LEIRE ORDOYO
Los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial sirvieron de caldo de cultivo para todo tipo de consecuencias: eran los años de la ONU, los juicios de Núremberg y de la Guerra Fría pero también, la belle èpoque del fútbol. Los grupos ultras nacen en los sesenta en Italia. Los del Granata del Torino FC y los Ultras Tito Cucchiaroni de la UC Sampdoria fueron los abuelos de quienes hoy se sitúan en la parte baja de las gradas de muchos estadios de fútbol. Es entonces cuando grupos de jóvenes italianos revolucionan la forma de ver los encuentros; cargados con bufandas y trompetas, haciendo del deporte estrella todo un fenómeno sensorial. El nombre que se les atribuyó a estos grupos italianos no fue al azar: “ultra” proviene del latín y significa “más allá”.
La dicotomía izquierda-derecha acaba por manifestarse en uno de los lugares menos esperados: el fútbol. El conflicto entre grupos ultra no pudo ser sino una consecuencia (más que esperada) del fenómeno. El primer enfrentamiento fue registrado en Italia durante el derbi de Roma de 1974. La política se convertiría ya en los años ochenta, en el motor de rivalidad entre ultras. Sin embargo, no todos los hinchas se consideraban a sí mismos “ultras” por su connotación tan a la derecha del término y optaron por seguir la estela británica adoptando el término hooligan (relativo a los ciudadanos de clase obrera pertenecientes a las zonas industriales de Inglaterra). Ya en los noventa nacieron las primeras voces discordantes dentro del fútbol que proclamaban un partido sin política, algo que a día de hoy, es impensable.
El ritual de estos grupos era casi sacro: los desplazamientos en bus hasta el estadio rival, noventa minutos de pie en las gradas de cemento, bajo cualquier condición meteorológica. Las revistas, las pancartas y pegatinas que pagaban los kilométricos desplazamientos, las bufandas (al más puro estilo italiano) y su atuendo. Así nacen los casuals, auténticos maestros del estilo futbolero. Jóvenes de ultraderecha vestidos con bombers y Adidas Samba que se convertían en los caballos de Troya de los hooligans, dispuestos a dar la cara por su equipo en cualquier bar de Liverpool (por aquel entonces, la meca de cualquier hincha del balompié).
Como un partido de fútbol no es el mejor momento para debatir moderadamente sobre política, las ideas contrapuestas debían ser expresadas de otra forma. Por tanto no es de extrañar que muchos grupos ultras de nuestro país y del resto del mundo empleen canciones para reafirmar su condición en la res publica.
La más coreada seguramente sea la archiconocida Bella Ciao. Este cuasi himno nace durante la Segunda Guerra Mundial como grito de protesta de los partisanos contra la ocupación nazi en Italia. A comienzos del siglo XX sólo era un cántico popular entre los asistentes italianos a los Festivales mundiales de las Juventudes Comunistas pero durante las manifestaciones de 1968 alcanza su máxima difusión, hasta tal punto que a comienzos de los setenta, al otro lado del mundo, se convierte en todo un himno del gobierno de Salvador Allende. Durante el Mundial de Fútbol del pasado año el himno partisano pasó a cantarse allí donde jugase la selección argentina con su toque particular: “Y Chile chau, Chile chau, Chile chau chau chau / Che brasilero, vos no te asustés”. Su letra original tiene el suficiente jugo para ser exprimido con sentido político: “una mañana, me he despertado / y he descubierto al invasor”. Por eso, el Sindicato Bancario Argentino empleó el canto partisano para reclamar una subida de salario durante una huelga en abril del pasado año.
Cómo se iba a imaginar esa mujer de Guantánamo, la Guantanamera a la que cantaba su autor Joseíto Fernández, que un laureado club de fútbol corearía su canción. Y a pesar de que los orígenes de esta popular melodía son bastante controvertidos, es un hecho que la Guantanamera es tan antigua como popular. En 1940 el pianista y compositor Julián Orbón cambió la letra de Joseíto Fernández por versos de José Martí, llevándola a la música de habla no hispana a través de las grabaciones de músicos estadounidenses en los años 60. La Guantanamera de The Sandpipers (1966) llegó al ranking de las canciones más populares de 1966, el mismo año que Inglaterra ganó su (hasta el momento) único Mundial. Como homenaje a esa copa, en las gradas del Arsenal todavía se pueden escuchar los acordes de Joseíto Fernández. La Guantanamera ya no es una canción dedicada a una mujer “guajira” (trabajadora del campo cubano) que debió robar el corazón a Joseíto Fernández sino todo un homenaje a un año dulce en el fútbol inglés. Y lo que para Cuba es un símbolo de identidad nacional, para Inglaterra es la melodía de descontento hacia un entrenador: “Sacked in the morning, you’re getting sacked in the morning” (Despedido por la mañana, serás despedido por la mañana).
Las canciones populares tienen orígenes remotos, no muy exactos y entorno a ellas se construyen auténticas teorías difíciles de corroborar. Es el caso de la canción “Soy capitán de un barco inglés”. Quizás su nacimiento se remonte casi a la época de Julio César cuando éste luchaba por mantener las aguas del Mediterráneo. Los piratas, lejos de lo que la cultura popular nos ha hecho llegar eran expresidiarios, vagabundos y delincuentes que se veían forzados a atacar barcos para poder sobrevivir. La pobreza en la que estaba sumida la Europa de comienzos de la Edad Moderna era la principal causa de la proliferación de estos saqueadores, que a diferencia de los corsarios, atracaban barcos para sobrevivir. Quizás este modo de vida tan poco atractivo en la actualidad haya servido de inspiración para los Bukaneros. Las movilizaciones vecinales de los años cincuenta del siglo pasado de un barrio marcadamente izquierdista y organizado contra la lucha franquista se tradujeron en cánticos en el fútbol. Uno de los más famosos es “Soy capitán de un barco inglés” que cuenta con innumerables finales alternativos y que el propio Rayo Vallecano ha empleado para hacerse eco de su idiosincrasia como barrio obrero: “La vida pirata es la vida mejor (La vida pirata es la vida mejor)/ sin trabajar (sin trabajar)/ sin estudiar (sin estudiar)/ coooooooon la botella de ron (coooooooon la botella de ron)”.
Sea como fuere, la política y el fútbol comparten la misma esencia: la pugna de A contra B y B contra A en un duelo que puede adquirir distintos carices. En las urnas, los atriles, en los estadios o en los bares la labor de cualquier defensor de una idea ya sea un candidato o un aficionado es hacer oír al receptor su mensaje (tampoco es necesario que lo escuchen).
Leire Ordoyo estudia el Doble Grado en Ciencia Política y Periodismo en la Universidad Rey Juan Carlos (en curso). (@lordoyo)
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