GABRIEL FLORES
Cada cierto tiempo, una multitud toma las calles con fuerza. Las consignas resuenan, los medios cubren la protesta y las redes sociales amplifican el mensaje. Por un instante, parece que el sistema va a temblar. Pero, apenas días después, todo se desvanece en el silencio. ¿Por qué acciones tan poderosas pierden continuidad?
El problema no es la falta de pasión, sino la ausencia de estrategia. La motivación inicial puede encender una llama intensa, pero sin el conocimiento para mantenerla viva, termina apagándose. La emoción moviliza, pero es la estructura la que permite sostener el movimiento.
Imaginemos un caso: en una ciudad intermedia, una comunidad afectada por la contaminación organiza una marcha masiva. Asisten más de 10 mil personas. Logran atención mediática nacional, incluso algunas figuras públicas se pronuncian. Sin embargo, sin un plan claro de seguimiento, sin voceros preparados ni alianzas institucionales, tres días después el tema deja de ser noticia.
Este escenario no es ficción. Se repite con frecuencia. La sociedad civil está llena de gente dispuesta a actuar, pero muchas veces actúan desde la emoción sin preparar la mente para sostener la lucha. Ahí nace la frustración: ver tanto esfuerzo sin resultados duraderos.
La lógica nos dice que ningún fuego sobrevive solo con el primer chispazo. Requiere combustible constante, una estructura que lo resguarde del viento, y alguien que vigile su intensidad. En el activismo, esto se traduce en planificación, equipos funcionales y metas progresivas.
A nivel emocional, el cansancio llega cuando se siente que nada cambia. El corazón se rompe cuando los sacrificios —como una huelga de hambre o una marcha bajo el sol— se sienten inútiles. La desesperanza reemplaza al entusiasmo inicial.
Peor aún, ese vacío suele ser ocupado por oportunistas. Políticos experimentados que saben cómo entrar en escena, adueñarse del relato y usar a los movilizados como telón de fondo para sus intereses personales. Así, los ciudadanos terminan siendo actores secundarios de una obra que no escribieron.
Esto no significa que movilizarse esté mal. Al contrario, la acción colectiva es una herramienta poderosa. Pero necesita dirección, continuidad y un propósito claro. Las emociones deben alinearse con una lógica operativa para sostener el impacto más allá del primer golpe.
Hoy, con el poder de las redes sociales, una pequeña comunidad puede poner en jaque a una autoridad nacional. Pero no basta con viralizar un video o una consigna: hay que construir una narrativa que perdure, que mantenga el tema en la conversación pública con inteligencia y estrategia.
Aquí entra la organización: la sociedad civil debe entender que su rol no es menor, ni accesorio. No es un simple apoyo emocional a una causa. Es el centro del poder real, cuando se articula con sentido, liderazgo y conocimiento técnico.
El cerebro lógico exige planificación: ¿cuáles son nuestros objetivos?, ¿quiénes son nuestros aliados?, ¿cuáles son los pasos siguientes si hoy logramos atención?, ¿qué haremos si no obtenemos respuesta? Estas preguntas no pueden quedar al margen de la acción.
Pero también es necesario hablarle al alma: la lucha vale la pena. Los cambios profundos en la historia no se lograron en un solo día. Requieren constancia, comunidad, identidad compartida y símbolos que mantengan viva la llama interior.
La clave no es marchar más veces, sino marchar mejor. Hacer que cada paso tenga dirección. Que cada sacrificio sume a una causa que no depende del azar ni del tiempo, sino del diseño estratégico de quienes la impulsan.
Existen herramientas. Existen métodos. Existen asesorías especializadas que pueden convertir la voluntad en eficacia. Que pueden traducir el dolor en propuestas, la indignación en presión mediática efectiva y la emoción en liderazgo.
Lo importante es evitar que los esfuerzos ciudadanos terminen siendo funcionales a los mismos de siempre. Cuando no hay claridad, otros toman el timón. Y el barco vuelve a navegar en círculos, repitiendo los mismos errores.
Se necesita una nueva generación de ciudadanos activos que no teman involucrarse, pero que tampoco romantizan el sacrificio sin resultado. Gente que sepa que hacer política desde la sociedad civil no es traicionar su causa, sino protegerla.
Es tiempo de cambiar el enfoque. No basta con encender el fuego. Hay que aprender a sostenerlo, a expandirlo, a protegerlo y a usarlo como faro, no como llamarada pasajera. Así se construye poder real, desde abajo y hacia adelante.
Que más ciudadanos se preparen. Que aprendan a combinar emoción con estructura, voluntad con planificación. Solo así, los esfuerzos no morirán en el olvido del cuarto día, sino que se convertirán en procesos que cambian la historia.
Gabriel Flores Avilés es consultor Político de Campañas Electorales (@GabrielFlores_a)

