actual. Pero ¿qué quiere decir esto y cuál deberían ser las prioridades para evitar que esto pase?

Para mí la prioridad principal es que la gente entienda el concepto de umbral, de límite. Es como estar en descenso matemático. En futbol, cuando un equipo ha jugado mal toda la temporada, aunque le queden diez jornadas, ya está en segunda división matemáticamente, porque ya no tiene posibilidad de salvarse. Con el cambio climático a lo que estamos optando de alguna forma, es a un futuro menos malo, pero nunca vamos a ganar el partido, lo que podemos hacer es quedarnos en un empate. 

Otra prioridad es descarbonizar la economía. Básicamente tenemos un carbono que podemos emitir a la atmosfera y que no puede subir más de un determinado número de partes por millón de CO2. Si agotamos este presupuesto activamos cambios en el planeta. Lo que pasa es que cuanto más retrasemos la acción climática, más se está consumiendo este presupuesto y más complicado será descarbonizar después.

¿Y en 2030 qué pasará si no cumplimos con los objetivos de descarbonizar la economía y reducir el aumento de temperatura?

El mundo en 2030 va a ser bastante parecida a lo que es ahora. Aquí corremos el riesgo de llegar a 2030 y que sea como la fábula de Esopo, que de tanto avisar que viene el lobo si al final en 2030 no nos encontramos con él, la gente va a pensar que no era para tanto. Seguramente no veremos cambios aparentes en el clima hasta 2050, pero si no hacemos nada mientras tanto, cuando veamos las diferencias será demasiado tarde. Hay que entender que el cambio climático es un proceso, no es un evento. Hay que centrarse en lo que podemos hacer mañana o este año, poner objetivos anuales y evaluables, políticas públicas que respondan ante los gestores públicos y eso combinado con una mirada a largo plazo.

¿Cómo buscamos ese equilibro de políticas públicas a corto y largo plazo? ¿Se están llevando a cabo estas políticas en España?

Las únicas instituciones que están llevando a cabo una fiscalización anual son los ayuntamientos, porque tiene más capacidad de actuación y es más fácil llevar a cabo la evaluación. A nivel global, mundial y estatal no vemos la misma efectividad. En el libro pongo el siguiente ejemplo: si eres el capitán del Titanic y ves el iceberg no te pasas cinco minutos haciendo cálculos para ver cuanto tienes que tirar del timón, lo giras todo y si lo evitas por 200 metros mejor que si lo evitas por 3 milímetros. 

Con el cambio climático creo que hay una visión, que no es ni siquiera cortoplacista, sino de ir a mínimos. No podemos fiarlo todo a instrumentos de largo plazo, hay que decirle a la gente qué hacemos mañana.

Hay mucha gente que se resigna porque las grandes empresas, que son que tienen más responsabilidad, no están tomando medidas drásticas. ¿Pueden los gobiernos revertir esto?

Yo creo que los gobiernos sí que pueden obligar a las empresas a tomar medidas. Lo hemos visto ahora con la demanda de eliminar las patentes de la vacuna contra la Covid-19 y también anteriormente en situaciones de guerra -aunque sea difícil de comprar-. Actualmente, dejamos a las empresas ser lo buenas que quieren ser, reducir lo que quieran reducir, y encima casi tenemos la obligación de aplaudirlas. Los estados son incapaces de imponerse en la normativa y en las sanciones.

Y los ciudadanos, ¿qué podemos hacer?

Nosotros podemos hacer más como ciudadanos que como consumidores. Como votantes que exigen, se enfadan y levanten la voz cuando no se hacen leyes de emergencia climática ambiciosas. Es más importante que yo me sume a una asociación de barrio o a cualquier tejido colectivo, que reciclar solo en mi casa, porque la exigencia a los políticos se transmite colectivamente. Lo individual suma, pero solo lo colectivo transforma. Con esta crisis se ha demostrado que la gente está dispuesta a hacer sacrificios, pero tienen que ver que el sacrificio es justo y repartido. Cuando tú ves que haces pequeñas acciones, pero que las grandes empresas no las hacen, esto enfada y bloquea todo tipo de acción climática.

El concepto de desarrollo sostenible que nos hemos inventado, ¿no es una contradicción en sí mismo?

Yo creo que justamente ahí está el problema. Estamos intentando mantener con respiración asistida un modelo insostenible. Estamos vendiéndonos entre todos una falsa tecno-ilusión, según la cual vamos a poder seguir funcionando como ahora cambiando las centrales térmicas por aerogeneradores y placas solares. Si mañana toda la energía que se consume en el planeta fuera renovable, tampoco revertiríamos el cambio climático porque el sistema en sí es insostenible. 

En teoría la sostenibilidad es ambiental, social y económica, y las empresas y los estados solo se están preocupando de la sostenibilidad en términos económicos. El objetivo no es tanto la sostenibilidad, sino reducir el consumo de energía y materiales e intentar acoplarnos lo máximo posible a los ciclos naturales, es decir, no agotar el suelo esperando que se regenere mágicamente.

¿Cómo valoras la forma en la que se ha comunicado hasta ahora la crisis climática? (a nivel mediático, político…)

Estamos mejor que hace cinco años. A nivel social, se ha ganado la hegemonía cultural en la cuestión del ámbito climático. No hay negacionistas duros ni siquiera en Vox. Pero, aunque hay más información y más debate social, sigue siendo muy insuficiente. Los gobiernos se están centrando más en anunciar documentos, cuando lo importante es hacer cosas. La multiplicidad de planes, estrategias y leyes, para mí, es un error.

Mediáticamente también ha habido una mejora, aunque el periodismo ha hablado demasiado sobre la realidad de la crisis climática, cuando es un hecho que no admite discusión entre los científicos. Yo, por ejemplo, he rechazado ir a debates con negacionistas porque creo que, si la gente ve un debate en torno a eso, piensa que se puede estar en contra o a favor del cambio climático, que es una realidad discutible, cuando no lo es. 

Un estudio del Real Instituto Elcano de 2019 muestra que el 59% de la población española desconoce la realidad del consenso científico sobre el cambio climático. En el caso de quienes se ubican a la derecha del espectro ideológico el porcentaje sube hasta el 70%, y entre los que se sitúan a la izquierda, es de 51%. ¿Tiene ideología esta crisis?

Esto tiene un sentido. Si el cambio climático es verdad, y los datos indican que sí, deberíamos tomar una serie de medidas. Pero a un político/-a de derechas no le conviene tomar esas medidas. Entonces la única forma de romper esa disonancia cognitiva es afirmando que el cambio climático no es para tanto. 

Los valores, la forma de plantear la vida pública y la gestión política de la derecha, es incompatible con el hecho de que el cambio climático es una realidad innegable. En Estados Unidos se ha estudiado que la visión que uno tiene sobre el cambio climático es un mejor predictor de su tendencia política que el aborto o las armas. Yo aquí tengo una contradicción, porque creo que el cambio climático es inabordable desde una perspectiva de derechas y neoliberal. Pero, por otra parte, si no remamos todos en una misma dirección va a ser muy difícil salir de esta.

Entonces, ¿cómo salimos de esta encrucijada?

Lo que necesitamos es un marco común de discusión, de asunción de una realidad física absolutamente innegable y a partir de allí discutir. Porque como en todo se necesitarán pactos, consensos y establecer un nuevo contrato social multilateral. Hay que explicar bien los cambios y que los mensajeros tengan credibilidad, porque cuando se imponen cambios que no se entienden, la gente se refugia. Es lo que se conoce como efecto backfire. Por ejemplo, una organización británica, Climate Outreach, ha visto que hay dos narrativas que funcionan muy bien con los conservacionistas de Inglaterra. Por un lado, apelar al residuo cero, es decir, no desaprovechar nada, y por el otro, el mensaje de una Inglaterra autosuficiente energéticamente. 

Hablando de mensajes, hay algunos -como la reducción del plástico- que calan mejor que otros en la ciudadanía. Si sabemos que es más eficiente cambiar nuestros ámbitos alimenticios que reciclar, ¿por qué no se impulsan políticas en esta dirección?

Hay una combinación de ir al mensaje fácil y de presión por parte de lobbies. Con el cambio de hábitos alimenticios se juntan varios factores. Por una parte, la comida es identitaria, por lo tanto, que tú le digas a la gente como tiene que comer, lo llevan muy mal. Es muy curioso, pero se ha demostrado una correlación entre comer carne y tener una masculinidad tóxica, es decir, comer más carne para demostrar que eres mejor que aquellos que te dicen que no lo hagas.

Detrás también está el lobby de la carne, que es muy fuerte en la Unión Europea. Cada año se invierten muchos millones de euros públicos para promocionar el consumo de carne, cuando deberían hacer justo lo contrario. Yo no propongo dejar de comer carne, propongo comer mucha menos y de más calidad, siendo conscientes del impacto que esto tiene.

Para todos aquellos pesimistas, ¿en el futuro viviremos “peor” de lo que vivimos actualmente si queremos frenar la crisis climática?

No, no vamos a vivir peor, pero tenemos que definir qué es vivir mejor y tenemos que desligar el bienestar del crecimiento. Porque si para evaluar las políticas públicas, nuestros indicadores son puramente económicos, como el PIB, nunca vamos a poder orientar correctamente estas políticas. La mayoría de la gente vamos a vivir mejor o con más calidad, pero sí que creo habrá un pequeño porcentaje de gente que tendrá que vivir peor, porque deberían poder acumular mucho menos patrimonio y deberían tener un gasto energético mucho menor. 

Mientras sigamos llevando vidas aceleradas, nos va a hacer falta mucho combustible y, por lo tanto, muchas emisiones, para mantener nuestras vidas a un ritmo que pensamos que es el deseable, pero con el que casi nadie está contento.

 

Serena Gabriela Iordache es estudiante de periodismo en la Universitat Pompeu Fabra, miembro de la junta directiva de deba-t.org. @_Serenagb

Descargar en PDF

Ver el resto de artículos del monográfico 15: Cómo se comunica el cambio climático