Córdoba: 10 ideas para descifrar a la provincia del nunca jamás

FERNANDO PITTARO

En Córdoba hace 22 años que gobiernan dos apellidos y nadie habla de feudalismo sino de cordobesismo.

Vamos a viajar por el cordobesismo. ¿Venís?

La cosa empezó en 2011 cuando José Manuel De la Sota obtuvo su tercera gobernación. La noche del triunfo avisó que nacía una nueva criatura: el cordobesismo.

Era, en realidad, la llave maestra con la que pretendía abrir la tranquera de la General Paz. Ese candado oxidado cuya cerradura se le negaba desde el 2002 cuando Eduardo Duhalde le bajó el pulgar porque “el gallego no medía”.

Era el moño conceptual con el que soñaba exportar su mito de gobierno. Pero el problema de los inventos es que si no lo registrás te lo puede robar otro. Y eso hizo el macrismo: le arrebató esa etiqueta y supo conquistar el corazón cordobés visitando la provincia 26 veces en cuatro años. Ganó en 2015, 2017 y 2019 las elecciones nacionales en este distrito pero nunca pudo torcerle el brazo a nivel local al partido que gobierna desde 1998. 

Empecemos por decir, entonces, qué cosa NO es el cordobesismo.

  1. No es antiperonista aunque buena parte de la sociedad lo sea. Aquí ganó la fórmula Cámpora/Solano Lima en marzo del 73 por escaso margen y en septiembre del mismo año el binomio Perón/Perón arrasó con el 56,19%. En 1995 validó la reelección de Menem con el 48,15% y en 2003 volvió a elegir al riojano en primer lugar con el 28,42% de las preferencias. En 2011, cuando Cristina Fernández obtuvo el 54% a nivel nacional, en Córdoba quedó primera con el 37,29%. El milagro lo explica, en gran medida, la enorme dispersión opositora que aglutinó en cuatro candidatos (Binner, Alfonsín, Rodríguez Saa y Duhalde) el 58,8% de los votos. En resumen, en elecciones a presidente en Córdoba el peronismo triunfó en cinco de las once llamadas a las urnas contando desde 1973. Diría: si el tango es un sentimiento que se baila, el cordobesisimo es una identidad viscosa que se vota.
  1. Si me apuran, diría que el cordobesismo es un expresión electoral de centro derecha. Conservador en lo político, liberal en lo económico. Y se pinta la cara según el clima de época: fue radical del 83 al 98 y peronista desde entonces hasta hoy. 
  1. El orgullo cuenta. Córdoba quiere que la quieran. Que la valoren. Que le digan que es linda, culta y diferente. Que no habla catalán, pero casi. Que no se quiere independizar, pero casi. Que es cuna de doctores, reformistas y revolucionarios. Que la tengan en cuenta. Quiere que la mimen. Y el peronismo es el que mejor la entendió, hasta ahora. Y el kirchnerismo, el que peor. Hasta ahora.
  1. Por lo tanto, digamos que “lo cordobés” es un significante axiológico que excede lo partidario, trasciende las clases sociales y acomoda sus preferencias en función del humor social del momento. Y es ahí, en ese terreno resbaladizo y siempre cambiante, donde el peronismo local ha sido un gran intérprete de esa rara partitura sociológica creada por el compositor José Manuel De la Sota. Tocando la tecla justa para que siempre la musiquita siga sonando. Que suene moderado, rebelde y conservador a la vez. Que siempre suene bien. Que nunca haga ruido. Que no moleste a nadie. Hacer peronismo sin que se note.
  1. Es un magma que fluye y va cobrando sentido con la levadura política de cada gestión: para Angeloz era “la isla”, para De la Sota era el “corazón de mi país”, para Schiaretti es “hacemos por Córdoba”. Resumiendo: el cordobesismo, entonces, fue un invento del radicalismo (Angeloz) que patentó el peronismo (De la Sota) y le sirvió al antiperonismo (Macri) para llegar al poder. Algo parecido a lo sucedido con el Mercosur: lo ideó Alfonsín, lo creó Menem, lo aprovechó Kirchner.
  1. Encierra un discurso cargado de rebeldía contra el poder central que termina siendo en la práctica una coartada retórica para justificar su conservadurismo. En definitiva, el enemigo está en el puerto. En la riqueza que nos quitan. En la plata que nos deben, en los impuestos caros que nos cobran, en la coparticipación que falta, en los servicios públicos deficientes porque se subsidia “a los porteños”. Mis retenciones son tus AUH parece decir una voz arrastrando las vocales con rabia. Mis campos productivos llenan las panzas hambrientas de La Matanza. Mi soja es tu boleto barato de tren en el conurbano. Mi piquete vale; el tuyo, no. Lo negro, lo blanco. Lo lindo, lo feo. Lo… Y ahí la cosa se pone espinosa. Bordeando la cornisa de lo aceptable. Ese límite finito que separa lo tuyo de lo mío, lo justo de lo injusto, el bien común del etnocentrismo.
  1. El cordobesismo es, también, una frontera política y cultural. Un centro neurálgico que reclama atención, que pide pista, que exige más. Esa frontera, que a veces se ensancha y a veces se encoje, lleva tatuada una huella identitaria que mezcla chauvinismo local, elitismo cultural y antikirchnerismo visceral. Si se me permite la comparación ibérica: negocian como vascos, gobiernan como catalanes, sueñan como franceses. Pero, en definitiva, son rehenes de un commodity exitoso de estricta circulación intramuros. Una especie de Cuota Hilton para consumo interno.
  1. El cordobesismo es también una ilusión óptica porque el campo de batalla es ficticio y el enemigo es exterior. Se reclama ”en la nación”, se pelea por “lo que nos corresponde”, y se defiende “la plata de los cordobeses” pero en realidad las victorias son locales, los triunfos siempre se provincializan y se blindan las conquistas con alambrado de púa y tobillera electrónica. Porque justamente en la virtud de esa disputa está el límite, como la abeja que muere cuando te clava el aguijón. El relato del cordobesismo nace, vive y muere en Córdoba. Si salta de la isla, el relato se hace agua. Y el cordobesismo no sabe nadar fuera de la pecera.
  1. El cordobesismo, esa lenta y larga autopista donde viaja cómodo el peronismo. Viaja cómodo porque conoce la ruta. Y conoce la ruta porque él mismo la construyó. Viaja con el aire a 24. Ese es el secreto de estos 22 años. El aire está puesto y no te acordás. Como cuando votás al peronismo casi sin darte cuenta.
  1. ¿Qué votás entonces cuándo votás cordobesisimo? Un gobierno presente y un Estado ausente. Algo de política, mucho de marketing.  Alevosa pauta oficial. Picardía. Olfato. Territorialidad. El sentido común inoculado en los micrófonos de Cadena 3. Un proyecto de poder. Una máquina de ganar elecciones. De administrar pobreza. De construir certezas. Un soft power a base de turismo serrano, infraestructura vial y blindaje mediático. Votás obra pública, boleto estudiantil y justicia social. Y votás autonomía provincial y normalidad. Que todo siga igual. Votás status quo. Votás a los poderes fácticos: al establishment de la Fundación Mediterránea, al lobby sojero, a la corporación judicial, a la cúpula eclesiástica. En definitiva, votás eso que hace que todo funcione y nada cambie.

Ahora que ya entendiste de qué va esta partitura, te dejo cantando solo. Porque la musiquita tiene que seguir sonando.

Y, como decía Fito Páez, “el amor después del amor, tal vez se parezca a este rayo de sol”. Pero el peronismo, digo, después del cordobesismo tal vez se parezca más al perfume que lleva al dolor.

 

Fernando Pittaro es consultor político y asesor en estrategias de comunicación (@ferpittaro)

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