El reto invisible de quienes quieren hacer política sin dinero ni contactos

GABRIEL FLORES

En la política contemporánea, muchos creen que el acceso al poder está reservado para quienes tienen grandes recursos económicos o vínculos con las élites partidarias. Sin embargo, la realidad es que cada día más personas comunes sienten la necesidad de dar un paso adelante y representar a su comunidad, aun sin cumplir con esos requisitos tradicionales.

La primera barrera con la que se topa un aspirante sin respaldo financiero es la percepción de inviabilidad. Se les repite constantemente que sin “apadrinamiento” o sin una chequera generosa, no existe posibilidad de competir. Este estigma desalienta a muchos antes incluso de intentarlo.

A este obstáculo se suma la invisibilidad. Sin contactos estratégicos dentro de los partidos, un aspirante corre el riesgo de ser ignorado. Los espacios de decisión suelen estar reservados para quienes ya tienen recorrido político o para figuras que generan beneficios inmediatos a la organización.

Aun así, la falta de contactos o dinero no significa falta de posibilidades. Lo que cambia es la ruta: un aspirante en estas condiciones debe comenzar desde un proceso de autodiagnóstico honesto y profundo, entendiendo cuál es su verdadera motivación y si cuenta con la resiliencia emocional para enfrentar críticas, presiones y la exposición pública.

La vocación auténtica se convierte en un diferenciador clave. Quien entra por ego o moda rápidamente se desgasta. En cambio, quien tiene una causa real —como mejorar la seguridad barrial, ampliar el acceso a la educación técnica o defender a los pequeños emprendedores— encuentra en esa brújula ética la fuerza necesaria para sostenerse.

Un ejemplo claro es el de Carla, una joven que comenzó defendiendo la continuidad de una guardería comunitaria en la zona rural. No tenía dinero ni vínculos políticos, pero sí compromiso real. Su consistencia en acciones pequeñas generó que líderes locales se acercaran a ella, hasta que un partido la invitó a sumarse no por sus recursos, sino por su credibilidad en el territorio.

La segunda gran barrera está en la construcción de reputación. En un mundo donde las redes sociales se convierten en vitrina, lo que se comparte puede ser aliado o amenaza. Aspirantes sin capital económico deben cuidar especialmente su huella digital, porque un comentario malinterpretado puede convertirse en el obstáculo que cierre puertas.

Para quienes no tienen padrinos políticos, la coherencia personal se convierte en la carta más fuerte. Se recuerda más la forma en que una persona resolvió un problema comunitario que cualquier discurso cargado de promesas. Esa coherencia práctica es la que atrae voluntarios y simpatías genuinas.

Otro ejemplo lo protagonizó Andrés, un joven de un barrio periférico que nunca había liderado formalmente nada. Un día decidió organizar una rifa para recaudar fondos y comprar medicinas a una familia necesitada. Aunque la actividad parecía menor, el resultado fue impactante: la comunidad recaudó lo suficiente y, más importante aún, confió en él como alguien capaz de movilizar y resolver.

La tercera barrera es la desconfianza de los propios partidos. Muchos movimientos dudan en abrir espacio a quienes no traen consigo financiamiento o redes listas. Es común escuchar frases como “aquí no sumas” o “vuelve cuando tengas más apoyo”. Este filtro, aunque duro, obliga a quienes no tienen recursos a demostrar que pueden generar base desde cero.

Construir esa base mínima es un acto de liderazgo previo a cualquier candidatura. Encontrar a diez personas que crean en el proyecto, que aporten tiempo, ideas o logística, ya es un inicio poderoso. Ese primer círculo no solo ayuda a difundir el mensaje, sino que también legitima al aspirante frente a los partidos.

Un tercer ejemplo es el de Lucía, de 28 años, que había liderado una red ambiental juvenil en su cantón. Cuando un partido la invitó como concejal, descubrió que no bastaba con tener buena oratoria. Su error fue intentar hacerlo todo sola. El equipo se desmoronó y su oportunidad se desvaneció. Su historia ilustra que el verdadero capital político no es financiero, sino comunitario: la capacidad de sumar y sostener un grupo.

Para superar estas barreras, un aspirante debe prepararse con seriedad. Conocer leyes electorales, practicar oratoria, aprender estrategia territorial y gestionar su huella digital son pasos esenciales. Aunque parezcan técnicos, envían un mensaje poderoso: “estoy listo para competir en igualdad de condiciones”.

Otro elemento indispensable es la narrativa personal. Quien no cuenta con recursos debe tener una historia que conecte con la gente. No se trata de exagerar, sino de mostrar cómo las experiencias vividas lo convierten en alguien capaz de comprender y representar a otros.

En definitiva, los aspirantes sin dinero ni contactos enfrentan un camino más largo y empinado, pero también más sólido si saben construir desde la autenticidad. Su capital político no se mide en cifras, sino en confianza, coherencia y acción real en el territorio.

La política necesita voces nuevas, y muchas de esas voces nacen en espacios modestos: en una rifa comunitaria, en un grupo juvenil, en una guardería que lucha por sobrevivir. Cuando un aspirante logra convertir esas pequeñas acciones en narrativa, reputación y equipo, demuestra que no hace falta fortuna ni apellidos para abrirse paso: hace falta vocación, preparación y constancia.

Gabriel Flores Avilés es consultor Político de Campañas Electorales (@GabrielFlores_a)