Señor Presidente de los Estados Unidos Mexicanos, Señores Mandatarios, Su Majestad, Don Juan Carlos I de España, Señoras, Señores Hermanas y Hermanos,
Animados por la solidaridad y la creciente integración, venimos a solemnizar cinco siglos de vida americana. Lo hacemos, dejando de lado los recelos regionalistas, las discordias domésticas, las miradas aldeanas.
Queremos llegar al año 2000 sin los resabios coloniales del siglo XIX, sin los riesgos nucleares, sin narcotráfico, sin naturaleza depredada, sin brecha escandalosa entre ricos y pobres. En definitiva, sin alienación de ninguna naturaleza.
Con cooperación e integración.
Nadie puede quedarse cruzado de brazos, frente a la memoria heroica de los grandes capitanes de la Revolución Americana. De Morelos, Bolívar, San Martín, Artigas, O’Higgins, Morazán, Abreu de Lima, José Martí, Manuel Ugarte, José Vasconcelos, Eugenio María de Ostos, Haya de la Torre, Rómulo Betancourt, Getulio Vargas y Juan Perón, entre otros grandes ejemplos.
Debemos seguir el camino de la historia. Y el ejemplo del mundo. De un mundo que institucionaliza grandes bloques internacionales, que derriba fronteras absurdas, que busca con audacia e inteligencia nuevos paradigmas. Hoy, aquí y ahora, nuestra América es lo que hace.
Nuestra causa es la lucha y el trabajo por la unidad económica, arancelaria, la cooperación industrial, la moneda única, la ciudadanía común, la coordinación de los sistemas bancarios y de cooperación, la armonización de sus fuerzas armadas, la profundización de su intercambio cultural y científico, la ampliación de sus mercados.
La unidad es una laboriosa bandera. Que no se regala. Que se gana con nuestra imaginación y con nuestro coraje. Y que marcha al paso del mundo.
En este contexto, el Presidente Bush ha lanzado la llamada Iniciativa para las Américas, lo que ha generado una lógica expectativa en toda América Latina.
La mera posibilidad de un acuerdo de alcances globales, que enlazaría a las tres Américas en un gigantesco proyecto de integración industrial y comercial, es bienvenida. En tanto la igualdad entre los Estados, y los beneficios de tal formidable asociación, resulten beneficios compartidos.
Los americanos sabemos de un rumbo que muchas veces fue difícil, pero que nunca perdió el horizonte de la integración. Aún bajo formas subregionales o acuerdos bilaterales mediante entidades como ALADI, el Pacto Andino y centros de estudio como la CEPAL o el SELA, se ha realizado una larga marcha en este sentido.
Y más al sur, en completa coincidencia con esta línea de integración, con las hermanas naciones de Brasil, Paraguay y Uruguay, la Argentina ha puesto en marcha el MERCOSUR, para concretar el sueño de la unidad.
Pero no de una unidad que perpetúe la pobreza y el atraso. No una unidad que simplemente reúna miseria y marginación. Sí, en cambio, una unidad que sea productiva. Que destierre la falsa soberanía del hambre, del aislamiento y del anacronismo, para elevar bien alta la soberanía del desarrollo común.
Este tercer milenio será -ya lo es- testigo del fenómeno inédito de nuestras economías completándose, de nuestros mercados creciendo en líneas quizás perfectamente paralelas.
La agenda de temas es variada, y requiere un impresionante esfuerzo de creatividad:
– El narcotráfico, con sus garras aterradoras y sus connotaciones políticas, económicas, sociales y morales.
– La degradación ecológica, manifestada no sólo en una ecología de recursos naturales, sino, lo que es mucho peor, en el daño de una ecología humana, que comienza con la destrucción de la familia latinoamericana, con su marginalidad, y con su pobreza material y espiritual.
– La discriminación comercial de nuestros productos y las dificultades para acceder en igualdad de condiciones y con plena competencia a nuevos mercados.
– La necesaria reconversión de nuestros Estados, para eliminar ineficiencias hiperburocráticas y focos de corrupción administrativa.
– La manera más imaginativa para despertar y canalizar innumerables iniciativas privadas de nuestros pueblos, hoy ahogadas por el centralismo, las regulaciones, la falta de oportunidades y el infra-desarrollo social y político.
– El peso de la deuda externa, y la manera de aliviarlo a través de más intercambio comercial y más inversiones genuinas, las que a su vez deberán garantizarse con estabilidad política y económica.
Frente a estos desafíos, los discursos no alcanzan. Las frases brillantes no bastan. Las simples intenciones no sirven.
Y, lo que es mucho más patético todavía, tampoco nos excusamos con echarle las culpas a protagonistas ajenos.
Esos lamentos no son más que una renuncia de los derrotados. Esas quejas constituyen apenas una explicación de los que se sienten vencidos.
Mas allá de nuestros dramas, de nuestras llagas, de nuestros dolores ancestrales, hoy lo que se pone a prueba es nuestra propia capacidad de hacer. De crear. De convivir. De ser nosotros mismos. Sin disfraces, sin modas absurdas. Sin complejos de inferioridad.
Mirándonos en el espejo del mundo, pero sin perder de vista nuestra propia identidad, nuestro propio rostro, nuestra propia e irremplazable personalidad.
Cada uno de nuestros pueblos, cada una de nuestras naciones, nos está interpelando para apresurar la marcha. Para apurar el paso. Para recoger la herencia de cinco siglos de fe y de esperanza, que nunca más pueden ser años de soledad o de pena.
Porque no aspiramos a vivir de nuestra herencia heroica. Sino que aspiramos vivir para nuestra herencia heroica.
Para los que mañana nos preguntarán cuánto fuimos capaces de abrir nuestro corazón y nuestra inteligencia, en este magno encuentro que hoy inauguramos.
Muchísimas gracias.
Cumbre iberoamericana
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