En primera línea: las vanguardias y sus causas

ARIADNA ROMANS

El arte siempre ha sido el gran enigma de la razón. ¿Para qué haremos arte si, analizado rigurosamente, no tiene ningún sentido hacerlo? ¿Para embellecer nuestro salón? ¿Para aumentar y hacer resonar nuestras aspiraciones de grandeza y egocentrismo existencial? ¿Para procurarnos un modo de perdurar en la Historia? Sumado a todas estas preguntas, y si vamos escarbando en su reflexión más profunda, nos encontraremos con el epicentro de toda la cuestión artística, con la pregunta de las preguntas que conciernen a todo aquello que hemos denominado “arte”: ¿Qué es el arte? Y aún más importante, ¿qué NO es arte?

Para plantearnos y discutir todas estas cuestiones es importante detenerse en dos puntos. La primera es el valor de la pieza del arte, el reconocimiento que le otorgamos como espectadores, lectores, o incluso para algunos desorientados, usuarios. En segundo lugar, es importante estudiar (si la hubiere) su utilidad y función. ¿Qué debe ser la pieza de arte? Como veis, ambas cuestiones se encuentran estrechamente relacionadas. 

Es por esta razón que antes de cuestionar cualquier movimiento artístico, cualquier pieza singular, deberemos comprender cómo responde esta corriente a la pregunta “¿Qué es el arte?” (o, al menos, esto me explicaron en Teorías del Arte). Muchas veces se habla en Teoría del Arte sobre el fenómeno de la disposición, de “ponerse al servicio de”. Más allá del reduccionismo de la propia frase, que intenta facilitar la comprensión de un conjunto de tendencias y elementos difícilmente comprensibles de otra forma, debemos clarificar que, ante todo, todo movimiento tiene una razón de ser, incluso en aquellos que alegan no tener objetivo o meta alguna. 

Como producto derivado de una sociedad, todo arte se elabora y articula alrededor de un propósito. Puede ser que esa finalidad sea justamente la no finalidad (como en el surrealismo), la negación del valor de la pieza de arte (como en el dadaísmo) o incluso la finalidad de explorar todas las posibles finalidades que tenga el arte partiendo de una no-definición. El caso es que, si lo analizamos como producto de un entramado social, el arte siempre podrá ser comprendido como algo funcional. 

Las vanguardias representan un antes y un después en el espacio de creación y concepción artística. Originadas en un momento de guerra total, este movimiento de mil cabezas fue capaz de dar una respuesta artística ante el más violento evento político: la guerra. Como describe Walter Benjamin, la guerra es la máxima expresión del arte auritizado, el atentado estético más profundo que puede hacer el poder. La guerra es un estado de caos colectivo, que se extiende hasta las esferas más íntimas de la población. Pese a que han existido en la Historia del Arte muchos movimientos que huyeron o se escondieron de la realidad política abrumadora, las vanguardias salen del escondite y se posicionan ni más ni menos que a primera línea de batalla. En un acto inaudito de conciencia revolucionaria, y desde todos los bandos y posicionamientos, el arte se pone al completo servicio de la guerra. 

Los expertos del arte se me tirarán encima por todas las irregularidades y reduccionismos de este artículo. No quiero aquí hacer un análisis detallado e historiográfico de los hechos, pues esto ya se ha hecho y se ha hecho con una calidad que yo no podría ni imitar. Las vanguardias tuvieron, más allá de sus ambiciones parciales y sus logros, un efecto de antes-después en el mundo del arte, que han marcado de forma categórica la evolución del arte hasta el presente. Y es este aspecto el que profundizaremos a continuación. 

Aviones, movimiento, dinamismo, avances tecnológicos, armas, fuego, gritos, histeria… La Primera Guerra Mundial fue una obra de arte. Porque es importante comprender que la obra de arte es algo bello que todos asumimos que sería buena por ende, y no es necesariamente así. Cometemos errores graves cuando damos cosas por sentado. El futurismo plasmó todas estas sensaciones y emociones para el fascismo, exaltando toda la irracionalidad del movimiento a través de obras con una técnica bélica y bellísima al mismo tiempo. Los giros de los aviones de la pieza de Tullio Crali así lo exponen.

Tullio Crali (1935) “Misión aérea”

Al otro lado de Europa, los constructivistas rusos hicieron lo mismo para el comunismo. Las formas rectas, la uniformidad de sus obras y la expresión conservadora de la vida cotidiana. El cartel fue el gran resultado de la unión del mensaje, convertido en eslogan, la obra de arte y su valor funcional. El arte se puso al servicio de la Revolución, y destacamos artistas como la obra de El Lissitzky, Derrota a los blancos con la cuña roja, un póster soviético de entre 1919 y 1920 que muestra la lucha de los dos bandos de la revolución rusa. Del constructivismo ruso también destacan el valor de las obras de Varbara Stephanova y las esculturas de su marido, Aleksander Ródchenko.  

Tal voluntad de plasmar expresiones se guardó para el expresionismo alemán o austríaco. El arte, en el período de entreguerras, necesitaba mostrar al mundo cómo se sentía, cómo le había cambiado la percepción de la realidad después del traumático ejercicio que supone una guerra (en la que muchos combatieron). Heredero del fauvismo, el expresionismo juega con combinaciones de colores, formas y texturas disruptivas en la época y tendencias del momento para dejar florecer sus sentimientos más profundos en sus obras del arte. La obra, por así decirlo, deviene un lienzo en el que el/la artista vomita las emociones directamente desde sus entrañas. Seguramente por esta razón, unos años después, este tipo de arte fue perseguido bajo el nombre de “arte degenerado”. 

Otto Dix (1924) “Tropas de soldados avanzando bajo el gas”. 

Ante una guerra, hay quien se pone al servicio de ella y hay quien la repudia y la desoye, pero todos toman partido. Este fue el caso del dadaísmo. Hartos de la sangre, de la violencia, del horror y de la desesperación, este grupo de artistas descubren la realidad de estos emperadores que hace tiempo que disparan desnudos: todo este escenario no es más que una gran manifestación del absurdo. Si nuestra existencia ya es absurda de por sí, pelearnos entre nosotros por tierras, dominio y poder, lo es más. Ante este circo, el dadaísmo (onomatopeya escogida por Tristán Tzara para definir el movimiento) ofrece una manifestación y descubrimiento de tal absurdidad. Las obras de Hans Arp, Marcel Duchamp, el mismo Tzara, André Breton o Emmy Hennings nos lo mostrarán. Este será seguramente el movimiento que más se extiende a la literatura (mediante collages o caligramas), que dará un precedente importante a los futuros posmodernos. 

Marcel Duchamp (1917) “Fountain”

El surrealismo, el arte “pop” y los que vinieron después ya son historia. Las vanguardias siguieron despertando pasiones y contradicciones, siendo perseguidas y alabadas, dejando que el arte se posicionara en sociedad para ganar relevancia y poder, capacidad de influir en la política. El arte perdió su aura, su contemplación, su perfección y constreñimientos técnicos para, dada la guerra, ponerse en primera línea de combate. 

A mi madre, una gran amante del arte.

 

Ariadna Romans  es Consultora en ideograma. Ciencias
Políticas y Filosofía (@AriadnaRmans)

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