Entrevista a Norma Morandini

NORMA MORANDINI, entrevistada por MARTÍN SZULMAN

El avance del coronavirus a escala mundial ha puesto a prueba a los sistemas públicos de prácticamente todos los gobiernos del planeta. ¿Cómo evalúas la reacción de los principales gobiernos afectados, como Italia, España, China y Estados Unidos, por ejemplo?

El virus coronado no sólo ha puesto a prueba los sistemas sanitarios, sino a cada uno de nosotros, frente a la vida en suspenso, fragilizada por nuestros temores. Todavía es muy pronto para tomar distancia y hacer una evaluación desde el encierro y el sacrificio de aquellos “servidores públicos” que honran la denominación y ponen a prueba a los gobiernos que supimos conseguir. Antes del pánico global teorizábamos sobre los populismos y los irresponsables que desarrollaron teorías para justificar en la creación del enemigo, la construcción del poder. El poder por el poder mismo y la mediocridad de nuestra dirigencia. Ahora, es cuando deberán probar que efectivamente son servidores de la ciudadanía y no del poder partidario y personal. Ya no se trata de un virus digital, sino de la realidad que se lo podrá llevar puesto si no están a la altura del drama colectivo. Dime cómo enfrentaste la pandemia y te diré de qué índole de gobierno eres. No se trata de hacer análisis ideológico, pero frente a una medicina privatizada que nos había convertido en clientes y no pacientes, la pandemia ha puesto en el centro la idea del paciente al que se debe asistir. En una sociedad que culturalmente descarta a los viejos y endiosa a los jóvenes, ahora justifica todo el sacrificio para protegernos a los que tenemos el privilegio de haber llegado hasta acá. No un riesgo. Una vida que merece protección como todas las vidas para no caer en la concepción de la selección natural.   

En esta crisis, también, se han visto dos modelos de gestión: uno con limitada capacidad en materia de control social, como sucede en Occidente, y otro con un riguroso control social, como sucede en China o en Corea del Sur. ¿Esto revela que el modelo democrático-liberal de Occidente es insuficiente para combatir esta crisis?

Como creo en la libertad personal y la responsabilidad que es inherente a ese privilegio que es vivir en libertad, yo siquiera me pongo como dilema que la democracia liberal es insuficiente. La democracia es el único sistema que legitima el conflicto y, por eso, nos obliga a no tenerle miedo al conflicto y trabajar sobre él. Los ciudadanos debieran entender que la disciplina social no es sólo para evitar la propagación del virus, sino también para que no se propague el virus del autoritarismo. Cuando las democracias pierden la capacidad de persuasión, aparece la fuerza de la imposición. Debemos ser ciudadanos disciplinados en la crisis pero a la vez exigir a los gobernantes que sean transparentes y nos garanticen el derecho a ser informados. Confío siempre en la libertad. Sólo con libertad puedo decir que no me garantizan el derecho a la salud. Es peligroso poner como disyuntiva el control social de China con nuestras libertades y derechos, que son precisamente donde radica la fuerza moral de Occidente.   

Siguiendo en esta línea, ¿qué virtudes y qué críticas le puedes rescatar y hacer a los sistemas democráticos occidentales en su respuesta a esta crisis?

Los gobiernos democráticos han sido obligados a cancelar nuestras libertades. Acatamos las recomendaciones y el Estado nos controla y castiga si no acatamos las reglas de confinamiento. Pero la ciudadanía también tiene que saber que están en juego sus libertades. La colaboración ciudadana debe contar con la contrapartida de que los gobernantes les hablen claro. Que no oculten información, pero que tampoco aterroricen a la población. Menos aún que hagan politiquería con la tragedia colectiva. La libertad de expresión es el corazón de la democracia y el insumo fundamental de la prensa, pero me temo que la tentación del número, el de los enfermos, los muertos, las cifras de la macroeconomía, deshumanizan la que debe ser nuestra función: servir a la ciudadanía, promover un debate público adulto y civilizado y no estar pendiente de las peleas de vanidades.  

¿Cómo evalúas el desarrollo de la crisis del coronavirus en Latinoamérica?

En América Latina, tenemos enfermedades como el dengue o el sarampión que matan a nuestra gente más humilde. El hacinamiento, la falta de saneamiento básico, de cloacas y agua potable, agravan la pandemia global. ¿Cómo pedir confinamiento a quien vive hacinado en una chabola o se niega a abandonar la calle para ir a un refugio público? Algunos países como Argentina han tomado las medidas de Europa para amesetar la llegada del virus, pero carecemos de un sistema sanitario unificado, ya que en en el caso de Argentina existen los hospitales públicos, que están degradados, la medicina de los sindicatos y la privada en la que somos clientes antes que pacientes. Además, temo al virus de la demagogia populista: los gobernantes que se presentan como redentores, hablan sólo en primera persona como si fueran  superman que salvaran a su pueblo y en tanto, comenzamos a sospechar de la información a la que se convierte en propaganda de gobierno. Es duro constatar, también, que afloran las desconfianzas de clase, los que viajaron, los que estuvieron en Europa, las clases medias. La pandemia desnuda, muestra de manera descarnada las miserias y las virtudes de cada sociedad. Como escribió Camus en La Peste: las plagas se combaten con decencia. Hoy más que nunca, de un lado y del otro del Atlántico, necesitamos de gobernantes y ciudadanos decentes.   

¿Qué te ha sorprendido y qué te ha decepcionado en términos de comportamiento social, por parte de la ciudadanía, y político, por parte de gobiernos con esta crisis?

La anormalidad de vivir el confinamiento en Madrid me ha puesto en una situación extraña. He acatado todas las recomendaciones, a la mañana escucho la radio de España y a la noche las radios de Argentina, lo que me permite reconocer similitudes como las disputas y rencillas políticas, hoy en cuarentena. Pero también reconozco que en España existe una institucionalidad más sólida y una ciudadanía más disciplinada. Me impresiona la juventud de los funcionarios, especialmente de las mujeres. Si la virtud de los buenos políticos debe ser la prudencia, imagino el aprendizaje que está siendo para cada uno de los hombres y mujeres a los que les tocó administrar esta pandemia. Esperemos que a la salida de la crisis no se desate un cruce de culpas y responsabilidades que empañen el esfuerzo que están haciendo todos, gobernantes y ciudadanía, y sobre todo, la conmovedora dedicación de los que no pueden siquiera poner en duda la profesión que eligieron, los médicos, enfermeros, los agentes del estado, tan mal reconocidos cuando al debatir sobre estado y mercado, desaparecen los que sostienen lo que es de todos, el Estado.  

Por último, y para alejarnos un poco del mono tema actual, ¿qué reflexión podrías hacer sobre el estado de la democracia europea, teniendo en cuenta el avance de fuerzas autoritarias en los países centrales de la Unión y de nuevas demandas de la ciudadanía (género, cambio climático, etc.)?

Hoy, que las metáforas de la guerra están a la orden del día, las tragedias del siglo XX enseñan que las guerras son las parteras de la Historia. La Primera Guerra Mundial desembocó en Hitler y la Segunda Guerra Mundial, pero de las cenizas del nazismo nació la más bella utopía, la Declaración Universal de los Derechos del Hombre. La Europa post Segunda Guerra Mundial consiguió la mayor prosperidad de su historia. Siempre me conmovió la idea humanitaria que subyace en la idea de una comunidad democrática, antes que las razones del dinero diluyeran lo que fue ese maravilloso logro de una Europa democrática, cuya fuerza es moral, democrática que hizo nacer una  ciudadanía participativa que ha desencadenado movimientos planetarios como son los del clima, las mujeres. Hoy lo que amenaza la idea democrática es la desigualdad social que invalida la misma idea de la igualdad ante la ley, el descrédito de la política, convertida en muchos casos en un problema y no lo que define la democracia. Sin política no hay democracia. Con todo, sólo si tenemos libertad, podemos reclamar que nos falta el pan y el planeta está amenazado por un estilo de vida al que nos resistimos a cambiar. No es problema si debemos viajar menos. Sí lo será si desechamos la idea universal de derechos inherentes a la persona, corazón filosófico de las democracias liberales. Tenemos una gran oportunidad de hacer de este parate una pausa para mirarnos a nosotros mismos y observar cómo vivíamos, amenazandonos con el futuro y repitiendo supuestas verdades que hoy han saltado por los aires. Corramos el riesgo de volver a pensar. El presente nos atropelló y no podemos mirar hacia afuera. Recuperar la salud no puede hacerse a expensas de que perdamos la salud de la convivencia democrática. Occidente  estaba muy entusiasmado con China, una economía de mercado con mano dura que en parte explican los populismos a derecha y a izquierda. Siempre me llamó la atención que ningún líder europeo, a no ser Merkel, pidiera a los chinos por el Premio Nobel de la Paz, Li Xiao Bo, muerto en la prisión por el delito de opinión. En América Latina es frecuente escuchar a la izquierda: No denuncies corrupción o autoritarismo para no hacerle el juego a la derecha o al imperialismo. ¿No habrá llegado la hora de que le hagamos el juego a la democracia? 

 

Norma Elena Morandini (Córdoba -Argentina-, 31 de
marzo de 1948) es una periodista y política argentina
que milita en el partido Frente Cívico de Córdoba que
forma parte del frente Juntos por el Cambio. Se
desempeñó como diputada nacional en el período de
2005 a 2009 y como senadora nacional por su
provincia natal entre 2009 y 2015. Desde que concluyó
su mandato, y hasta finales de 2019, dirigió el
Observatorio de Derechos Humanos del Senado. Fue
candidata a vicepresidenta de la nación en 2011.

Entrevista realizada por Martín Szulman. Consultor de comunicación política en Ideograma (@martinszulman)

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