Desde sus orígenes, el oficio de político ha ido variando y evolucionando en paralelo a la sociedad en la que se desarrolla la actividad política. Actualmente, se produce una relación muy especial entre la lógica de la democracia representativa, articulada en elecciones y en procesos diferenciados de rendición de cuentas y la actuación de individuos que se mueven en un escenario ambiguo. En él se dan cita aspectos que no son necesariamente contradictorios o irreconciliables, como la ambición, la vocación, la vanidad, el altruismo, la influencia, el dinero, en fin, el manejo del poder.
Quienes se dedican a la política no sólo entran en ella a través de las urnas; aunque éstas son el mecanismo legitimador por excelencia, no cubren todos los vericuetos por los que se desarrolla el oficio de político. De hecho, los cargos electos son una minoría en el universo de la política.
El oficio de político se abandona con mayor frecuencia de la que se tiende a pensar habiendo sido, en muchos casos, una mera etapa de constitución, o si se prefiere de acumulación, de capital simbólico cuya rentabilidad se hace efectiva en otros campos en los que el poder sigue su proceloso camino.
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