Discurso: Unamuno, luces y sombras del discurso para todos

LEIRE ORDOYO

Mucho se ha escrito, y aún más se ha especulado, del discurso que Miguel de Unamuno dio en el paraninfo de la Universidad de Salamanca un doce de octubre de 1936. Un enfrentamiento que no ocurrió para algunos y que otros creen que no sucedió exactamente de esa manera. Sea como fuere, José Millán Astray y el escritor vasco intercambiaron algo más que discrepancias ese día. Es incluso cómico pensar que “venceréis pero no convenceréis” se ha convertido en el eslogan político de algunas circunstancias contemporáneas, como el movimiento independentista catalán y que poco o nada tienen que ver con los orígenes o la ideología del escritor.

Los orígenes cuestionables de este discurso le confieren un aire incluso más misterioso y pragmático. Lo que ocurrió el Día de la Raza de 1936, sigue siendo a ojos de muchos historiadores, un completo misterio. Jean-Claude y Colette Rabaté han dedicado gran parte de su trayectoria al estudio de Miguel de Unamuno y extraen la misma conclusión de lo acontecido aquel día: no importa qué dijera el escritor, lo importante es el mensaje (el medio siempre es el mensaje). Pero cierto o no, “venceréis, pero no convenceréis” está envuelto en la neurociencia llama “efecto halo”. Se ha tomado como paradigma de la vida y obra de Unamuno este discurso que además ha servido como muestra de rebelión académica contra la dictadura.

Unamuno se saltó todos los preceptos del buen discurso: conocía a su audiencia, pero no la conquistaba, sabía cuál era su mensaje, pero tampoco lo quiso pronunciar, sabía cómo actuar, pero se rehusó a comportarse como debía ser. Lo cierto es que se enfrentaba a un gran reto, dirigirse a una audiencia hacia la que sentía rabia, traición e impotencia. Todo el relato de Unamuno y en general, toda la jornada fue una “guerra de definiciones” entre los dos bandos. Dice Laurence Peter; “da un discurso cuando estés enfadado y harás el mejor de los discursos de entre los que te arrepientas”. No sabemos si se arrepintió o no, pero lo que está claro es que tuvo que huir de una sala que gritaba enfurecida y vitoreaba al bando sublevado.

Las palabras tienen un gran poder: tanto es así que pronunciadas adecuadamente son capaces de hacer magia. El mensaje (“Venceréis pero no convenceréis”) era sencillo de recordar porque se trata de una cacofonía, un sonido poco armonioso con gran fuerza lingüística. Esta construcción desagradable y en tono acusador es agresiva, está llena de rabia y produce un sentimiento agridulce en su público: van a ganar, pero no va a ser fácil.

Pero… ¿qué ha sido del discurso? Si su origen no está claro, mucho menos se aclaran con la aplicación. Así en julio, el Congreso de los Diputados fue testigo de estas mismas palabras ahora bien, de la boca de una persona muy diferente a Unamuno. Aitor Esteban, del PNV entraba en cólera: “Escuchar al señor Abascal parafrasear a Unamuno en defensa de sus posiciones… es impresionante”. Es de suponer que Esteban no había encontrado otro adjetivo más apropiado para describir la intervención del líder de VOX. ¿Es lícito que Abascal se apropie de las palabras de Unamuno? La guerra en el ágora contemporánea (las redes sociales) estaba servida. ¿Fue acaso precisa esta alusión al escritor? Igual el significante tenía hasta más sentido que el significado: Abascal la usó para referirse al separatismo catalán: “Ni venceréis, ni convenceréis. Y no lo haréis, porque esa ‘paranoia de magalómanos’ que es el separatismo –y así lo llamaba Don Miguel de Unamuno– nunca podrá con el pueblo español”. Evitando las definiciones hacia su persona usadas por Abascal (se considera unamuniano), es irónico ver como una cita ha conseguido el efecto contrario.

Pero Abascal no es el único político que ha hecho propia la cita. “Venceréis, pero no convenceréis. Venceréis porque tenéis sobrada fuerza bruta, pero no convenceréis porque convencer significa persuadir, y persuadir necesita algo que os falta en esta lucha: razón y derecho. Me parece inútil pediros que penséis en España”. Fue pronunciada por el antonomásico ideológicamente al líder de VOX, Gabriel Rufián (ERC) y con reproche a este partido incluido, por cierto.

¿Dejaría Miguel de Unamuno que Abascal y Rufián usaran su licencia de forma tan gratuita? Unamuno es “un liberal que vive profundamente y a su modo la crisis del liberalismo político del XIX”, entiéndase aquí el liberalismo como la corriente opuesta al catolicismo. Nunca consideraría los problemas humanos y políticos como algo a tener muy en consideración y la vida en sociedad se ve desde una óptica calidoscópica, donde los individuos se preocupan más bien de sí mismos y no tanto del conjunto. Por motivos evidentes, para Unamuno la sociedad de masas (en sus niveles mediáticos y sociales) era algo incomprensible y ajeno. Así que no, Unamuno no dejaría que el líder de VOX y el de ERC usaran sus citas y mucho menos desearía sus políticas.

Retomemos el tema discursivo: ¿qué tienen estas palabras para conseguir cautivar a políticos tan diferentes y a audiencias tan dispares? Nada más ni nada menos que el ritmo. Apela a la audiencia de una forma directa y concisa, reconoce sus logros (venceréis) y el cerebro segrega serotonina. Pero también cuestiona la forma de llegar al fin; una autoridad académica tan reputada no aprueba las formas (tampoco el fondo) algo que hace sentir incómodos a sus asistentes, hasta tal punto que la máxima autoridad reconocida en ese momento se levanta y trata de alentar a la audiencia llevándola hacia el “buen camino” (“Muera la inteligencia”, dijo Millán Astray). Esa combinación de placer, de reconocimiento por parte de una autoridad mezclada con cuestionamiento consigue que el discurso sea una bomba de relojería.

No podemos olvidar que los mensajes y, en general, los argumentarios deben apelar no sólo a la parte emocional, sino también a la racional. Emocionar es muy complicado, casi imposible y sólo unos pocos afortunados en el mundo consiguen hacerlo sin despeinarse. Por eso, en muchas ocasiones es preciso apelar a la razón y, si es a una razón lógica y comprensible todos los públicos, el éxito está en gran medida garantizado. Unamuno también lo consiguió: para convencer hay que persuadir. Una lógica sencilla como sumar dos más dos que activa el sistema 2 del cerebro, como afirma Kanheman en Pensar rápido, despacio.

Leire Ordoyo es Estudiante del Doble Grado en Ciencia Política y Periodismo en la Universidad Rey Juan Carlos. (@lordoyo)

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