TOMÁS MATESANZ
Un nuevo concepto de propiedad política
En el actual contexto social han surgido nuevas formas de emprender a raíz de la emergencia de un nuevo concepto de propiedad. Así, es básico entender la política desde una perspectiva en que se diluye la propiedad de las políticas públicas. Cada vez más, las políticas demandadas por la ciudadanía son transversales y sus peticiones responden a inquietudes más compartidas por votantes de todo el espectro político. Es tiempo de políticas colaborativas, hechas por políticos colaborativos.
Todo ello es fruto también de la era de la digitalización que vivimos, la cual implica un completo elenco de réplicas de la ciudadanía frente a la falta de respuestas que considera que obtiene de sus representantes políticos. Los votantes de todos los partidos demandan políticas que solucionen estas ineficiencias del sistema, es decir, que modifiquen el statu quo de la negociación política.
Todas estas variables están generando un cambio de paradigma en lo que al ejercicio político se refiere. Los últimos tiempos demandan el abandono de la política de esencia más bélica, de confrontación y de antagonismo que Clausewitz definía así: “la guerra es la continuación de la política por otros medios”. Por el contrario, se demandan modelos más democráticos en que el desarrollo de funciones políticas se lleve a cabo con criterios transaccionales y colaborativos. El mensaje es fácil de interpretar: debemos pasar de una concepción bélica o más maquiavélica a una concepción colaborativa o más rousseauniana del sistema político.
La demanda de un nuevo liderazgo
Este fenómeno está sucediendo también en el mundo empresarial, en el cual se está demandando un cambio de liderazgo. Se reivindica que el liderazgo más personalista, fuerte e ideologizado deje paso a uno más íntegro y con capacidad de dirección de equipos. Un liderazgo con más aptitudes para la comunicación, más empático y más transparente es el que responde mejor ante la demanda de políticas colaborativas. En resumen: se demandan buenos guías de colectivos y perfectos coordinadores del trabajo en equipo.
Lo que nos dicen los sucesos políticos de los últimos meses, y en especial la fallida configuración de Gobierno por parte del Congreso de los Diputados surgido de las elecciones generales del pasado 20 de diciembre, es que nuestros representantes están confundiendo la ingobernabilidad con el desgobierno.
La pluralidad de la cámara parlamentaria fue el desafío que lanzaron los ciudadanos para que los políticos abandonaran la política bélica y desarrollaran una política de ponderación de intereses y de creación de políticas transversales e inclusivas. Para descodificar ese mensaje de la ciudadanía, es preciso que la clase política reconecte con las aspiraciones sociales y desarrolle procesos de decisión más incluyentes, transparentes y que involucren a sus votantes.
En el contexto actual, parece que la clase política no es capaz de descifrar la verdadera finalidad de una sociedad que ha roto con el bipartidismo: estamos condenados a entendernos. Sin embargo, la escasez de este nuevo tipo de liderazgo ha llevado a la sociedad española a unas nuevas elecciones y a un nuevo déficit de entendimiento gubernamental.
Fin del antagonismo político
Otro de los peligros que existe en el marco de este nuevo paradigma es la confusión del mismo con la emergencia de fenómenos históricos como los populismos, los nacionalismos o incluso la xenofobia o la violencia. El empoderamiento de la ciudadanía y el progresivo acercamiento de la política a ella, puede dar lugar a pensar que todo movimiento tiene cabida en la nueva política. Las políticas tienden a ser cada vez más transversales y menos exclusivistas. Sin embargo, con la evolución de la praxis política, los principios consensuados por la sociedad serán tendentes al bien común, como por otro lado ha ido sucediendo a lo largo de toda la cíclica historia.
Este fin del antagonismo político podemos observarlo en multitud de variables del sistema democrático actual. Cada vez hay un contraste menos marcado entre la izquierda y la derecha. Los partidos se identifican menos con estos ejes y han nacido nuevas fuerzas que no se clasifican en ninguno de estos dos espectros. Asimismo, las diferencias sociales se manifiestan en expresiones menos convencionales y cada vez son más transversales las variables definitorias de la sociedad. Ha empezado el fin de las denominadas “escisiones sociales” dadas por nacimiento, dejando paso a una sociedad más uniforme, digitalizada y empoderada.
Así, el común denominador de la nueva política (y de la nueva sociedad) es el fundamento colaborativo. Se demanda un sistema político que responda a sociedades colectivistas que reclaman su protagonismo como tal. En este sentido, desde las elecciones locales y autonómicas del pasado mayo de 2015, ya hemos podido empezar a observar cambios en el ejercicio político y legislativo indicativos de que los hemiciclos colaboran en distintas materias originando políticas colaborativas.
El rechazo generalizado de la corrupción configura uno de sus ejemplos paradigmáticos: los partidos están aprobando medidas legislativas de transparencia y rendición de cuentas a la ciudadanía por unanimidad. El Congreso de los Diputados, antes de su disolución el pasado 3 de mayo, aprobó por unanimidad tramitar una reforma del Reglamento de la cámara en la que se contemplaba un registro de grupos de interés o lobbies. Otro de los ejemplos es el rechazo generalizado de la partidización de las instituciones públicas y administrativas, algo que tradicionalmente se había asumido como natural y que la sociedad actual rehúsa por unanimidad. El rechazo de los conflictos internacionales constituye otro ejemplo, cuyo caldo de cultivo de cambio se ha alimentado de sucesos como los atentados terroristas del 11 de setiembre de 2001 en las torres gemelas de Nueva York.
Cómo cambiar la dinámica anticolaborativa
Actualmente, España, en contraste con el resto de países democráticos de Europa y, en parte, del mundo, se encuentra en el período de tránsito de la vieja a la nueva política. La ciudadanía, con un ritmo cambiante mucho más veloz que las organizaciones políticas y democráticas, ya ha asumido que la realidad necesita actitudes colaborativas en muchos aspectos –económicos, de repartición de bienes, de asunción del interés general, etcétera–. Podríamos encontrar infinidad de ejemplos que ilustran esta transición casi completa: el transporte colaborativo, la propiedad colaborativa, la vivienda colaborativa, la formación colaborativa y muchos otros mecanismos en que los humanos hemos aprendido a rentabilizar “cabos sueltos” que no nos proporcionaban rendimiento.
Es requisito que la transición a la política colaborativa no se haga a costa de las diferencias aún existentes en la sociedad. Las diferencias son precisamente lo que configura las necesidades a las que los gobernantes deben responder como representantes y no pueden omitirse de ninguna forma si se quiere mantener un correcto ejercicio de la política. Sin embargo, dichas diferencias deben integrarse para responder a las aspiraciones sociales. Si hay algo que podemos aprender de Europa, más avanzada en esta transición, es que los gobiernos de coalición son la regla y no la excepción, y que hacen posible la colaboración en un ámbito de contrastes.
Europa: el pater en política colaborativa
Quizás en este sentido, una vía de avance a considerar es la cohesión de la Unión Europea, también llamada ever closer union. Una Europa más unida y leída desde un punto de vista libre de líneas rojas en cuanto a la cesión de soberanía estatal podría ser imparable. La evolución a una Europa más colaborativa tan solo depende, entonces, de la voluntad de sus miembros y de la honestidad de cada uno respecto al hecho diferencial que puede aportar a la misma.
Los políticos colaborativos, a pesar de constituir una mayoría entre los países miembros de la Unión, no abundan en la praxis política europea. En un ámbito político con tantas sensibilidades y rasgos distintos, aumenta el nivel de dificultad, pero aun así se hacen posibles debates en que posiciones inicialmente distintas se acaban encontrando.
Las herramientas de la colaboración
Lo cierto es que, sea cual sea el canal o la vía por la que se avance en la política colaborativa, este cambio ya ha empezado y se llevará a toda la clase política consigo si ésta no es capaz de adaptarse a él. Por otro lado, el cambio y la reivindicación del pacto son necesidades nacidas de la ciudadanía. Es por ello que las políticas colaborativas no podrán llevarse a cabo sin herramientas que hagan del ciudadano un protagonista en la toma de decisiones o sin herramientas que escuchen la conversación de los distintos colectivos sociales para el diseño de las políticas públicas.
La digitalización de la sociedad puede poner a los políticos y a sus equipos negociadores en el foco. No solamente es importante observar la conversación de la ciudadanía en las redes, capaz de anticipar las tendencias de ciertos grupos del electorado, sino que también lo es observar la conversación que generan los medios de comunicación convencionales. La mera presencia no es verdaderamente relevante, lo que puede acercar a un político a la colaboración es el contacto más cercano con la opinión pública mediante las redes y los medios.
Llevar a cabo negociaciones en condiciones de transparencia, proporcionalidad y apertura, sin duda, constituye la herramienta más poderosa para trasladar la política a un terreno verdaderamente colaborativo. En un pacto, las partes trabajan en una misma dirección y con un mismo fin, cubriendo cada una las necesidades que mejor pueden abastecer respectivamente. En el presente contexto, colaborar y encontrar nuevas formas políticas libres de etiquetas y fronteras puede resultar complicado, pero si la política quiere responder a la sociedad, deberá poner en marcha su creatividad e imaginación para dar lugar a políticas conectadas con la gente y garantes de estabilidad.
Tomás Matesanz es director general corporativo de Llorente y Cuenca (@T_Matesanz)
Publicado en Beerderberg
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