El ala oeste de la Moncloa

DAVID MARTÍNEZ

Son los hombres del presidente. Personas que viven entre las bambalinas del poder, cocinando la estrategia y ayudando a tomar las decisiones que marcarán el devenir de España, aunque sus rostros permanecen desconocidos para el gran público. La atención mediática la copan el jefe del Ejecutivo y sus ministros, si bien alrededor del primero, en el complejo donde también desarrolla su actividad la vicepresidenta con más poder de la democracia, trabajan profesionales cuyo juicio puede determinar en última instancia no ya cómo se presente tal medida o se explique cuál viraje en el rumbo del gabinete, sino qué agenda legislativa se impulsará a medio plazo, cuál será el calendario de actividades públicas de Mariano Rajoy o en qué fecha se convocarán las próximas elecciones.

Pero, ¿quiénes son esas personas que asisten a diario al presidente del Gobierno? ¿Quiénes hacen para Rajoy el papel que en la tan mitificada como imprescindible The West Wing desempeñan Leo McGarry, Josh Lyman o C. J. Cregg?  No resulta fácil establecer un paralelismo entre los organigramas de Moncloa y de la Casa Blanca, no digamos ya entre las funciones de los altos cargos de una y otra institución, pero sí podemos observar cómo Rajoy tiene a sus órdenes a un grupo de expertos, asesores y técnicos elegidos por él personalmente -buena parte de ellos procedentes del núcleo que le acompañó en la travesía por el desierto de la oposición- que poco desmerece al que rodea a Josiah Bartlet en la ficción política.

A la cabeza de ellos se sitúa el director del Gabinete, el diplomático barcelonés Jorge Moragas, brazo derecho del actual presidente desde 2008. Como Leo McGarry para Bartlet, Moragas se encarga de facilitarle la vida al jefe del Ejecutivo, proporcionándole toda la información que le pueda ser útil, ayudándole en la coordinación de la acción de gobierno, en la planificación de la agenda y la actividad política e institucional, siendo su sombra en cada acto y dirigiendo al resto de profesionales que tiene a sus órdenes. Y si el eficiente McGarry cuenta con Josh Lyman como Ayudante Jefe, el director del gabinete monclovita dispone de un director adjunto, el empresario reconvertido a asesor político desde 2009 Alfonso de Senillosa. Además, reporta directamente ante Moragas el departamento de Análisis y Estudios -encargado principalmente de leer la evolución sociológica nacional e internacional- y la secretaría general de la Presidencia, que ostenta la abogado del Estado Rosario de Pablos y tiene cometidos más técnicos. A las órdenes de Pablos están la historiadora Valle Ordóñez -asesora en protocolo, seguridad y logística, lleva años trabajando al lado de Rajoy-; el coronel del Ejército de Tierra Andrés Costilludo, director general del Departamento de Protocolo, ya tenía experiencia previa en Moncloa; y Alejandro Hernández, también con formación militar, que ejerce de director general del Departamento de Seguridad.

Las funciones del citado Senillosa -fundador de Workcenter y ganador de prestigiosos premios empresariales- sí son más políticas y estratégicas, al estilo de lo que cocina en cada capítulo de la serie americana la camarilla de Bartlet. Como número dos de Moragas, tiene bajo su responsabilidad a los departamentos de Asuntos Nacionales e Internacionales, que dirigen respectivamente la jurista Cristina Ysasi-Ysasmendi y el diplomático Ildefonso Castro, además de coordinar la respuesta ante situaciones de crisis. Los citados subordinados de Senillosa son los encargados de informar de la marcha de la política nacional e internacional y de asesorar en consecuencia.

Además, en el complejo de Moncloa se encuentra la Oficina Económica del Presidente del Gobierno, que dirige Álvaro Nadal -jurista y economista del Estado, ya pasó por Presidencia en la etapa Aznar- y que integra a dos direcciones generales más, una encargada de la organización de la comisión delegada para asuntos económicos, con Eva Valle -también economista del Estado- al frente, y otra centrada en la política financiera, macroeconómica y laboral, que controla el economista titulado del Banco de España Daniel Navia.

¿Y qué pasa con la comunicación? En España no existe la figura del secretario de prensa, vigente en Estados Unidos desde hace más de medio siglo, no hay una C. J. Cregg que ejerza de portavoz y lleve a la vez las relaciones con los medios. La portavocía en el Gobierno Rajoy la desempeña la también vicepresidenta y ministra de la Presidencia, Soraya Sáenz de Santamaría, y a sus órdenes está la secretaría de Estado de Comunicación, con la periodista Carmen Martínez de Castro al frente. Los roles de portavoz y relaciones con la prensa en el Ejecutivo español están, pues, perfectamente separados y ni siquiera dependen directamente del presidente, aunque Castro sea, junto a Moragas, la sombra inseparable de Rajoy. A buen seguro que al perspicaz Toby Ziegler, Director de Comunicaciones en The West Wing, le costaría sentirse cómodo en este organigrama, por mucho que contara para el desarrollo de su trabajo, como Martínez de Castro, con su propio gabinete, una dirección general y cuatro subdirecciones generales.

Precisamente en el organigrama del Ministerio de la Presidencia aparece una de las figuras clave para Rajoy: el abogado del Estado Javier Pérez Renovales, subsecretario de la Presidencia. Entre su negociado está el BOE, las relaciones con las delegaciones del Gobierno en las Comunidades Autónomas, el secretariado del Gobierno, la Abogacía del Estado y un sinfín de funciones técnicas de las que da cuenta ante Sáenz de Santamaría en primera instancia y ante Rajoy en última. No por casualidad Renovales y Santamaría fueron los únicos subordinados a los que el presidente confió, según ha relatado recientemente el periodista Fernando Ónega, el secreto de Estado mejor guardado de los últimos años: la abdicación del Rey Juan Carlos I. “No sé si solo confía en ellos o si ellos son solo las personas en las que más confía”, aseguró Ónega al relatar el episodio al que ha dedicado su último libro.

Además de los citados altos cargos, para el Jefe del Ejecutivo trabajan numerosos consultores, speechwriters y asesores, los Sam Seaborn y Will Bailey de la serie, que le ayudan a colocar sus mensajes de forma atractiva y eficiente, a construir sus relatos y a confeccionar la estrategia política e institucional. Pero de entre todos ellos sin duda el más importante es uno que trabaja lejos de Moncloa y lleva un cuarto de siglo siendo algo más que el sociólogo de referencia del Partido Popular. Pedro Arriola se ha ganado la confianza de Rajoy como antes se ganó la de José María Aznar, convirtiéndose en la gran voz autorizada para ambos mandatarios. Si el síndrome de la Moncloa alguna vez salvó a un asesor áulico de la indiferencia, fue al gurú sevillano que hace dos años le dijo a Graciano Palomo, en la única entrevista concedida en este tiempo a la sombra del poder: “Al puente de mando llegan los que tienen que llegar, es casi una selección darwiniana”.

En todo caso, quizá el secreto de un ejercicio magnánimo y eficiente del poder sea buscar el difícil equilibrio entre dejarse aconsejar por expertos de confianza y valía y no perder la autonomía que exige el moldeamiento de un firme liderazgo. Huir del síndrome de la Moncloa al tiempo que se aplica la máxima que marcó un punto de inflexión en The West Wing: ‘Let Bartlet be Bartlet’.

David Martínez (@davidmartinezg) es periodista y consultor de comunicación. www.labitacorademaquiavelo.com

Publicado en Beerderberg

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