El manga y anime como herramientas de comunicación política y marketing

ROBERTO PLASENCIA

“Si no arriesgas, no puedes crear un futuro”. —Monkey D. Luffy (One Piece)

Debo confesar que este artículo surge de dos pasiones personales: la comunicación política y el anime[1]. Dicho lo anterior, en los últimos años, lo que era un fenómeno de entretenimiento japonés para nichos se ha transformado en un lenguaje global que trasciende pantallas. Considero que el anime ya no es solo “lo que vemos”, sino “cómo hablamos, protestamos, celebramos y nos movilizamos”. El anime se está convirtiendo en un ícono. La Generación Z está alzando la voz ante el hartazgo global que prevalece por gobiernos corruptos y autoritarios, y está adoptando nuevos símbolos de resistencia. Esta juventud toma elementos de la cultura popular, convirtiendo mangas[2] y animes en una nueva e inesperada fuente de inspiración y en estandartes de cambio social. Lo que hace veinte años era subcultura, hoy es un lenguaje simbólico de movilización global.

Este artículo reúne casos que van desde movilizaciones que izan la bandera pirata del manga One Piece[3], hasta campañas políticas en América Latina que han usado la figura de “Pochita”, del anime Chainsaw Man[4]. Además, explora el papel de las plataformas de streaming y el cine en la expansión global del fandom[5], y propone recomendaciones para personas comunicadoras y estrategas políticos.

La bandera pirata de One Piece como símbolo de protesta

La icónica bandera de los “Straw Hat Pirates” (calavera con sombrero de paja) se ha convertido en un símbolo real de protesta. En Nepal, las juventudes manifestantes la adoptaron en sus movilizaciones contra la corrupción y las restricciones en redes sociales. Este fenómeno también se ha registrado en Marruecos, Perú, Paraguay y recientemente México. En Marruecos, las y los jóvenes de la Generación Z vinculan la bandera del anime como estandarte ante gobiernos que priorizan grandes inversiones en estadios en lugar de servicios públicos. En Perú y Paraguay también se documenta el uso de imágenes de anime (incluyendo esta bandera) en protestas. Surge entonces la pregunta: ¿por qué un manga o anime puede ser el estandarte para llamar a una manifestación contra la corrupción y la impunidad? La respuesta parece simple: cuando un símbolo de entretenimiento logra articular un discurso generacional, se convierte en un vehículo de movilización sin necesidad de lemas complejos.

De los memes al poder: el caso Milei y Pochita

En Argentina, durante las elecciones, la figura de Pochita (un demonio motosierra de Chainsaw Man) se convirtió en meme y símbolo espontáneo en mítines de Javier Milei, e incluso fue usado como objeto arrojado hacia el candidato. Aunque no formaba parte de la estrategia oficial, esto muestra cómo la cultura pop puede infiltrarse en el discurso político mediante humor y apropiación del público.

Durante la campaña, Milei levantó una motosierra al grito de “¡Viva la libertad, carajo!” prometiendo recortes radicales al gasto público, y al recibir el peluche de Pochita, el meme se consolidó; incluso hubo votantes disfrazados de Chainsaw Man. La asociación del manga con Milei evidencia cómo ambos conectan con una juventud que busca llenar frustraciones, y obliga a los comunicadores a anticipar que estos símbolos del fandom pueden reaparecer de forma inesperada, generando riesgos u oportunidades según cómo la audiencia los interprete: ¿se asocia el personaje de forma deliberada o será simplemente reapropiado por el público?

Celebraciones deportivas y colaboraciones de marketing

El anime también escala en el ámbito deportivo y de marca: franquicias como Kimetsu no Yaiba (Demon Slayer)[6] han colaborado con ligas profesionales en Japón (como la de béisbol) integrando sus personajes en uniformes, estadios temáticos, mercancía exclusiva y experiencias para fans. Estas sinergias no solo refuerzan el vínculo entre deporte y sofwpower japonés[7], sino que generan comunidades participativas donde las personas aficionadas se sienten parte de una narrativa compartida.

La relación entre política y anime no se limita a lo electoral. En los estadios, las aficiones futboleras han incorporado personajes como Gokú, Luffy o Naruto[8] en banderas, cánticos y vídeos motivacionales. Dragon Ball Z se convirtió en una metáfora colectiva de esfuerzo y superación; “modo Saiyajin” es hoy una expresión global para referirse al máximo rendimiento. Las marcas deportivas también lo han entendido: Nike, Adidas o Puma han lanzado ediciones inspiradas en series japonesas, entendiendo que el anime canaliza emociones intensas asociadas a la disciplina, la lucha y el espíritu de equipo. Pero más allá de la estética o el mercadeo, lo que subyace es una apropiación cultural profunda. En Kimetsu no Yaiba (Demon Slayer), el mensaje de perseverancia frente al dolor y la pérdida conecta con generaciones que crecieron entre crisis y transformaciones sociales. En Naruto, el valor de la amistad y la superación de la soledad resuena con millones de la juventud latinoamericana que se reconocen en esa búsqueda de propósito.

Como toda narrativa popular, el anime no solo refleja su tiempo, sino que ofrece una gramática emocional que la política y la comunicación ya no pueden ignorar. Comprender su lenguaje es entender cómo los públicos de la juventud construyen sentido, empatía y acción colectiva. Hoy, quien comunique (desde la política o las instituciones) sin entender ese universo simbólico, corre el riesgo de hablar un idioma que las nuevas generaciones ya no escuchan.

Del estadio al discurso: lecciones de engagement

Según The Guardian[9], cada vez más atletas reconocen la influencia del anime en su formación personal y motivacional: muchos encuentran en sus personajes valores de disciplina, resiliencia y espíritu competitivo. El velocista estadounidense Noah Lyles ha declarado su admiración por Naruto, que considera fuente de inspiración para superar obstáculos. En el Mundial de Atletismo celebrado en Japón, el atleta japonés Rachid Muratake realizó poses alusivas a sus héroes de manga, convirtiendo su presentación en una performance cultural que conectó con la audiencia local y digital. Esta apropiación simbólica muestra cómo la animación japonesa ha trascendido la ficción para convertirse en un lenguaje identitario y de comunidad. En marketing, este fenómeno ha sido aprovechado para generar campañas inmersivas que combinan emoción, pertenencia y estética visual reconocible.

De los símbolos clásicos a los íconos de anime

En los años 60´s y 70´s, la juventud llevaba banderas y emblemas como forma de protesta: la imagen del Che Guevara, el puño en alto, el signo de la paz o el “flower power” eran referentes de rebelión y cambio social. Hoy, la Generación Z cumple un rol similar, pero usando símbolos del anime: banderas de One Piece, figuras de Chainsaw Man o personajes de Naruto se vuelven estandartes en manifestaciones, desde Nepal hasta Marruecos, Perú y México, adaptando los códigos visuales a luchas contemporáneas de justicia, transparencia y derechos sociales.

El porqué del momento y sus aportes en comunicación

El anime vive su mayor expansión global. Plataformas como Netflix y Crunchyroll lo impulsaron y lo volvieron cotidiano, mientras éxitos como Demon Slayer o Chainsaw Man lo legitimaron como fenómeno cultural. Para las nuevas generaciones, ya no es solo entretenimiento, sino parte de su lenguaje emocional y visual. En comunicación política y marketing, el anime funciona como un simbolismo directo: sus íconos condensan valores como rebeldía, justicia o libertad sin necesidad de largos discursos. Pero esta potencia requiere coherencia narrativa: cuando la clase política usa su estética sin autenticidad, el resultado suele ser rechazo.

Estrategia recomendada para campañas institucionales o sociales

Usar referencias del anime en campañas sociales o institucionales requiere método y autenticidad. Primero, identificar qué franquicias y símbolos conectan realmente con el público objetivo y entender los valores que representan. Después, diseñar cualquier activación con coherencia y legitimidad, idealmente mediante colaboraciones o licencias que respeten su contexto original. El mensaje debe adaptarse a los formatos actuales (redes, vídeos cortos o eventos presenciales) sin caer en estereotipos, manteniendo siempre un tono institucional claro. Finalmente, conviene monitorear cómo se interpreta el símbolo y medir si la estrategia generó una conexión real con la audiencia, más allá de la viralidad momentánea.

Concluyendo, el anime ya no es solamente “cultura pop”, sino un lenguaje político, emocional y generacional. Su uso en protestas, campañas deportivas y marketing institucional demuestra su capacidad de construir comunidad y transmitir ideales complejos a través de símbolos simples. Para personas comunicadoras, estrategas y gobiernos, entender el anime significa entender la gramática cultural de las nuevas generaciones. No se trata de insertar un personaje anime en un cartel, sino de comprender qué emociones y valores representan, e integrarlos en mensajes auténticos y coherentes.


[1] Se refiere a la animación japonesa de dibujos e ilustraciones. El equivalente occidental serían los cómics, pero el anime se inspira en el folclore japonés, historias fantásticas, leyendas y reinterpretaciones de lugares de Occidente, otorgándole una relevancia cultural propia. Existen múltiples subgéneros dirigidos a distintas audiencias: desde infantes, juventud y hasta personas adultas.

[2] Es el término japonés para historieta o cómics.

[3] Es la historia de Monkey D. Luffy, un joven optimista que sueña con convertirse en el Rey de los Piratas al encontrar el legendario tesoro «One Piece».

[4] Es un manga que inició su publicación en diciembre de 2018, y que para septiembre de 2022 ya tenía en venta más de 16 millones de copias. Denji, el protagonista de esta historia, vive en Japón en un mundo en el que los demonios nacen de los mayores miedos de la población mundial, y se alimentan de la sangre y vidas humanas.

[5] Es una comunidad de personas que comparten una pasión o afición por algo en particular, como una película, una banda, un libro o un equipo deportivo. Estas comunidades se caracterizan por interactuar, compartir información y crear contenido relacionado con su interés común. El término se compone de las palabras inglesas «fan» y el sufijo «-dom» (dominio o reino). 

[6] Este anime promueve mensajes positivos sobre la perseverancia ante la adversidad, la importancia de la compasión y la empatía, y la idea de que los fuertes deben proteger a los débiles para que estos últimos también puedan crecer. También enfatiza la necesidad de disciplina, el sacrificio por un objetivo mayor y encontrar la valentía dentro de uno mismo para enfrentar los miedos.

[7] Japón ha impulsado su cultura pop (anime, manga, videojuegos) como herramienta a través de políticas como “Cool Japan”. El anime se proyecta no sólo como entretenimiento sino como vehículo de valores como creatividad, disciplina y tecnología. Esta estrategia ha logrado que personajes de anime formen parte del imaginario político cultural global, facilitando que gobiernos e instituciones vean en el anime un recurso de comunicación.

[8] Naruto Uzumaki es un niño marginado en la aldea ninja en la que vive. En su interior reside el poder de una bestia que estuvo al borde de destruir el pueblo años atrás. Pese a su soledad y su tristeza, Naruto quiere ser un ninja Hokage, el líder de la aldea. Sus convicciones atraerán a muchos amigos y compañeros.

[9] The Guardian ‘Quitting is the devil’s fruit!’: why anime is firing up sports stars https://goo.su/gqaofM

Luis Roberto Plasencia Rodríguez es politólogo y administrador público por la UNAM, con un Máster en Comunicación Política Avanzada en Madrid. Con más de 14 años de experiencia, ha destacado como estratega en campañas políticas, asesor electoral, operador territorial y creador de contenido para redes sociales. Además de especialista en administración municipal y derecho electoral, su trayectoria refleja un firme compromiso con el fortalecimiento del quehacer político y el desarrollo de México. (@Robertoplasenci)