En el Perú

SIMÓN BOLÍVAR

SEÑORES, LOS REPRESENTANTES del pueblo peruano se reúnen hoy
bajo los auspicios de la espléndida victoria de Ayacucho, que ha fijado
para siempre los destinos del Nuevo Mundo.

Hace un año que el Congreso decretó la autoridad dictatorial,
con la mira de salvar la república, que fallecía oprimida con el peso
de las más espantosas calamidades. Pero la mano bienhechora del
ejército libertador ha curado las heridas que llevaba en su corazón la
patria; ha roto las cadenas que había remachado Pizarro a los hijos
de Manco-Capac, fundador del imperio del sol, y ha puesto a todo
el Perú bajo el sagrado régimen de sus primitivos derechos.

Mi administración no puede llamarse propiamente sino una
campaña; apenas hemos tenido el tiempo necesario para armarnos
y combatir, no dejándonos el tropel de los desastres otro arbitrio que
el de defendernos. Como el ejército ha triunfado con tanta gloria
para las armas peruanas, me creo obligado a suplicar al Congreso
que recompense debidamente el valor y la virtud de los defensores
de la paria.

Los tribunales se han establecido según la ley fundamental. Yo
he mandado buscar el mérito oculto para colocarlo en el tribunal; he
solicitado con esmero a los que profesaban modestamente el culto
de la conciencia, la religión de las leyes.
Las rentas nacionales no existían; el fraude corrompía todos
sus canales; el desorden aumentaba la miseria del Estado. Me he
creído forzado a dictar reformas esenciales y ordenanzas severas,
para que la república pudiese llevar adelante su existencia, ya que la
vida social no se alimenta sin que el oro corra por sus venas.

La crisis de la república me convidaba a una preciosa reforma,
que el curso de los siglos, quizá, no volverá a ofrecer. El edificio
político había sido destruido por el crimen y la guerra: yo me encontraba
sobre un campo de desolación; mas con la ventaja de poder
constituir en él un gobierno benéfico. A pesar de mi ardiente
celo por el bien del Perú, no puedo asegurar al Congreso que esta
obra haya llegado al grado de mejora con que me lisonjeaba mi
esperanza. La sabiduría del Congreso tendrá que emplear toda su
eficacia para dar a su patria la organización que ella requiere, y la
dicha que la libertad promete. Séame lícito confesar, que no siendo
yo peruano, me ha sido más difícil que a otro la consecución de una
empresa tan ardua.

Nuestras relaciones con la república de Colombia nos han
proporcionado poderosos auxilios. Nuestra aliada y confederada
no ha reservado nada para nosotros; ella ha empleado su tesoro, su
marina, su ejército en combatir al enemigo común, como en causa
propia.

El Congreso observará por estas demostraciones de Colombia
el precio infinito que tiene, en el orden americano, la íntima y estrecha
federación de los nuevos estados. Persuadido yo de la magnitud
del bien que nos resultará de la reunión del Congreso de representantes,
me he adelantado a invitar a nombre del Perú a
nuestros confederados, para que, sin pérdida de tiempo, verifiquemos
en el Istmo de Panamá, esa augusta asamblea que debe sellar
nuestra alianza perpetua.
La república de Chile ha puesto a las órdenes de nuestro Gobierno
una parte de su marina, mandada por el bizarro vicealmirante
Blanco, que actualmente bloquea la plaza del Callao, con fuerzas
chilenas y colombianas.

Los Estados de México, Guatemala y Buenos Aires nos han
hecho ofertas de servicios, aunque sin efecto alguno, a causa de la
celeridad de los sucesos. Estas repúblicas se han constituido y mantienen
su tranquilidad interna.

El agente diplomático de la república de Colombia es el único
que, en estas circunstancias, ha sido acreditado cerca de nuestro
Gobierno.

Los cónsules de Colombia, de los Estados Unidos de América y
de la Gran Bretaña se han presentado en esta capital a ejercer sus
funciones; el último ha tenido la desgracia de perecer de un modo
lamentable; los otros dos han obtenido el exequatur correspondiente,
para entrar en los deberes de su cargo.

Luego que los sucesos militares del Perú sean conocidos en
Europa, parece probable que aquellos gobiernos decidan definitivamente
de la política que hayan de adoptar. Me lisonjeo que la Gran
Bretaña será la primera que reconozca nuestra independencia. Si
hemos de dar crédito a las declaraciones de la Francia, ella no está
muy distante de unirse a la Inglaterra en esta marcha liberal; y tal
vez el resto de la Europa seguirá esta misma conducta. La España
misma, si oye los consejos de su propio interés, no se opondrá más
a la existencia de los nuevos estados que han venido a completar la
sociedad del universo.

Legisladores, al restituir al Congreso el poder supremo que depositó
en mis manos, séame permitido felicitar al pueblo porque se
ha librado de cuanto hay de más terrible en el mundo: de la guerra,
con la victoria de Ayacucho, y del despotismo con mi resignación.
Proscribid para siempre, os ruego, tan tremenda autoridad, ¡esta
autoridad que fue el sepulcro de Roma! Fue laudable, sin duda, que
el Congreso, para franquear abismos horrorosos y arrostrar furiosas
tempestades, clavase sus leyes en las bayonetas del ejército libertador;
pero ya que la nación ha obtenido la paz doméstica y la
libertad política, no debe permitir que manden sino las leyes.

Señores: el Congreso queda instalado.

Mi destino de soldado auxiliar me llama a contribuir a la libertad
del Alto Perú y a la rendición del Callao, último baluarte del imperio
español en la América meridional. Después volaré a mi patria a
dar cuenta a los representantes del pueblo colombiano de mi misión
en el Perú, de vuestra libertad y de la gloria del ejército libertador.

Enviado por Enrique Ibañes