De moral y política

PABLO MONTENEGRO

A lo largo de la historia; la política, la moral e incluso la vida. Se han producido bajo una tensión constante, una tensión de la que parece que no podemos escapar y de la que seguimos siendo presos. Esta tensión podría ser definida como la constante tirantez entre dos fuerzas: el ser y la del deber ser.

Nicolas Maquiavelo planteó la cuestión en un inicio como una especie de problemática en la que; la política, la guerra o el gobierno quedaban marcadas por una influencia moral que pretendía establecer cómo debían ser las cosas. Sin embargo, esta pretensión difería en muchas ocasiones de lo que terminaba sucediendo, estableciendo una diferencia entre hechos y deberes, una base de la que sin duda se nutre el Realismo como teoría de las relaciones internacionales.

Pero fueron autores como Immanuel Kant o Friedrich Hegel quienes matizaron este problema. Subrayaron que ese deber ser no podía ser despejado de la ecuación, que hacerlo implicaba un abandono a un mundo que nunca podría ser mejor de lo que es en ese momento, un mundo sucumbido por el dominio y las demostraciones de fuerza, un mundo en que puede que ese deber ser nunca se alcance, pero que, si lo perdemos como horizonte, quedamos abocados a la destrucción.

Dejando de lado la profundidad de estas reflexiones filosóficas, es evidente que esta tensión sigue existiendo hoy en día: queremos un mundo en paz, y no podemos evitar la guerra; queremos un planeta sostenible, y continuamos haciendo cosas que lo destruyen; queremos un mundo más igualitario, y no dejamos de construir fronteras que lo impiden; y así un largo etcétera.

La complejidad del mundo nos deja atrapados en esta tensión, en la que esa línea moral de lo que debería ser aparece como una barrera que nos impide desplegar el verdadero potencial, una ficción que se aleja de la realidad y nos hace ser presos de las ilusiones que no llegan a cumplirse, ya sea porque son imposible o porque, al fin y al cabo, son solo eso, ilusiones.

Es evidente que hay algo muy cierto en esto, esta moral de lo que debemos ser nos frena. Ese mundo que deseamos que fuese es una barrera que nos ancla a la hora de tomar cierto tipo de acciones. Las contradicciones de la realidad son más que palpables, y creo que no hace falta remarcarlas para darnos cuenta de ellas. Esto nos hace mirar al mundo como si este estuviera cubierto con una capa de hipocresía que en ocasiones nos resulta tan obscena que no podemos hacer más que odiarlo.

Pero es necesario que ante esto nos hagamos una pregunta ¿qué sería del mundo sin esos horizontes? Si dejamos de lado todas aquellas cosas que nos empujan a intentar que las cosas sean diferentes ¿qué nos queda? A veces la realidad es tan dura y aplastante que nos hace pensar que quizás ya estamos en ese mundo y este sea uno que olvidó esas preguntas hace tiempo, o por lo menos un mundo que se las plantea, pero no las escucha.

Sin embargo, también es necesario matizar que ese deber ser nunca puede ser establecido absoluto. No es una cuestión de elegir entre el cielo o el infierno. Esos horizontes muchas veces no llegan, pero hacen que las cosas puedan ser un poco mejor, y esa ligera tensión que nos empuja hacia ese lado hace que las cosas sean diferentes, por eso la realidad cambia, aunque no siempre tenga que ser a mejor. Y aquí viene otro de los grandes problemas: pensar que lo que es vive absorto en sí mismo, sin dejarse influenciar por nada más, como si el mundo fuese una rueda que girase por sí sola. Nos hace imaginar que el deber ser y la realidad están tan separadas que solo podemos atender a una de las dos, cuando es inevitable que se nutran mutuamente.

Decía Maquiavelo que “todos ven lo que aparentas, pero pocos ven lo que realmente eres”. Esta frase desvela mucho más de lo que a simple vista parece. Tiende a ser usada como si fuese una máscara, una engañifa para el resto que no debe ver lo que en realidad eres. Pero también esconde algo, una paradoja bajo la que aparentar es lo realmente importante, tan importante que a veces consigue hacer que dejemos de ser para convertirnos en apariencia, y esa apariencia no es otra cosa que lo que debemos ser ante el resto.

Puede que el mundo que vivamos sea profundamente decadente, pero no como una cuestión actual, sino como algo que siempre ha sido. Precisamente por eso necesitamos horizontes, siempre los hemos necesitado, maneras de ver un mundo que debería ser de otra forma, un mundo que no llega pero que tratamos de alcanzar. Puede que al final todo consista en eso: empujar una rueda que no funciona sola, una con la que quizás no lleguemos al destino que deseamos, pero que sin embargo pueda acercarnos un poco más a él.

 

Pablo Montenegro del Pozo está cursando un doctorado en teoría política por la UCM. Es licenciado en Ciencias Políticas por la UCM, con un Master en Teoría Política y Cultura democrática por la UCM. Ha publicado en alguna otra revista como la revista Mirall o la revista La Trivial. (@PabloMonP)