Cuando el liderazgo no lo es todo: AMLO y el COVID-19

CARLOS ESCAMILLA

Autoproclamado como “el presidente más votado de la historia del país” con una bolsa de treinta millones de votos y un resultado de más del 50% de la elección (algo que no sucedía en México desde hace más de treinta años), Andrés Manuel López Obrador (AMLO) vuelve a ser un caso de estudio sobre la construcción de los liderazgos y la importancia de la comunicación en tiempos de crisis.

AMLO sabe que es un político de masas. Sabe que sus principales debilidades son la poca precisión y su falta de elocuencia al comunicar, pero que contrarresta con su don de gentes y su liderazgo carismático. Construyó su propia plataforma política basada en su idiosincrasia para llegar al poder. Es un presidente sobreexpuesto porque él mismo lo busca: le gustan los reflectores y posee un protagonismo innato. Es el único en el mundo que da una conferencia de prensa todos los días. Se tiene plena confianza, pero a veces él mismo es su propio enemigo.

Le gusta tener el control del gobierno y tiene muy clara su estrategia. Es el primero en responder sobre los temas de coyuntura nacional, pero cuando se vuelven complejos y las soluciones ya no pueden ser sencillas ni caben dentro de un claim como “abrazos, no balazos”, delega la tarea a su círculo cercano y a quienes son fieles a su instrucción. Cuando se trata de clarificar la postura del gobierno, ahí está Olga Sánchez Cordero (Secretaria de Gobernación). Cuando se trata de justificar la bajada de calificación de agencias como Standard and Poor’s o Moody’s, ahí está Arturo Herrera (Secretario de Hacienda). Y cuando se trata de comparecer ante el mundo, aparece quien ha seguido más de cerca sus pasos, el Secretario de Relaciones Exteriores, Marcelo Ebrard.

El manejo de la crisis del coronavirus en México ha pasado por varias etapas. Cuando los primeros focos se hicieron presentes, AMLO asumió en primera instancia la comunicación desde el gobierno. Intentó minimizar el problema como parte de su estrategia para proyectar fortaleza y estabilidad, conduciendo el mensaje hacia los temas donde se siente más cómodo. “El escudo protector es la honestidad […] el no permitir la corrupción”, respondía cuando se le cuestionaba sobre la posible implementación de medidas precautorias.

Agravada la crisis, procedió como de costumbre y buscó apoyo en su círculo de confianza. La aparición del Subsecretario de Prevención y Promoción de Salud, Hugo López-Gatell, fue su elección. El epidemiólogo se ha convertido en una figura de referencia tanto que la prensa internacional lo considera como el Ministro de Salud de facto del gobierno mexicano. López-Gatell fue quien gestionó la crisis de influenza H1N1 en México durante 2009 y hoy supone un buen complemento entre los mensajes de esperanza del presidente y la crónica de una realidad latente. Pero no siempre fue así.

En las primeras comparecencias del subsecretario, la línea era evidente: había que continuar con el respaldo al presidente, procurando que la respuesta fuera sencilla, pero que también tuviera un tinte técnico. “Casi sería mejor que [AMLO] padeciera coronavirus, porque lo más probable es que él, en lo individual, como la mayoría de las personas, se va a recuperar espontáneamente y va a quedar inmune […] La fuerza del presidente es moral, no es una fuerza de contagio”, llegó a declarar el subsecretario intentando justificar las giras del presidente por el país al mismo tiempo que el resto del mundo se ponía en cuarentena.

Y es que es difícil no señalar que las críticas sobre la mala gestión de la pandemia han tenido como principal responsable al propio presidente. Un líder que faltaba a las recomendaciones de la OMS, que invitaba a la gente a salir de sus casas con normalidad e incluso besaba a niños en sus mítines, era de esperarse que se llevara duras críticas por parte de los medios a nivel mundial y que, en consecuencia, afectaran su imagen.

Hoy AMLO enfrenta una de las pruebas más difíciles para su liderazgo. En general, las encuestas del último trimestre no le favorecen y todas coinciden en que su aprobación va a la baja. Según datos de El Financiero, el presidente arrancó el año con una valoración positiva del 71%, pero actualmente se encuentra en 60%. Parametría le da un 54% para marzo y Consulta Mitofsky, la encuestadora que suele ser menos benevolente con él, lo sitúa ya, por primera vez, tres puntos por debajo del 50%. Los números son altos y producto de mantener un buen apoyo entre sus votantes, pero la bajada representa una nueva llamada de atención.

En consecuencia, los primeros ajustes ya tuvieron lugar. AMLO asistió a la cumbre virtual extraordinaria convocada por el G20 y dirigió un mensaje más moderado, en lo que fue su primera participación en un evento de este tipo (a los otros siempre asistía Marcelo Ebrard en su representación). “Hay que apoyarse en los especialistas […] Los políticos no somos todólogos”. Días después, la cuarentena nacional se aprobó con plazo hasta el 30 de abril en todo el país. Ahora, López-Gatell da entrevistas fuera de los espacios del gobierno, admite que se han tomado decisiones incorrectas y el uso de cubrebocas ya es obligatorio en algunos estados de la república.

Aunque no es la primera prueba a la que se enfrenta el presidente, sí ha sido una de las más sensibles tanto a nivel político como a nivel del ideario colectivo. Al no tratarse de un problema doméstico, su margen de maniobra es menor. Sus acciones han sido comparadas con las del resto y han puesto en evidencia que su liderazgo y su gestión también son frágiles, algo especialmente importante de cara a las elecciones intermedias del próximo año.

 

Carlos Escamilla es analista político para Latinoamérica en Public Affairs Experts. Ex profesor de la Universidad de Monterrey (@csescamillar)