El ruido electoral en campaña

NADIA VIOUNNIKOFF-BENET

Tras finalizar la intensa campaña electoral del 28A en España me encuentro, como ciudadana, colapsada de información y exhausta de intentos de manipulación. Más que vencedores y vencidos tengo una sensación de inmenso ruido. Lo que me hace preguntarme: ¿qué ha generado esta sensación de saturación extrema?

Un lado apunta a los debates electorales. Una genial confrontación de ideas pensada para el posicionamiento en la batalla dialéctica del cuerpo a cuerpo de unos candidatos con otros. Pero poner dos consecutivos es un error. ¿Por qué? Por una razón principal: dos debates seguidos lejos de posicionar candidatos y mensajes generan un ruido informativo de tal intensidad que ni audiencias ni políticos nos merecemos. Escenario en el que sólo salen fortalecidos los que bajan la tensión del tono. Y una razón secundaria, no menos importante, someter a los candidatos a tal esfuerzo físico e intelectual en tan poco periodo de tiempo no es sino forzarlos al desquicio y mayor posibilidad de error que vimos en varias ocasiones a lo largo del segundo round. Además, el formato podría contemplar un replanteamiento. No obstante, aunque todos los moderadores insistieron, a diferencia del primer debate (RTVE), el segundo (A3) sí contó con diálogo entre los distintos candidatos. Pero pasó a ser en ocasiones una discusión propia de barra de bar, más que de cuatro presidenciables. Situaciones que deberán retomarse respecto al formato y normas de los debates planteados por los medios y por parte de los gabinetes de comunicación de los políticos en sus estrategias. Escenarios que, de nuevo, ponen al ruido como protagonista.

Centrando el debate en las formas, desde una perspectiva individual, es conveniente subrayar dos cuestiones: 1) El uso superfluo de la palabra mentira (posiblemente la más repetida de las dos noches) y que no sólo desacredita al receptor, sino también al emisor. A no ser que cada uno de los candidatos se presente a la presidencia del Gobierno de un país distinto, no puede ser que la totalidad de los datos de todos los contrincantes sean mentira. De nuevo el ruido entra en escena. Si todos mienten, ninguno dice la verdad. Por tanto, la política en su conjunto queda desacreditada de nuevo y todos pierden. 2) Si casi todos deciden un uso exagerado el síndrome del foso de la orquesta para sacar rédito de lo anecdótico (taxis, camisetas, cartón pluma a gogó, fotos, libros…), nos encontramos ante tal intensidad informativa que hace perder el mensaje entre infinidad de anécdotas consecutivas.

Otro lado apunta a que poner en cuestión los límites humanos de los candidatos puede ser sensato en cuanto a que los políticos no pueden estar sobreexpuestos de esta manera. Entre los cuchillos en la espalda de propios y ajenos, y la presión mediática en aumento incontrolado, en breve será imposible encontrar políticos con vocación que quieran dedicarse a la bella profesión de mejorar la vida de los demás. Por esto, las normas que rigen las campañas electorales deberían ser mejoradas y ampliadas. Los políticos saben que estos quince días de campaña se han convertido en decisivos, pero por ellos, su salud, por nosotros (la ciudadanía) y la nuestra, es importante comenzar a poner límites de una manera que el sistema de sobreexposición mediática sea saludable para ellos y asumible/soportable para el resto de la población.

Por último, y centrados en la regulación, no sólo habría que trabajar sobre los debates, periodicidad, formas…, sino que también habría que plantearse revisar la regulación de la publicidad exterior y sus usos. Imagino que igual que a mi, a los freaks compol que estaréis leyendo este artículo, os habrá fascinado todos los nuevos formatos que han aparecido a lo largo de esta campaña electoral. ¡Qué maravilla! ¡Cuánta creatividad! Desde agencias de viaje ficticias, hasta grandes proyecciones en fachadas, o mini barracones en el centro de la ciudad para visitar entre otras vallas llamativas y protecciones de edificios céntricos en obras. El objetivo de llamar la atención del potencial votante del siglo XXI probablemente se haya conseguido, que se traduzca en intención de voto, habría que estudiarlo. Un elector al que podríamos bautizar como el ciudadano de la controversia comunicativa, cada vez más conectado y a la vez más inalcanzable.

Habrá que considerar que se ha abierto una ventana de aire fresco fantástica, pero no contemplada por la ley. Por lo que esta campaña supone el pistoletazo de salida para que la publicidad exterior, mucho más allá de las vallas electorales, en cuanto a formatos y contenidos se convierta en una herramienta de ataque al contrincante sin control ni límite alguno. Lo espectacular y anecdótico parece que es lo que más vende y a lo que más atención le prestan medios, redes y ciudadanía. Las calles pueden acabar transformándose durante la campaña electoral en circos en los que las personas pasen a estar sobreexpuestas a mensajes electorales de todo tipo y sin emisores reconocibles. De nuevo, esta saturación de mensajes generará un ruido electoral complejo de asimilar e importante de ser valorado.

Los tiempos políticos han dictado demasiados periodos electorales consecutivos, cuestión que también debería poder controlarse. Ello es agotador para el votante, que seguramente preferiría ver a sus políticos trabajar más que hacerle perder el tiempo y el dinero común. La sobresaturación informativa ya es elevada desde hace algunos años, pero esto no ha impedido a los equipos de campaña y sus asesores buscar votos con mayor intensidad entre el alto nivel de indecisos de última hora. La necesidad ha hecho virtud y ha despertado la creatividad electoral hasta límites insospechados, pero también de mayor agresividad en busca del voto.

El ruido electoral debe ser tomado en serio por los dirigentes políticos y sus asesores, porque fruto de éste acaban perdiendo efectividad y credibilidad todos ellos de forma individual y colectiva (más aún, si cabe). No sé cuál es la solución exacta y aquí tan solo planteo los dos puntos que más me han hecho pensar esta campaña electoral. Los expertos profesionales y académicos deben estar a la cabeza de los cambios que afecten al futuro de la comunicación electoral. Pero no concebida como una fórmula de censura, sino más bien como una cuestión de efectividad y convivencia. El derecho a la información electoral debe ser regido desde una perspectiva sostenible no sólo desde el aspecto económico, sino también desde el humano: los políticos deben poder descansar y nosotros, la ciudadanía, debemos poder contar con espacios neutros en los que reflexionar.

 

Nadia Viounnikoff-Benet es Personal Investigador Doctor – Universitat Jaume I de Castelló (Spain). Experta en comunicación política – Autora del libro La imagen del candidato en la era digital. Cómo gestionar la escenografía política, de la editorial UOC (@NadiaVBenet)

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