Discurso de unificación

FRANCISCO FRANCO

En el nombre sagrado de España y en el nombre de cuantos han muerto, desde siglos, por una España grande; única, libre y universal, me dirijo a nuestro pueblo para decirle:

Estamos ante una guerra que reviste, cada día más, el carácter de Cruzada, de grandiosidad histórica y de lucha transcendental de pueblos y civilizaciones. Una guerra que ha elegido a España, otra vez en la Historia, como campo de tragedia y de honor, para resolverse y traer la paz al mundo enloquecido hoy.

Lo que empezó el 17 de julio como una contienda nuestra y civil, es ahora una llamarada que iluminará el porvenir por centenios.

Con la conciencia clara y el sentimiento firme de mi misión ante España, en estos momentos, de acuerdo con la voluntad de los combatientes españoles, pido a todos una sola cosa: Unificación.

Unificación para terminar en seguida la guerra. Para acometer la gran tarea de la paz, cristalizando en el Estado nuevo el pensamiento y el estilo de nuestra Revolución Nacional.

Esta unificación que yo exijo en nombre de España, y en el sagrado nombre de los caídos por ella, no quiere decir conglomerado de fuerzas, ni concentraciones gubernamentales, ni uniones más o menos patrióticas y sagradas. Nada de inorgánico, fugaz, ni pasajero es lo que yo pido.

Pido unificación en la marcha hacia un objetivo común. Tanto en lo interno como en lo externo. Tanto en la fe y en la doctrina como en sus formas de manifestarlas ante el mundo y ante nosotros mismos.

Para esta unificación sacra e imprescindible -ineludible- que está en el corazón de todos y que ahoga esas minúsculas diferencias personales que el enemigo alienta con su habitual perfidia, me bastaría con invocar la urgencia de aquellas dos grandes tareas, como acabo de hacerlo.

Pero es que también existen razones profundas e históricas, para ello, en la marcha de nuestro Movimiento Nacional.

En este instante -en que Dios ha confiado la vida de nuestra Patria a nuestras manos para regirla- nosotros recogemos una larga cadena de esfuerzos, de sangre derramada y de sacrificios, que necesitamos incorporar para que sean fecundos y para que no puedan perderse en esterilidades cantonales o en rebeldías egoístas y soberbias, que nos llevarían a un terrible desastre digno sólo de malditos traidores. y que cubriría de infamia a quienes lo provocasen.

El Movimiento que hoy nosotros conducimos es justamente esto: un movimiento más que un programa. Y como tal está en proceso de elaboración y sujeto a constante revisión y mejora, a medida que la realidad lo aconseje. No es cosa rígida ni estática, sino flexible y que -como movimiento- ha tenido por tanto diferentes etapas.

La primera de estas etapas, a la que podríamos llamar ideal o normativa, es la que se refiere a todos los esfuerzos seculares de la Reconquista española para cuajarse en la España unificada e imperial de los Reyes Católicos, de Carlos V y de Felipe II; aquella España unida para defender y extender por el mundo una idea universal y católica, un Imperio cristiano, fué la España que dió la norma ideal a cuantas otras etapas posteriores se hicieron para recobrar momento tan sublime y perfecto de nuestra Historia.

La segunda etapa la llamaríamos histórica o tradicionalista. O sea: cuantos sacrificios se intentaron a lo largo de los siglos XVIII, XIX Y xx para recuperar el bien perdido sobre las vías que nos señalaba la tradición imperial y católica de los siglos XV al XVII. La mayor fatiga para restaurar aquel momento genial de España, se dió en el siglo pasado, con las guerras civiles, cuya mejor explicación la vemos hoy en la lucha de la España ideal -representada entonces por los carlistas- contra la España bastarda, afrancesada y europeizante de los liberales. Esa etapa, quedó localizada y latente en las breñas de Navarra, como embalsando en un dique todo el tesoro espiritual de la España del XVI.

La tercera etapa es aquella que denominaremos presente o contemporánea, y que tiene a su vez diferentes esfuerzos sagrados y heroicos, al final de los cuales está el nuestro, integrador.

Primer momento de esta tercera etapa, fué el régimen de D. Miguel Primo de Rivera. Momento puente entre el pronunciamiento a lo siglo XIX y la concepción orgánica de esos movimientos que en el mundo actual se han llamado «fascistas» o nacionalistas.

El segundo momento -fecundísimo, porque arrancaba de una juventud que abría puramente los ojos a nuestro mejor pasado apoyándose en la atmósfera. espiritual del tiempo presente- fué la formación del grupo llamado J. O. N. S. (Juntas Ofensivas Nacional-Sindicalistas), el cual fué pronto ampliado e integrado con la aportación de Falange Española, y todo él asumido por la gran figura nacional de José Antonio Primo de Rivera, que continuaba así, dándole vigor y dimensión contemporánea, el noble esfuerzo de su padre, e influyendo en otros grupos más o menos afines de católicos y de monárquicos que permanecieron hasta el 17 de julio, y aun hasta hoy, en agrupaciones también movidas por un noble propósito patriótico.

Esta era la situación de nuestro Movimiento, en la tradición sagrada de España, al estallar el 17 de julio, instante ya histórico y fundamental, en que todas esas etapas, momentos y personas influyeron para la lucha común.

Ante todo: Falange Española de las J. O. N. S., con un martirologio no por reciente menos santo y potente que el de los mártires antiguos históricos, aportaba masas juveniles y propagandas recientes que traían un estilo nuevo, una forma política y heroica del tiempo presente, y una promesa de plenitud española.

Navarra desbordó el embalse, acumulado tenazmente durante dos siglos, de aquella tradición española que no representaba carácter alguno local ni regional, sino al contrario: universalista, hispánico e imperial, que se había conservado entre aquellas peñas inexpugnables, esperando el momento oportuno para intervenir y derramarse; portando una fe inquebrantable en Dios y un gran amor a nuestra Patria.

Otras fuerzas y elementos encuadrados en diferentes organizaciones y milicias, también acudieron a la lucha.

Todas estas aportaciones al 17 de julio -vértice decisivo para el combate final que aguardaba nuestra Historia- han luchado hasta ahora encuadradas en lo militar por los cuadros de mando de nuestro Ejército glorioso, y en lo político y civil por sus respectivos grupos, jefes y consignas.

Por tanto, en vista de las supremas razones ya expuestas, esto es, el enemigo enfrente y la coyuntura histórica de una etapa integradora de todas las anteriores a nosotros, decidimos, ante Dios y ante la nación española, dar cima a esta obra unificadora. Obra unificadora que nos exige nuestro pueblo y la misión por Dios a nosotros confiada.

Para llevarla a cabo nosotros ofrecemos dos cosas: la primera, que mantendremos el espíritu y el estilo que la hora del mundo nos pide y que el genio dé nuestra Patria nos ofrece, luchando lealmente contra toda bastardía y todo arrivismo. Queremos milites, soldados de la fe y no politicastros ni discutidores; y la segunda, que nuestro corazón y nuestra voluntad quedarán fijos en los combatientes del frente y en la juventud de España.

No queremos una España vieja y maleada. Queremos un Estado donde la pura tradición y substancia de aquel pasado ideal español se encuadre en las formas nuevas, vigorosas y heroicas, que las juventudes de hoy y de mañana aportan en este amanecer imperial de nuestro pueblo.

Y ahora yo les diría a las naciones que, carente s de sensibilidad e invadidas de un materialismo destructor, venden su prensa al oro de los rojos, entregan sus radio- difusoras a las propagandas criminales, comercian con los productos del robo y estrechan las manos de los salteadores y asesinos, que el enemigo mayor de los Imperios, que el más fuerte peligro para los países, no son los vecinos que un día lucharon noblemente en las fronteras, o los que resurgiendo a la vida internacional, con pujanza no igualada, reclaman un puesto en el disfrute del mundo; ha nacido un peligro mayor que es el bolchevismo destructor, la revolución en marcha del comunismo ruso; enemigo que, una vez arraigado, es difícil vencer; el que derrumba Imperios, destruye civilizaciones, y crea esas grandes tragedias humanas que, como la española, el mundo contempla indiferente y no acierta o no quiere comprender.

Se invoca en las propagandas rojas la democracia, la libertad del pueblo, la fraternidad humana, tachando a la España Nacional de enemiga de tales principios. A esta democracia verbalista y formal del Estado liberal, en todas partes fracasada, con sus ficciones de partidos, leyes electorales y votaciones, plenos de fórmulas y convencionalismos, que, confundiendo los medios con el fin, olvida la verdadera sustancia democrática, nosotros, abandonando aquella preocupación doctrinaria oponemos una democracia efectiva, llevando al pueblo lo que le interesa de verdad: verse y sentirse gobernado, en una aspiración! de justicia integral, tanto en orden a los factores morales cuanto a los económico-sociales; libertad moral al servicio de un credo patriótico y de un ideal eterno y libertad económica .sin la cual la libertad política resulta una burla.

Y a la explotación liberal de los españoles, sucederá la racional participación de todos en la marcha del Estado al través de la función familiar, municipal y sindical.

Crearemos una Justicia y un Derecho Público sin los que la dignidad humana no sería posible. Formaremos un Ejército poderoso de mar, tierra y aire, a la altura de las virtudes heroicas tan probadas por los españoles, y reivindicaremos la Universidad clásica que, continuadora de su gloriosa tradición, con su espíritu, su doctrina y su moral, vuelva a ser luz y faro de los pueblos hispanos.

Esto es el perfil del nuevo Estado; el que se señaló en octubre del pasado año y -que vamos cumpliendo con paso firme y sin vacilaciones. El que es común a la mayoría de los españoles no envenenados por el materialismo o el marxismo. El que figura en el credo de Falange Española. El que encierra el espíritu de nuestros tradicionalistas. El que es factor común de los pueblos que, enterrando, un liberalismo engañoso, han orientado su política en camino de autoridad, de enaltecimiento patrio y de justicia social. El que contiene nuestra Historia española, tan pródiga en libertades efectivas con sus cartas pueblas, fueros y comunidades. El que atesora la doctrina católica que la totalidad de la nación profesa.

Cuando en un pueblo que se, creía vencido surge un movimiento grandioso como el nuestro; cuando de los triturados restos de un Ejército, se levanta el hoy potente y glorioso de nuestra Causa; cuando se hace el milagro de cruzar, por vez primera, un Ejército los aires; cuando de la carencia absoluta de Marina se pasa con constancia, laboriosidad y valentía a dominar en el mar; cuando se suceden las victorias y cada día aumenta la zona dominada; cuando carentes de oro se sostiene y eleva nuestra economía en plena guerra, se mantiene el prestigio de nuestra moneda, el crédito de nuestra zona, y la abundancia y baratura es norma de la vida interior de nuestros pueblos; cuando se dan los casos de heroísmo individual y colectivo que el mundo admira, y en cada combatiente hay un héroe y en cada prisionero un mártir, el optimismo más grande invade nuestro ánimo para gritar con orgullo: ¡ESTA ES ESPAÑA!

Y, por último, a esa juventud heroica que en las trincheras lucha, a esos beneméritos soldados que en los frentes resisten alegres las inclemencias del invierno y dan con admirable desprendimiento su vida por España, les afirmo que sus sacrificios serán fecundos y que la España que se forja en los duros golpes de los campos de batalla, tendrá unidad y fortaleza, que nada dividirá a la España Nacional, que la estrecha unión de la juventud española, generosa, noble, sin reservas, no ha de ser por nada ni por nadie desvirtuada, porque quien pretendiera romper este ordenado Movimiento Nacional haciendo destacar una inquietud bastarda o queriendo beneficiarse de lo que tanta sangre cuesta, habría de tropezar con el patriotismo viril de nuestra juventud y con el empuje de nuestros combatientes que impondrían un severo castigo a toda tibieza o desunión en el camino de la Patria.

Yo os anuncio el patriotismo y la unión de todos los ,españoles, la unión más intima en el servicio de la Patria y proclamo que muy pronto, terminada la guerra y organizada España, estaréis orgullosos de llamaros españoles.

Cuando el prestigio de nuestra nación la haga digna del respeto de las demás naciones; cuando nuestros barcos, potentes y majestuosos, paseen de nuevo la enseña de la Patria por los mares; cuando nuestros aviones crucen los aires y al mundo lleven el resurgir de España; cuando los españoles todos alcéis los brazos y elevéis los corazones en homenaje a la Patria; cuando en los hogares españoles no falte el fuego, el pan y la alegría de la vida, entonces podremos decir a nuestro Caídos y a nuestros mártires: Vuestra sangre ha sido fecunda, pues de una España en trance de muerte hemos creado la España que soñasteis, cumpliendo vuestro mandato y haciendo honor a vuestros heroicos sacrificios.

Y en los lugares de la lucha donde brilló el fuego de las armas y corrió la sangre de los héroes, elevaremos estelas y monumentos en que grabaremos los nombres de los que con su muerte, un día tras otro, van forjando el templo de la Nueva España, para que los caminantes y viajeros se detengan un día ante las piedras gloriosas y rememoren a los heroicos artífices de esta gran Patria española.

Españoles todos, con el corazón en alto:

¡ARRIBA ESPAÑA! ¡VIVA ESPAÑA!

Enviado por Enrique Ibañes